Por: Maximiliano Catalisano
Gestionar una institución educativa implica tomar decisiones todos los días, responder a demandas múltiples y sostener el rumbo pedagógico en contextos diversos. En medio de esa dinámica, tener a mano las resoluciones clave puede marcar una gran diferencia. No solo por una cuestión normativa, sino porque permiten actuar con seguridad, anticiparse a situaciones y orientar correctamente a las familias, docentes y estudiantes.
Las resoluciones ministeriales y normativas jurisdiccionales funcionan como una hoja de ruta que brinda respaldo a las decisiones cotidianas. Desde la organización del calendario escolar hasta el diseño de las trayectorias pedagógicas, es imprescindible conocer cuáles son las disposiciones vigentes en cada nivel y modalidad. Contar con una carpeta digital o impresa organizada por temas puede agilizar mucho el trabajo.
Por ejemplo, las resoluciones sobre régimen académico, promoción, calificaciones y asistencia suelen ser consultadas con frecuencia. También aquellas que establecen protocolos ante situaciones de violencia, convivencia, inclusión o educación sexual integral. Tenerlas a mano permite responder con fundamento y construir acuerdos institucionales sostenidos en marcos claros.
Otro grupo fundamental de normativas tiene que ver con la organización administrativa: designaciones docentes, licencias, designaciones por acto público o concursos. Entender cómo se aplican, qué plazos manejan y cómo acompañar a los docentes en esos procesos también es parte del rol del equipo directivo.
En contextos donde los cambios normativos son frecuentes, es útil designar a una persona del equipo para que revise actualizaciones periódicamente. Armar un tablero compartido con enlaces directos a las resoluciones, organizar encuentros para socializarlas con el personal o incluirlas en los documentos institucionales ayuda a que la normativa no sea vista como un obstáculo, sino como un marco que ordena el trabajo y brinda claridad.
Más allá del cumplimiento, conocer las resoluciones permite anticiparse a escenarios, acompañar mejor y tomar decisiones informadas. No se trata de memorizar números, sino de tener la información accesible y entendible. Una conducción organizada, que conoce el marco normativo, puede enfocarse más en lo pedagógico y menos en apagar incendios.