Por: Maximiliano Catalisano
En un tiempo marcado por pantallas, mensajes instantáneos y flujos visuales que nunca se detienen, comprender lo que vemos, lo que leemos y lo que consumimos en redes se volvió una necesidad urgente para cualquier estudiante. Las aulas ya no pueden limitarse a enseñar a descifrar palabras; hoy se trata de formar miradas despiertas que sepan interpretar un meme, un video corto, una foto intervenida o un titular pensado para captar clics. Recuperar la profundidad en un entorno tan acelerado no es sencillo, pero abre una oportunidad educativa inmensa: enseñar a pensar antes de reaccionar y a comprender antes de compartir. Este artículo propone un recorrido concreto y posible para que las escuelas acompañen este desafío.
Comprender el nuevo ecosistema de lectura
La lectura actual ya no se organiza solo alrededor del libro. Los estudiantes conviven con un universo de lenguajes que se superponen cada día: imágenes con capas de ironía, textos breves diseñados para emocionar rápidamente, videos editados con cortes que refuerzan una idea y comentarios que construyen sentido entre todos. En ese ecosistema, la atención se fragmenta, y por eso la escuela necesita renovar sus estrategias sin abandonar aquello que históricamente sostuvo el acto de leer: la pausa, la interpretación y la búsqueda de significado.
Es clave que los docentes reconozcan que un estudiante ya llega al aula “leyendo”, pero no siempre comprendiendo. Reconoce patrones visuales, interpreta emojis, imita estilos de comunicación y reacciona a estímulos visuales constantes. Sin embargo, muchas veces no logra identificar el propósito detrás de esos contenidos, ni las intenciones que moldean lo que aparece en redes. La escuela, entonces, puede funcionar como un espacio donde todo ese universo recibe nombre, análisis y profundidad.
Por qué leer imágenes también es leer el mundo
Una fotografía viral puede influir más que un texto extenso. Un video de 15 segundos puede instalar un tema en millones de adolescentes. Una captura de pantalla puede convertirse en una verdad aparente. Leer imágenes no consiste únicamente en describir lo que aparece; implica identificar qué se quiso comunicar, qué se dejó afuera, cómo se eligió el encuadre y cuáles son las emociones que busca despertar.
Cuando los jóvenes aprenden a leer imágenes de manera consciente, desarrollan una mirada más autónoma. Empiezan a notar diferencias entre una foto documental y una imagen editada, entre un montaje humorístico y una escena manipulada para generar miedo o enojo. También aprenden que los colores, los gestos y la posición de los elementos no son inocentes, sino recursos que influyen en la percepción.
Convertir esta lectura visual en una práctica escolar cotidiana abre un espacio valioso: el análisis conjunto. Observar una imagen en grupo permite escuchar interpretaciones diversas y descubrir que no todos ven lo mismo. Esa pluralidad favorece un pensamiento más flexible y cuidadoso, alejado de la reacción impulsiva que predomina en las redes.
Entender las redes como textos vivos
Los jóvenes leen redes todo el tiempo, pero pocas veces piensan en ellas como textos que merecen estudio. Cada publicación, cada historia, cada hilo de comentarios tiene su propio lenguaje, su propia lógica y sus propios códigos. Incorporar estas dinámicas en el aula no significa reemplazar la lectura tradicional, sino sumar un campo de análisis que está presente en la vida real de los estudiantes.
Leer redes implica identificar quién habla, para quién lo hace, qué tono utiliza y qué emociones intenta despertar. También requiere reconocer cuándo un contenido busca informar y cuándo intenta influir, provocar o manipular. Las redes operan con un ritmo vertiginoso, pero bajo ese ritmo se esconden estructuras que pueden explorarse con profundidad pedagógica.
La escuela puede tomar estas lecturas cotidianas y transformarlas en oportunidades de aprendizaje: comparar coberturas diferentes de un mismo hecho, analizar cómo se construye un rumor digital, observar cómo la edición de un video altera su sentido o examinar cómo se organiza la conversación de un tema viral. Esta mirada crítica ayuda a que los estudiantes comprendan que las redes no son ventanales neutrales al mundo, sino plataformas con reglas, filtros y algoritmos que moldean lo que ven.
Volver a darle fuerza al texto largo
En medio de tantos estímulos breves, recuperar el valor de la lectura extensa es una tarea necesaria. No se trata de imponer libros, sino de mostrar que el texto largo ofrece algo que ningún video puede entregar: tiempo para pensar, espacio para profundizar y una relación más íntima con las ideas.
Cuando un estudiante se acostumbra a leer textos cortos, la lectura más prolongada puede parecer difícil. Pero con acompañamiento, variedad de propuestas y un puente entre lo digital y lo analógico, esa resistencia puede transformarse en curiosidad. Una estrategia posible es trabajar con textos que conecten con los propios intereses de los jóvenes, integrando lecturas de ficción, artículos periodísticos de calidad y textos argumentativos que los desafíen.
Otro camino es unir mundos: comparar un video viral con un artículo que analiza el mismo tema, o vincular una imagen poderosa con un texto que la contextualiza. Esa articulación ayuda a que los estudiantes descubran que profundizar no es aburrido, sino enriquecedor.
La responsabilidad compartida entre escuela y comunidad
Para que los estudiantes aprendan a leer imágenes, redes y textos con mirada autónoma, la escuela necesita sumar esfuerzos con las familias y con otros actores de la comunidad. No se trata de controlar lo que hacen los jóvenes en internet, sino de acompañarlos para que puedan navegar ese mundo con más conciencia.
La conversación familiar, la guía docente y la práctica cotidiana de análisis crítico construyen un entrenamiento que no surge de un solo espacio, sino de una red de vínculos que sostiene y orienta. Cuando los chicos descubren que pueden entender mejor lo que consumen, se sienten más seguros para tomar decisiones. Y esa autonomía se convierte en una herramienta poderosa para toda su vida.
