Por: Maximiliano Catalisano

El inicio de un proyecto de mejora escolar puede sentirse como un papel más que completar para cumplir con el calendario institucional. Sin embargo, cuando se comprende su valor y se trabaja con honestidad, se convierte en una herramienta que potencia la vida de la escuela, orienta el trabajo de docentes, fortalece a los equipos directivos y acerca a las familias a la propuesta educativa. Redactarlo bien no es simplemente llenar casilleros, sino capturar la realidad de la institución y proyectar caminos posibles para avanzar, con metas que motiven y sean alcanzables para todos los que forman parte de la comunidad escolar.

Un proyecto de mejora escolar busca describir con claridad cuáles son las necesidades que tiene la escuela para ofrecer mejores trayectorias de aprendizaje a sus estudiantes. Para que no quede como un listado de problemas, se organiza en pasos que incluyen la identificación de fortalezas y aspectos a mejorar, la selección de objetivos claros y la propuesta de acciones para alcanzarlos. Todo esto, acompañado por una planificación de tiempos, recursos disponibles y criterios para poder evaluar el avance del proceso.

El primer paso antes de redactar es detenerse a observar la escuela tal como está en este momento. Para eso, se pueden utilizar herramientas sencillas como encuestas a docentes, conversaciones con estudiantes, revisión de cuadernos o planillas de asistencia, siempre buscando detectar qué cuestiones están funcionando bien y cuáles necesitan atención. También es importante que este proceso de observación se realice de manera participativa, incorporando la mirada de las familias y de los propios estudiantes, quienes muchas veces pueden señalar detalles que pasan desapercibidos para los adultos.

Una vez identificadas las necesidades, el equipo directivo puede seleccionar cuáles de ellas resultan prioritarias y sobre cuáles se puede trabajar durante el ciclo lectivo. No es posible abarcar todo al mismo tiempo, por eso es importante elegir dos o tres aspectos sobre los que enfocar el proyecto. Por ejemplo, mejorar los hábitos de lectura, fortalecer la asistencia, fomentar el trabajo en equipo entre los docentes o acompañar mejor las trayectorias de quienes se encuentran con dificultades en algunas áreas.

El paso siguiente es redactar los objetivos de manera clara, para que todos los miembros del equipo comprendan qué se espera alcanzar. Un objetivo no puede ser tan general que no permita ser trabajado ni tan rígido que sea imposible de lograr. Por ejemplo, en lugar de escribir “mejorar la lectura de los estudiantes”, se puede redactar “lograr que los estudiantes de segundo ciclo realicen lecturas semanales con comprensión y que puedan comentarlas en clase”.

Luego se describen las acciones que se van a llevar adelante para cumplir con esos objetivos. Estas acciones deben ser concretas, alcanzables y pensadas en función de los recursos y tiempos disponibles en la escuela. Por ejemplo, si se quiere mejorar la comprensión lectora, se puede proponer un espacio semanal de lectura en voz alta, talleres de lectura con las familias, o un registro de lecturas personales de cada estudiante.

Otro punto importante en la redacción del proyecto de mejora escolar es la definición de los responsables de llevar adelante cada acción, los tiempos previstos y los recursos necesarios. De esta manera, se evita que las acciones queden en intenciones y se transformen en hechos concretos con responsables que puedan acompañar su implementación.

El proyecto también debe incluir criterios que permitan evaluar si las acciones están dando resultados. Estos criterios pueden estar vinculados con la asistencia de los estudiantes a las actividades, la participación de las familias, la producción de los estudiantes o la mejora en los registros de aprendizaje. Evaluar no es únicamente controlar, sino detectar si las acciones son adecuadas o necesitan ajustes durante el desarrollo del proyecto.

Una recomendación para que el proyecto no quede guardado en un cajón es socializarlo con toda la comunidad educativa. Se puede compartir con las familias en reuniones, colocarlo en la cartelera institucional y conversar con los estudiantes sobre las acciones que se van a desarrollar, de manera que sientan que forman parte de un proyecto colectivo que busca mejorar el día a día de la escuela.

Un proyecto de mejora escolar redactado con claridad y con metas alcanzables puede convertirse en una herramienta poderosa para ordenar el trabajo institucional. No se trata de un trámite más, sino de una posibilidad de marcar el rumbo de la escuela, sosteniendo aquellas prácticas que ya funcionan y proponiendo mejoras en aquello que necesita atención. Es una oportunidad de construir acuerdos, generar compromiso entre los equipos y acompañar de manera más cercana a cada estudiante.

En cada escuela, un proyecto de mejora escolar bien trabajado puede ser el punto de partida para pequeños grandes cambios que impacten en las trayectorias de los estudiantes, haciendo de la escuela un espacio más cercano, más inclusivo y más participativo para quienes la habitan todos los días. Redactarlo con responsabilidad es también un modo de cuidar el trabajo de cada docente y de sostener el propósito educativo que le da sentido a la tarea diaria.