Por: Maximiliano Catalisano

Imaginar mundos, conocer personajes inolvidables, reírse con rimas o emocionarse con historias puede comenzar con un libro en las manos y un adulto cerca que acompañe. Fomentar la lectura en la infancia no depende solo de tener libros disponibles, sino también de gestos cotidianos, de palabras compartidas, de espacios donde la lectura se vive como una experiencia cálida. Los padres y madres, con sus voces y su presencia, pueden marcar una diferencia enorme en el vínculo que sus hijos desarrollen con los libros. Esta guía propone ideas sencillas, accesibles y efectivas para acompañar ese camino desde casa, sin fórmulas mágicas, pero con sensibilidad, continuidad y amor por las palabras.

La lectura no se impone: se contagia. Si en casa se ven libros, si se escucha leer, si se habla de historias, si los adultos disfrutan de leer, los niños perciben que eso tiene valor. Por eso, lo primero que se puede hacer para fomentar la lectura es que los adultos también se muestren lectores, aunque sea de a poco. Leer un cuento antes de dormir, comentar una historia o dejar un libro abierto en la mesa ya transmite el mensaje de que leer es parte de la vida cotidiana.

El momento de leer juntos es más que un tiempo de aprendizaje: es un espacio afectivo. No importa si el niño todavía no sabe leer solo. Escuchar una historia contada por un adulto cercano genera placer, confianza, seguridad. Leer en voz alta, con entonación y pausas, ayuda a que la experiencia sea más entretenida. También es útil detenerse para mirar las ilustraciones, preguntar qué creen que pasará o dejar que el niño complete frases conocidas. Ese intercambio potencia el desarrollo del lenguaje, la memoria y la comprensión.

No todos los niños se enganchan con los mismos libros. Es importante ofrecer variedad: cuentos clásicos, libros con rimas, historias de humor, libros informativos con datos curiosos, cómics, poesía, libros sin texto, y aquellos que invitan a participar (con solapas, texturas o preguntas). La clave está en observar qué despierta interés y permitir que el niño explore y elija, sin presionar.

Además de tener libros en casa, es fundamental darles un lugar visible y accesible. Un canasto con libros al alcance, una repisa baja o una caja decorada pueden convertirse en una biblioteca personal. No hace falta tener decenas de libros: se puede ir renovando con préstamos de bibliotecas, ferias o intercambios entre familias. Lo importante es que los libros estén disponibles y que los niños sientan que son para ellos.

Los hábitos de lectura se construyen con repetición. Un momento fijo del día, como antes de dormir o después de la merienda, puede ser la oportunidad para leer juntos. No es necesario que dure mucho tiempo: diez minutos constantes tienen más efecto que una hora esporádica. Con el tiempo, ese momento se vuelve esperado, necesario y placentero.

A medida que los niños crecen, pueden empezar a leer por sí mismos. Pero eso no implica que los adultos desaparezcan. Se puede seguir leyendo en voz alta libros más complejos, alternar párrafos, comentar lo que ocurre, recomendar lecturas o escribir juntos reseñas. También es útil acompañar la lectura silenciosa con preguntas que no sean exámenes, sino disparadores para el diálogo: ¿qué parte te gustó más?, ¿hubieras actuado igual que el personaje?, ¿te gustaría que haya segunda parte?

El vínculo entre lectura y juego es muy fuerte. Después de leer, se pueden hacer dibujos de la historia, dramatizar escenas, inventar finales alternativos, buscar palabras nuevas o construir objetos inspirados en el cuento. Estas actividades refuerzan la comprensión, estimulan la creatividad y fortalecen el recuerdo de lo leído. Además, muestran que el libro no termina en la última página.

Muchos libros permiten trabajar temas complejos desde una perspectiva cercana. Las emociones, los miedos, las relaciones, la diversidad, el cuidado del ambiente o los cambios familiares aparecen en muchos textos infantiles. Leerlos juntos es una forma de abrir conversaciones importantes sin forzar, dejando que los chicos se expresen a partir de lo que leen.

Para quienes tienen poco tiempo, hay alternativas: leer en voz alta mientras se cocina, escuchar audiolibros en el auto, leer en formato digital si no hay libros en papel, contar historias de memoria o mirar cuentos narrados en videos. Lo central no es el soporte, sino la conexión que se genera entre el niño, la historia y el adulto que lo acompaña.

Cada niño tiene su propio ritmo lector. Algunos aprenden a leer muy rápido, otros necesitan más tiempo. Algunos prefieren releer muchas veces el mismo cuento, otros cambian todo el tiempo. Algunos disfrutan de leer en soledad, otros necesitan compañía. La tarea del adulto no es forzar ni comparar, sino acompañar y confiar.

Fomentar la lectura no requiere conocimientos técnicos ni grandes recursos. Requiere presencia, escucha, palabras compartidas y el deseo de abrir puertas a otros mundos a través de las páginas. Cuando un niño descubre que puede emocionarse, reír, imaginar o entender mejor el mundo gracias a un libro, empieza a construir una herramienta que lo acompañará toda la vida.