Por: Maximiliano Catalisano

Una devolución puede ser un motor de cambio o una barrera difícil de superar. En la vida escolar, lo que un docente dice después de una evaluación, un trabajo o una participación no solo corrige, también deja huella. Cuando la retroalimentación se da de manera constructiva, los estudiantes sienten que tienen un camino para avanzar. En cambio, si solo reciben juicios duros o comentarios poco claros, la motivación se reduce y con ella la confianza en sus propias capacidades. La gran pregunta entonces es cómo dar devoluciones que realmente despierten el deseo de mejorar, en lugar de generar miedo o resignación.

El primer aspecto a tener en cuenta es que una devolución no es solamente una corrección técnica, es un acto de comunicación. Cada palabra transmite no solo un contenido, sino también una valoración sobre la persona que recibe el mensaje. Por eso, el tono, el lenguaje y la intención con la que se formula son tan importantes como el contenido mismo. Un “te equivocaste en todo” no produce el mismo efecto que un “esto está bien, pero podemos reforzar este punto”. Ambos señalan un error, pero uno cierra puertas y el otro invita a crecer.

Para que una devolución motive, necesita mostrar que hay algo positivo en lo hecho. Incluso cuando el resultado no es el esperado, siempre existen avances, intentos o partes del proceso que merecen ser reconocidas. Destacar esos aspectos no significa ignorar lo que falta, sino equilibrar la mirada y demostrar que el esfuerzo tiene valor. Cuando los estudiantes perciben que se los reconoce, están más dispuestos a escuchar lo que necesitan mejorar.

Otro elemento fundamental es la claridad. Muchas veces los alumnos no saben qué hacer después de recibir una devolución porque solo escuchan frases generales como “estudia más” o “presta atención”. En cambio, las devoluciones más útiles son aquellas que ofrecen orientaciones concretas: “para que tu escrito sea más claro, intenta usar frases más cortas” o “repasa este tema con ejemplos gráficos”. La precisión ayuda a que el estudiante tenga un camino concreto y pueda organizar mejor su aprendizaje.

La oportunidad también juega un papel clave. Una devolución que llega demasiado tarde pierde gran parte de su impacto. Si un alumno entrega un trabajo y recibe comentarios semanas después, la conexión con la tarea ya se debilitó. En cambio, una devolución cercana en el tiempo mantiene vivo el vínculo con la experiencia y permite aplicar de inmediato lo aprendido. En el aula, el momento en que se devuelve un comentario es tan valioso como su contenido.

No menos importante es la forma en que se invita al estudiante a reflexionar. La devolución no tiene que ser un monólogo donde el docente dice qué estuvo bien y qué estuvo mal. Puede convertirse en un diálogo que fomente la autocrítica constructiva. Preguntas como “¿qué parte sentís que te salió mejor?” o “¿dónde crees que podrías mejorar?” ayudan al alumno a involucrarse en el proceso y a construir una mirada más autónoma sobre su propio aprendizaje.

Las devoluciones que motivan también evitan las comparaciones negativas. Decir “tu compañero lo hizo mucho mejor” solo genera inseguridad y distancia. Lo que más impulsa a mejorar es cuando el estudiante se compara consigo mismo, viendo cuánto avanzó en relación a su propio punto de partida. Así, cada error deja de ser una derrota y pasa a ser un indicador de progreso posible.

El respeto es la base de cualquier devolución que quiera motivar. Aunque un trabajo esté lleno de errores, la forma de expresarlo debe cuidar la dignidad del estudiante. Un comentario descalificador no corrige, solo hiere. Por el contrario, un mensaje respetuoso puede señalar las mismas falencias, pero de un modo que conserve intacto el deseo de seguir aprendiendo.

Los docentes también pueden apoyarse en ejemplos prácticos para enriquecer sus devoluciones. Mostrar cómo resolver un problema, compartir un modelo de redacción o indicar un recurso digital abre posibilidades concretas para mejorar. De este modo, la devolución no se limita a señalar un problema, sino que ofrece una guía de acción clara y aplicable.

Las familias, por su parte, tienen un rol complementario. Muchas veces la primera reacción en casa frente a una devolución negativa es el reproche. Sin embargo, si los adultos acompañan desde un lugar de comprensión, ayudan a que el estudiante transforme esa información en un desafío y no en una carga. Los mensajes de apoyo, el interés por el esfuerzo y la paciencia para volver a intentar son claves para que la devolución escolar se viva como un trampolín y no como un freno.

Finalmente, dar devoluciones que motiven es una práctica que transforma no solo los aprendizajes, sino la relación con el error. Cuando los estudiantes descubren que equivocarse no los define y que siempre existe una oportunidad de avanzar, empiezan a vivir la escuela con menos temor y más confianza. El objetivo no es ocultar las fallas, sino enseñar que cada una de ellas es un paso en el camino hacia un mejor desempeño. Una devolución bien dada no es solo una corrección: es un mensaje de confianza que dice “podés hacerlo, y acá tenés una forma de seguir creciendo”.