Por: Maximiliano Catalisano
En cada recreo, en cada examen y en cada actividad deportiva, los estudiantes se ven inmersos en distintos escenarios de competencia. Compararse con el otro parece inevitable y muchas veces se convierte en parte de la rutina escolar. La competencia puede motivar, pero también tiene un efecto menos visible: influye directamente en la autoestima de quienes aprenden. Entender cómo impacta esa dinámica en la vida de los alumnos es clave para acompañarlos y evitar que la escuela se transforme en un espacio donde sentirse siempre “menos” o “más” que los demás.
El lado estimulante de la competencia
Cuando se da en un marco saludable, la competencia puede despertar el deseo de superarse, mantener la atención en los objetivos y ayudar a que los alumnos reconozcan sus logros. No es lo mismo estudiar sin un horizonte que hacerlo sabiendo que hay una meta a la cual llegar. Participar en torneos deportivos, concursos de lectura o ferias de ciencias puede generar entusiasmo y orgullo por el esfuerzo realizado. En estos casos, la competencia actúa como un motor que empuja hacia la mejora personal.
El riesgo de la comparación constante
El problema surge cuando la competencia deja de ser una oportunidad para progresar y se convierte en una exigencia que coloca a los alumnos en una carrera interminable. Compararse todo el tiempo con los compañeros puede alimentar inseguridades, sentimientos de inferioridad y la idea de que nunca se está a la altura. La autoestima escolar, que debería nutrirse del reconocimiento de avances individuales, queda atrapada en una lógica de ganar o perder que termina debilitándola.
Cómo se refleja en la motivación
Un alumno que siente que no puede competir al nivel de los demás suele perder el interés por participar. En lugar de esforzarse más, se refugia en la resignación. “¿Para qué voy a intentarlo si nunca voy a ganar?” es una frase que muchos docentes escuchan y que refleja cómo la competencia mal gestionada puede apagar la motivación. En cambio, cuando la escuela promueve la idea de que cada uno compite con su propio progreso, se abre la puerta para que la autoestima crezca a partir de pequeñas metas alcanzadas.
El papel de los docentes y la familia
Tanto docentes como familias cumplen un rol fundamental en la manera en que los alumnos interpretan la competencia. Si los adultos ponen el foco únicamente en los resultados o en los primeros puestos, los estudiantes aprenden que su valor depende de ganarle al otro. Pero si se reconoce el esfuerzo, la perseverancia y la mejora respecto a sí mismos, el mensaje cambia. De esta forma, la autoestima no depende de comparaciones externas, sino de logros internos que cada niño o adolescente puede valorar.
Competencia en el aula y convivencia
La competencia también repercute en la manera en que los estudiantes se relacionan entre sí. Cuando predomina la lógica de superar al otro, se vuelve más difícil construir vínculos de colaboración. Los alumnos pueden ver a sus compañeros como rivales antes que como aliados. Esto no solo afecta la autoestima individual, sino también la construcción de un ambiente de confianza dentro del aula. Una competencia orientada a la superación personal y al trabajo en equipo, en cambio, fortalece la seguridad y el respeto mutuo.
La autoestima como base del aprendizaje
Sentirse capaz, valioso y con derecho a equivocarse es esencial para aprender. Si la competencia mina esa confianza, el proceso educativo se resiente. Los alumnos con baja autoestima escolar suelen evitar participar, temen cometer errores y, con el tiempo, se desconectan de la experiencia de aprender. Una escuela que promueve la autoestima no elimina la competencia, pero la orienta hacia desafíos que cada uno pueda vivir como un crecimiento personal y no como una derrota constante frente a otros.
La competencia forma parte de la vida escolar y no se trata de eliminarla, sino de darle un sentido constructivo. Cuando se convierte en una comparación permanente, puede dañar la autoestima, generar frustración y restar motivación. Pero cuando se utiliza como un estímulo hacia la superación personal y se equilibra con el reconocimiento de diferentes talentos, se transforma en una herramienta que fortalece la confianza. La clave está en cómo los adultos acompañan a los estudiantes para que entiendan que no se trata de ser mejores que los demás, sino de descubrir y valorar sus propios avances.
