Por: Maximiliano Catalisano

Hay días en los que al docente las horas no le alcanzan. Preparar clases, corregir, atender reuniones, resolver situaciones de alumnos, comunicarse con las familias, cargar plataformas, asistir a capacitaciones, completar papeles. Todo esto, además de enseñar. Por eso, aprender a gestionar el tiempo y organizar las tareas se volvió una necesidad real en la vida cotidiana de quienes trabajan en la escuela. Saber planificar no es solo armar una clase: es poder ordenar ideas, definir prioridades y diseñar estrategias para no sentirse desbordado.

Una buena planificación comienza mucho antes de entrar al aula. Implica mirar el calendario escolar, conocer las fechas institucionales, anticipar los momentos de mayor demanda y organizar materiales con tiempo. No es lo mismo planificar para una clase suelta que hacerlo dentro de un proyecto o una secuencia de actividades. Pensar en objetivos claros, definir qué recursos se necesitan y prever posibles dificultades son pasos que ayudan a tener un panorama más ordenado.

El uso de agendas, calendarios digitales, planillas o aplicaciones es una herramienta cada vez más común entre los docentes. No solo permiten registrar lo que hay que hacer, sino visualizar cuánto tiempo llevará cada tarea y evitar olvidos. Tener a mano un registro de las actividades previstas, las fechas clave y los compromisos asumidos ayuda a distribuir mejor los tiempos de preparación y a no cargar todo en los últimos días.

Gestionar bien el tiempo también tiene que ver con cuidar los propios ritmos. No siempre se puede resolver todo en un solo día. Dividir las tareas grandes en acciones más pequeñas, destinar momentos específicos para corregir o planificar, evitar la multitarea excesiva y darse pausas son estrategias que permiten trabajar mejor. La organización no es solo cuestión de productividad: también es una forma de cuidar la salud mental y reducir el estrés docente.

Otro aspecto importante en la planificación de clases es tener siempre alternativas. Contar con actividades de repaso, propuestas de trabajo autónomo o recursos digitales listos para usar puede salvar imprevistos o tiempos muertos. La flexibilidad también es parte de una buena organización, porque no todas las clases salen tal como fueron pensadas y poder adaptarse es una habilidad valiosa.

Por último, la planificación compartida entre docentes abre nuevas posibilidades. Trabajar en equipo, armar bancos de recursos, intercambiar ideas y distribuir tareas permite ahorrar tiempo y enriquecer las propuestas. La gestión del tiempo en la docencia no es solo un asunto personal: es también una construcción colectiva que mejora la experiencia de enseñar y aprender.