Por: Maximiliano Catalisano

Ver a un niño tomar una decisión por sí mismo, con convicción y seguridad, es observar cómo se construye poco a poco una identidad. La autonomía no es solo una meta a alcanzar en la adultez, sino una habilidad que puede y debe desarrollarse desde los primeros años. Aprender a elegir, equivocarse, volver a intentar y asumir responsabilidades es parte del aprendizaje vital que la infancia necesita transitar, siempre con el acompañamiento atento de los adultos.

Fomentar la autonomía desde pequeños no implica dejar a los niños solos, sino ofrecerles oportunidades cotidianas para decidir. Algo tan simple como elegir la ropa, ayudar a poner la mesa o guardar sus juguetes permite que comprendan que sus acciones tienen valor y consecuencias. Estos gestos cotidianos son el inicio de una conciencia que se construye a través de la práctica y la confianza.

El rol de los adultos es clave: proponer sin imponer, habilitar sin sobreproteger. A veces el deseo de evitar frustraciones o errores lleva a tomar decisiones por ellos, quitándoles la posibilidad de aprender del proceso. La autonomía no se enseña con discursos, sino con experiencias reales que les permitan ganar seguridad en sí mismos y desarrollar pensamiento crítico.

La escuela también tiene un papel importante en este camino. Cuando se habilitan espacios de participación, cuando se escuchan sus opiniones y se les permite organizar actividades o resolver problemas, los niños y niñas descubren que su voz importa. Esta construcción no se da de un día para el otro, pero sí se fortalece con constancia y coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

Promover la autonomía no significa exigir independencia prematura. Se trata de acompañar sin dirigir cada paso, de estar presentes, pero sin invadir. La confianza mutua es la base de esta relación: confiar en que pueden, confiar en que están aprendiendo, confiar en que equivocarse también es parte del camino.

Aprender a decidir es también aprender a conocerse. Y en ese descubrimiento, los niños construyen no solo sus ideas, sino también la forma en que se vincularán con el mundo. La autonomía, entonces, no es solo un objetivo educativo, sino una forma de crecer más libres, responsables y auténticos.