Por: Maximiliano Catalisano

En tiempos donde la educación se apoya cada vez más en pantallas, plataformas y algoritmos, el diálogo parece haberse vuelto un arte en peligro. Las aulas digitales, llenas de información, carecen muchas veces de conversación. Entre respuestas automáticas, clases virtuales y evaluaciones en línea, el encuentro genuino entre pensamiento y palabra se debilita. Pero si hay algo que la historia puede recordarnos, es que el conocimiento nació del diálogo. Sócrates, con su método sencillo y profundo, no enseñaba a repetir respuestas, sino a descubrirlas conversando. Recuperar ese espíritu en las aulas del siglo XXI puede ser una de las tareas más transformadoras de la educación contemporánea.

El diálogo socrático no era una técnica, sino una forma de vida. Sócrates no imponía ideas: las provocaba. Invitaba a pensar con preguntas, a revisar las propias creencias, a no temer al error. Su aula era la calle, su material didáctico, la palabra. Hoy, en una época donde los jóvenes aprenden rodeados de pantallas y estímulos, recuperar ese tipo de enseñanza puede parecer un desafío. Sin embargo, la esencia del método socrático sigue siendo más actual que nunca: enseñar a pensar en lugar de enseñar a repetir.

El mundo digital ofrece acceso inmediato al conocimiento, pero también una sensación de superficialidad. Se puede buscar cualquier respuesta en segundos, pero se pierde el proceso de llegar a ella. La pedagogía socrática, por el contrario, se basa en el proceso: en la pregunta que abre caminos, en la duda que incomoda y en la reflexión que transforma. Es una pedagogía que humaniza, porque coloca la palabra en el centro. En un contexto donde los estudiantes muchas veces interactúan más con pantallas que con personas, el diálogo vuelve a ser una necesidad educativa, no una nostalgia.

Recuperar el valor del diálogo socrático no significa renunciar a la tecnología, sino usarla con propósito. Las aulas digitales pueden convertirse en espacios de pensamiento si los docentes logran guiar conversaciones que vayan más allá del clic o la respuesta rápida. Un foro virtual, una videollamada o una herramienta colaborativa pueden ser el nuevo ágora, siempre que el encuentro mantenga la esencia: el respeto por la palabra, la búsqueda de sentido y el aprendizaje compartido. La tecnología, entonces, no sería un obstáculo, sino un medio para expandir la conversación.

El método socrático también puede contrarrestar una de las grandes debilidades de la educación digital: la falta de profundidad. En un entorno donde predomina la velocidad, enseñar a detenerse, a pensar antes de responder, a formular una buena pregunta, es casi un acto revolucionario. Sócrates enseñaba que una buena pregunta vale más que mil respuestas, y esa idea debería volver a ocupar un lugar central en la enseñanza actual. Promover el pensamiento crítico no depende solo de ofrecer contenido, sino de generar el espacio para que los alumnos elaboren sus propias ideas.

La educación del siglo XXI necesita combinar el acceso digital con la sabiduría antigua. Enseñar a usar la tecnología no basta si no se enseña también a pensar. El diálogo socrático nos recuerda que todo aprendizaje auténtico implica una transformación interior: el paso de no saber a saber, pero a través de la conciencia de la propia ignorancia. En un mundo donde todos parecen tener algo que decir, Sócrates nos invita a algo mucho más difícil: aprender a escuchar.

Las aulas digitales pueden recuperar el diálogo si se animan a integrar lo humano dentro de lo tecnológico. Los docentes pueden convertirse en mediadores de pensamiento, usando preguntas abiertas, debates en línea, reflexiones compartidas o análisis colectivos. Lo importante no es la herramienta, sino la intención. Si el objetivo es que el alumno se reconozca como sujeto que piensa, entonces cualquier espacio, virtual o presencial, puede convertirse en una nueva versión del ágora.

La práctica socrática también tiene un componente ético: el respeto por el otro como interlocutor válido. En tiempos de polarización, esa lección es más necesaria que nunca. Dialogar no es imponer, sino construir sentido junto al otro. Las aulas digitales, a veces, fomentan la desconexión emocional, pero el diálogo puede devolver el vínculo. Cuando los estudiantes sienten que sus palabras importan, se comprometen más con el aprendizaje. La conversación se convierte en una forma de pertenencia, y la educación, en una experiencia compartida.

Recuperar el valor del diálogo socrático no es una mirada romántica al pasado, sino una apuesta por el futuro. En un tiempo donde la inteligencia artificial promete respuestas inmediatas, el ser humano sigue siendo el único capaz de hacerse las preguntas correctas. Y en eso consiste el legado de Sócrates: enseñar a pensar, no solo a responder. Si logramos que las aulas digitales recuperen ese espíritu, estaremos formando no solo usuarios de tecnología, sino ciudadanos conscientes de su palabra y de su pensamiento.

Educar hoy, al estilo socrático, implica confiar en que el conocimiento no está en la pantalla, sino en la conversación que la atraviesa. Significa devolverle al estudiante su voz y al docente su papel de guía del pensamiento. No hay algoritmo que reemplace la chispa de una buena pregunta. Y quizá esa sea la mayor enseñanza que Sócrates puede dejarnos en la era digital: que el verdadero aprendizaje comienza cuando alguien, con humildad, se atreve a decir “no sé” y decide buscar la verdad junto a otros.