Por: Maximiliano Catalisano
Hay un momento en la vida escolar que está lleno de preguntas, expectativas y cierta ansiedad. ¿Qué voy a hacer cuando termine? ¿Cómo sé qué carrera elegir? ¿Y si me equivoco? Estas dudas son parte del proceso y, lejos de ser un problema, pueden transformarse en oportunidades valiosas si se acompañan desde la escuela con propuestas concretas, humanas y realistas.
La orientación vocacional no se trata solo de ayudar a los estudiantes a elegir una carrera universitaria. Es mucho más que eso. Implica ofrecerles herramientas para conocerse mejor, identificar sus intereses, reconocer habilidades, explorar posibilidades y conectar con sus deseos. Es un proceso de construcción, que lleva tiempo y que requiere espacios de escucha, reflexión y experimentación.
Desde el rol docente o institucional, se pueden generar actividades que inviten a pensar el futuro sin presión ni respuestas absolutas. Talleres con profesionales de distintas áreas, ferias de carreras, entrevistas simuladas o análisis de experiencias personales ayudan a abrir el panorama y mostrar que no existe una única opción correcta. Cada joven transita su camino a su manera, y lo importante es que sienta que puede elegir.
También es necesario derribar ciertos mitos. No todas las personas descubren su vocación a los 17 años. Muchas veces las decisiones se ajustan con el tiempo, cambian o se redireccionan. Por eso es fundamental promover una mirada flexible, que permita pensar el proyecto de vida como algo que se construye, no como algo definitivo.
Las herramientas digitales pueden ser grandes aliadas en este proceso. Existen test vocacionales gratuitos, visitas virtuales a universidades, charlas online con profesionales, y plataformas que permiten explorar carreras, salidas laborales o contenidos de estudio. Lo importante es guiar a los estudiantes en ese mar de información, ayudándolos a distinguir entre datos útiles y falsas promesas.
El rol de las familias también es clave. Acompañar no es decidir por ellos, sino abrir el diálogo, habilitar preguntas, apoyar sus decisiones y estar disponibles para los cambios. La mejor orientación es aquella que deja huella sin imponer caminos, y que permite a cada joven imaginar un futuro posible, propio y con sentido.