Por: Maximiliano Catalisano

En los últimos años, docentes, familias y especialistas repiten una misma preocupación: cada vez más estudiantes transitan la escuela sin alcanzar los aprendizajes esenciales que deberían acompañarlos a lo largo de la vida. La lectura con comprensión, la escritura clara, la resolución de problemas matemáticos y la capacidad de razonar en distintos contextos parecen volverse obstáculos crecientes para miles de chicos. Esta situación no surge de un solo factor, sino de una combinación de realidades sociales, económicas y pedagógicas que se entrelazan y que afectan especialmente a quienes ya parten de condiciones desfavorables. Comprender por qué ocurre esta brecha y cómo empezar a revertirla es uno de los desafíos más urgentes del sistema educativo actual.

La frase “competencias básicas” suena sencilla, pero en la práctica abarca un conjunto de habilidades que influyen directamente en la trayectoria escolar y en la vida adulta. Un estudiante que no puede comprender un texto cotidiano, interpretar datos simples o escribir una idea de forma coherente enfrenta dificultades no solo en la escuela, sino también en su futuro laboral y en su participación ciudadana. Lo preocupante es que estas carencias no se distribuyen de manera uniforme: se concentran en sectores donde las oportunidades materiales y simbólicas son más limitadas, ampliando brechas que la escuela debería contribuir a reducir.

La pandemia aceleró un problema que ya existía. La interrupción de clases presenciales, la falta de conectividad, la imposibilidad de sostener ritmos de estudio desde el hogar y el cansancio emocional dejaron huellas profundas en el rendimiento académico. Muchos estudiantes volvieron a las aulas con saberes discontinuos, hábitos de estudio debilitados y escaso contacto con lecturas o prácticas matemáticas durante meses. Aunque la escuela trabaja para recomponer trayectorias, los efectos no desaparecen de un día para el otro y aún hoy se perciben en evaluaciones nacionales e internacionales.

Por qué las competencias básicas están en riesgo

La lectura es el primer indicador de esta brecha. La práctica lectora sostenida requiere tiempo, acompañamiento y acceso a materiales adecuados. Sin embargo, gran parte de los estudiantes tiene poco vínculo con textos fuera de la escuela; en muchos hogares no hay libros, el hábito lector no está instalado o el tiempo familiar alcanza apenas para resolver cuestiones urgentes. Al mismo tiempo, la saturación de pantallas y la exposición a contenidos breves dificultan la concentración prolongada y la atención sostenida, fundamentales para comprender textos más complejos.

La escritura también enfrenta un retroceso silencioso. La producción escrita demanda planificación, revisión, reflexión y constancia. En un contexto donde predomina la comunicación instantánea y fragmentada, muchos estudiantes desarrollan habilidades de expresión rápida, pero no siempre construyen textos con cohesión o precisión. Los docentes observan dificultades para argumentar, para organizar ideas y para adaptar la escritura a distintas situaciones.

En matemática ocurre algo similar. Los chicos suelen resolver ejercicios mecánicos, pero muestran complicaciones cuando deben interpretar problemas, relacionar conceptos o aplicar razonamientos en situaciones nuevas. Esto revela un aprendizaje superficial, donde se memorizan procedimientos sin comprender el porqué de los cálculos. Con el tiempo, esa falta de solidez genera frustración, desmotivación y rechazo hacia la disciplina.

A estos factores se suman realidades vinculadas al contexto socioeconómico. La falta de materiales, la inestabilidad laboral en las familias, los traslados largos, la alimentación irregular o la ausencia de espacios tranquilos para estudiar influyen directamente en el rendimiento escolar. La escuela intenta compensar estas desigualdades, pero no siempre cuenta con los recursos, tiempos o apoyos necesarios para hacerlo.

La importancia de acompañar las trayectorias desde el inicio

El proceso de formación de competencias básicas comienza desde los primeros años. Cuando los estudiantes tienen una base sólida en lectura, escritura y matemática, el resto del recorrido escolar se vuelve más accesible. Por eso, resulta fundamental detectar dificultades tempranas y ofrecer apoyos continuos que eviten que pequeños retrasos se conviertan en obstáculos persistentes.

La articulación entre docentes, especialistas en apoyo pedagógico y familias puede marcar una diferencia significativa. Las intervenciones personalizadas, los espacios de refuerzo, el trabajo por proyectos y la evaluación formativa ayudan a comprender qué necesita cada estudiante. La repetición de grado, lejos de resolver las dificultades, suele profundizarlas si no se acompaña de estrategias adecuadas.

No menos importante es el clima emocional. Un estudiante que se siente observado, valorado y contenido se anima a preguntar, a equivocarse y a seguir intentando. La construcción de confianza influye directamente en el rendimiento académico y en la disposición para aprender.

El rol del Estado y la escuela en la recuperación de aprendizajes

Revertir la brecha en competencias básicas requiere acciones sostenidas que incluyan formación docente continua, recursos didácticos actualizados, políticas de acompañamiento y evaluaciones que permitan identificar avances y retrocesos. La escuela no puede enfrentar este desafío sola; necesita respaldo institucional, inversión en programas específicos y equipos externos que acompañen procesos de mejora.

También es clave promover el acceso a bibliotecas, materiales digitales de calidad y espacios comunitarios donde la lectura y la escritura sean actividades habituales. La articulación con organizaciones sociales, universidades y centros culturales puede enriquecer la experiencia educativa y expandir las oportunidades de aprendizaje para quienes más lo necesitan.

El uso pedagógico de la tecnología es otro aspecto fundamental. Herramientas digitales bien integradas permiten personalizar los ritmos de estudio, ofrecer retroalimentación inmediata y facilitar la práctica sostenida. Sin embargo, su implementación debe estar acompañada de formación docente y de criterios claros para evitar que la pantalla reemplace la interacción humana, que sigue siendo esencial en el proceso formativo.

Reconstruir aprendizajes para proyectar un futuro posible

La brecha en competencias básicas no es un destino inevitable. Con políticas coherentes, acompañamiento docente y participación de toda la comunidad educativa, es posible revertir las tendencias actuales y garantizar que cada estudiante acceda a saberes que serán clave para su futuro. La lectura comprensiva, la escritura clara y la matemática razonada son pilares que permiten acceder a estudios superiores, formarse para el trabajo y participar activamente en la vida social.

El desafío es enorme, pero también es una oportunidad para repensar la escuela y fortalecer su función transformadora. Reconocer las dificultades, comprender su origen y actuar con planificación puede abrir nuevos caminos para miles de estudiantes que hoy ven sus trayectorias comprometidas. El aprendizaje no es solo un contenido; es una puerta hacia el mañana. Y esa puerta debe estar abierta para todos.