Por: Maximiliano Catalisano
El aprendizaje de los estudiantes no ocurre solo en el aula. La familia es el primer espacio de enseñanza, y su participación en la educación escolar marca una diferencia en el desarrollo de cada niño y adolescente. Sin embargo, la conexión entre la escuela y las familias no siempre es fluida. A veces, las rutinas diarias, la falta de tiempo o incluso experiencias previas generan distancia. Encontrar maneras de fortalecer este vínculo es clave para construir un ambiente educativo en el que todos trabajen en la misma dirección.
La comunicación es el punto de partida. No se trata solo de enviar información sobre calificaciones o reuniones, sino de generar un intercambio constante. Espacios como reuniones abiertas, grupos de diálogo o incluso plataformas digitales permiten que las familias se sientan parte del proceso educativo y puedan aportar desde su lugar.
El reconocimiento del rol de las familias en el aprendizaje es otro aspecto fundamental. Muchas veces, los padres sienten que solo deben acompañar desde la casa, sin intervenir en la dinámica escolar. Sin embargo, cuando las escuelas abren las puertas a la participación, el aprendizaje se vuelve más significativo. Actividades como proyectos conjuntos, talleres o encuentros donde los estudiantes muestran su trabajo pueden ser una excelente oportunidad para acercar ambos mundos.
Es importante también comprender que cada familia tiene su propia realidad. No todas pueden participar de la misma manera, pero eso no significa que no quieran hacerlo. Adaptar las estrategias de comunicación y de participación a diferentes contextos ayuda a que nadie se sienta excluido del proceso.
Cuando la escuela y las familias trabajan en conjunto, los estudiantes perciben que hay una red de apoyo que los sostiene. Esto no solo mejora el rendimiento académico, sino que también favorece el bienestar emocional y la motivación por aprender. Construir este vínculo es una tarea de todos, pero el impacto que genera vale cada esfuerzo.