Por: Maximiliano Catalisano
No todos los alumnos llegan al aula con la misma disposición para aprender. Hay quienes cargan con experiencias negativas, sienten que la escuela no los representa o simplemente no encuentran sentido en lo que allí ocurre. Esa desconfianza hacia el sistema escolar se traduce en resistencia, apatía o incluso rechazo. Sin embargo, detrás de esa actitud hay historias, vivencias y motivos que merecen ser escuchados. Trabajar con estudiantes que desconfían de la escuela no significa forzarlos a adaptarse, sino construir puentes que los acerquen poco a poco al aprendizaje, mostrándoles que la educación también puede tener un lugar para ellos.
Comprender la raíz de la desconfianza
Muchos estudiantes que desconfían del sistema escolar lo hacen porque han atravesado situaciones donde se sintieron excluidos, incomprendidos o poco valorados. Tal vez no lograron seguir el ritmo de las clases, recibieron etiquetas que los marcaron o vivieron experiencias de discriminación. Otros simplemente no ven relación entre los contenidos y su vida diaria, por lo que sienten que la escuela no responde a sus necesidades reales. Antes de buscar soluciones rápidas, es necesario comprender estas raíces y aceptar que la desconfianza no surge de la nada, sino de vivencias concretas que dejan huella.
El rol del docente en la construcción de confianza
El docente tiene la posibilidad de transformar esa percepción negativa en un espacio de diálogo y escucha. No se trata de borrar las experiencias previas, sino de mostrar que dentro del aula puede darse una experiencia distinta. La paciencia y la coherencia son claves: el alumno observa más allá de lo que se dice, percibe cómo se lo trata y si realmente se lo respeta. Con pequeños gestos, como reconocer sus opiniones o dar espacio a sus inquietudes, se puede comenzar a reconstruir la confianza.
Conectar la enseñanza con la vida real
Uno de los caminos más efectivos para acercar a los estudiantes que desconfían de la escuela es mostrarles que lo que aprenden tiene un valor concreto. Cuando los contenidos se relacionan con situaciones que ellos viven, la percepción cambia. Por ejemplo, vincular la matemática con la economía cotidiana, o la literatura con canciones y producciones culturales que les resultan familiares. Al hacerlo, los alumnos comprenden que lo escolar no es un mundo aislado, sino que puede ayudarles a entender mejor su propia realidad.
El valor de la escucha activa
Trabajar con estudiantes que desconfían del sistema escolar exige una escucha genuina. No basta con preguntar qué opinan: es fundamental demostrar que sus respuestas tienen un impacto. Cuando un estudiante percibe que su voz tiene peso, que no se la ignora ni se la toma como un simple formalismo, comienza a involucrarse de otra manera. La confianza se construye con tiempo, y la escucha activa es una herramienta que demuestra que cada experiencia personal cuenta.
Generar espacios de participación
La escuela puede ofrecer espacios donde los estudiantes se sientan protagonistas. No solo en proyectos académicos, sino también en actividades culturales, artísticas o deportivas. Dar lugar a que muestren sus talentos o intereses es una forma de mostrar que el sistema escolar también puede adaptarse a ellos y reconocer lo que traen. Estos espacios ayudan a disminuir la distancia y permiten que los alumnos perciban que su paso por la escuela no es solo cumplir una obligación, sino también dejar una huella.
El desafío de la coherencia institucional
A veces, la desconfianza de los estudiantes no se limita a su relación con un docente, sino con la institución en su conjunto. Si un alumno escucha mensajes sobre inclusión, pero luego percibe prácticas de exclusión, la confianza difícilmente se reconstruya. Por eso es fundamental que la escuela en su totalidad sostenga un discurso coherente entre lo que se dice y lo que se hace. Esa coherencia refuerza la idea de que vale la pena volver a confiar.
Acompañar los procesos sin apurar resultados
Reconstruir la confianza no es un proceso inmediato. Los estudiantes que desconfían del sistema escolar necesitan tiempo para comprobar que esta vez será diferente. En muchos casos, la desconfianza es un mecanismo de defensa ante frustraciones pasadas. Acompañar significa respetar esos tiempos, sin forzar ni esperar cambios instantáneos. Cada pequeño avance, como participar más en una actividad o expresar una opinión, ya es un paso hacia adelante que debe ser reconocido.
El aula como lugar de segundas oportunidades
Cuando un estudiante percibe que se le brinda una nueva oportunidad, que no se lo juzga solo por su pasado ni por sus errores, la mirada hacia la escuela comienza a cambiar. El aula puede convertirse en un lugar donde se vuelve a empezar, donde se reconoce el valor de cada uno y se abre la posibilidad de construir una experiencia distinta. Al final, lo que estos estudiantes necesitan es confirmar que la escuela puede ser un espacio que les permita crecer, equivocarse, aprender y volver a intentar.
Trabajar con alumnos que desconfían del sistema escolar no es tarea sencilla, pero sí profundamente transformadora. Supone reconocer que la educación no es solo transmisión de contenidos, sino también la posibilidad de generar confianza en un entorno donde muchos llegan con heridas. Dar lugar a la escucha, ofrecer coherencia, y mostrar que el aprendizaje se vincula con la vida real son caminos para tender puentes. Y esos puentes, aunque se construyan de a poco, pueden cambiar la manera en que un estudiante se relaciona con su propia historia educativa.