Por: Maximiliano Catalisano
Las reuniones escolares suelen despertar sentimientos encontrados. Algunos las ven como un espacio para decidir juntos, otros como una obligación interminable que interrumpe el ritmo de la jornada. No hay nada más desgastante que salir de una reunión con la sensación de que nada cambió o que todo pudo haberse resuelto en un mensaje breve. Sin embargo, cuando están bien pensadas, las reuniones pueden convertirse en instancias valiosas de construcción, planificación y escucha. El desafío es organizarlas de manera que sean útiles, que aporten claridad y que dejen a cada participante con la sensación de que valió la pena estar allí.
En muchas escuelas las reuniones se multiplican, pero no siempre tienen un objetivo definido. Se convoca al personal para tratar temas que podrían resolverse de otra forma, se extienden innecesariamente o se convierten en un espacio para repetir información ya conocida. El problema no está en la reunión en sí, sino en cómo se la planifica y conduce. Una reunión bien organizada no es una pérdida de tiempo, sino un momento clave para alinear miradas, resolver conflictos y proyectar acciones en conjunto.
Definir objetivos claros
El primer paso para evitar reuniones inútiles es tener un propósito definido. No se trata de juntarse por costumbre o porque la agenda lo marca, sino de pensar qué se quiere lograr en ese encuentro. ¿Es necesario tomar una decisión? ¿Compartir información nueva? ¿Escuchar propuestas? Definir el objetivo permite diseñar la dinámica y evitar desviaciones que diluyen la energía. Además, si el objetivo está claro desde la convocatoria, los participantes llegan mejor preparados y con expectativas realistas.
Cuidar el tiempo y el orden
Uno de los factores que más desgasta a los docentes y al personal escolar es la falta de respeto por el tiempo. Las reuniones que empiezan tarde, que se alargan sin sentido o que no tienen un cierre generan fastidio y desmotivación. Establecer un horario de inicio y de finalización y cumplirlo es una señal de respeto hacia todos. También ayuda contar con un orden del día breve y preciso, que marque los puntos a tratar y evite que el encuentro se convierta en una charla dispersa. No se trata de imponer rigidez, sino de dar un marco que permita aprovechar el tiempo.
Generar participación real
Una reunión en la que solo una persona habla y el resto escucha pasivamente suele ser poco productiva. El verdadero valor de estos espacios está en la posibilidad de intercambiar miradas y construir acuerdos. Para que eso suceda es importante abrir instancias de participación, invitar a que cada voz sea escuchada y fomentar un clima de respeto donde se pueda disentir sin miedo. Cuando las personas sienten que sus opiniones cuentan, la reunión deja de ser una obligación y se transforma en un momento de crecimiento colectivo.
Registrar acuerdos y dar continuidad
De nada sirve reunirse si al final nadie recuerda qué se decidió. Un registro claro de los acuerdos alcanzados es fundamental para que las acciones no se diluyan. Puede ser un acta breve o un resumen compartido, pero debe contener las decisiones tomadas y los responsables de llevarlas adelante. Además, en las reuniones siguientes conviene retomar esos acuerdos para evaluar avances. La continuidad es la clave para que el tiempo invertido tenga un verdadero impacto.
Aprovechar otras formas de comunicación
No todo necesita resolverse en una reunión. Muchas veces lo que ocupa una hora de charla podría transmitirse en un correo electrónico, un grupo de mensajería o un documento compartido. Reservar las reuniones presenciales para lo que requiere debate, escucha y construcción conjunta ayuda a reducir la sobrecarga y a dar valor a cada encuentro. Cuando los docentes saben que solo se los convoca para lo realmente necesario, participan con otra disposición.
Construir un clima de respeto
Más allá de la organización, lo que define la calidad de una reunión es el clima que se genera en ella. Un espacio donde predominan las interrupciones, las quejas interminables o las descalificaciones no favorece el trabajo conjunto. En cambio, un ambiente donde se cuidan los turnos de palabra, se escuchan las opiniones y se busca construir en lugar de confrontar, multiplica las posibilidades de lograr acuerdos. El respeto mutuo es lo que convierte a una reunión en un momento enriquecedor y no en una pérdida de tiempo.
Organizar reuniones escolares que realmente sirvan no depende de un único factor, sino de una combinación de planificación, cuidado por el tiempo, claridad en los objetivos y un clima de confianza. Cuando estos elementos se articulan, las reuniones dejan de ser vistas como una carga y se transforman en un recurso que potencia el trabajo educativo. En definitiva, no se trata de tener menos reuniones, sino de que cada una de ellas tenga un sentido claro y deje una huella en la práctica diaria.