Por: Maximiliano Catalisano
Memorizar no tiene por qué ser aburrido ni interminable. La ciencia del aprendizaje ha demostrado que existen métodos que mejoran la memoria y aceleran la retención. Ya no se trata de repetir sin sentido ni de pasar horas releyendo. Se trata de activar el cerebro, entender cómo funciona y aprovechar su forma natural de almacenar información. Esta nota te guía por técnicas sencillas pero poderosas que te van a ayudar a memorizar más rápido, de forma más duradera y sin tanto esfuerzo.
La repetición espaciada es una de las técnicas más investigadas por los expertos en aprendizaje. Consiste en repasar la información en intervalos cada vez más largos. Por ejemplo, estudiás un tema hoy, lo repasás mañana, luego dentro de tres días, después de una semana, y así. Este sistema aprovecha el momento justo antes de que empieces a olvidar para reforzar la memoria. Aplicado con tarjetas, cronogramas o apps, puede transformar totalmente la forma en que incorporás datos complejos, como fechas, fórmulas o vocabulario.
Otra estrategia poderosa es la recuperación activa. En lugar de releer los apuntes, tratá de recordar lo que aprendiste sin mirarlos. Puede ser a través de preguntas, ejercicios, mapas mentales o explicándole el tema a otra persona. Esta práctica obliga a tu mente a trabajar, fortalece las conexiones neuronales y hace que recuerdes mucho más en menos tiempo. Incluso fallar en el intento de recordar es útil: ese esfuerzo hace que, cuando lo vuelvas a estudiar, lo aprendas con mayor profundidad.
La técnica del palacio de la memoria, también conocida como método loci, se basa en imaginar un recorrido por un lugar familiar (como tu casa) y ubicar mentalmente los datos que querés memorizar en distintos espacios. Por ejemplo, podés imaginar una fórmula matemática en la heladera, una fecha importante en el sillón y una definición clave en la puerta. Esta técnica es muy antigua y sigue vigente porque convierte datos abstractos en imágenes concretas, fáciles de recordar.
El uso de imágenes mentales es otro recurso fundamental. Cuando asociás una palabra o concepto a una imagen clara, divertida o exagerada, tu cerebro la retiene mejor. Si tenés que memorizar “osmosis”, por ejemplo, podés imaginar una esponja gigante absorbiendo agua a través de una puerta. Cuanto más creativa sea la imagen, más fuerte será la memoria. No importa que sea absurda, lo importante es que la recuerdes.
Los esquemas, mapas conceptuales y colores también ayudan a organizar y fijar la información. Al convertir un contenido en una estructura visual, obligás al cerebro a procesarlo de manera más profunda. No se trata solo de hacer un dibujo lindo, sino de pensar activamente cómo se relacionan las ideas entre sí. Además, el acto de crear el esquema ya es una forma de estudiar.
Dormir bien también es una técnica. Parece un consejo obvio, pero muchas personas no lo aplican. Durante el sueño, el cerebro reorganiza y consolida la información que aprendiste durante el día. Si dormís mal, recordás menos. Si dormís bien después de estudiar, fijás mejor el conocimiento. Por eso, estudiar hasta la madrugada antes de un examen suele ser menos útil que dormir lo suficiente.
Cantar o rimar también puede ayudar. Las canciones y las rimas activan zonas distintas del cerebro y hacen que la información sea más fácil de recuperar. Si necesitás memorizar listas, definiciones o reglas, inventar una melodía o una frase divertida puede ser un recurso útil. Muchos docentes utilizan esta técnica sin que los estudiantes lo noten, sobre todo en la infancia, pero también funciona para adultos.
Otro aspecto clave es estudiar en distintas condiciones. Cambiar el lugar, el horario o incluso la forma en que estudiás mejora la memoria porque obliga al cerebro a salir de la rutina. Cuando estudiás siempre en el mismo lugar y con el mismo método, tu mente se acostumbra y pierde atención. Cuando variás, se activa la alerta y retenés mejor. Incluso escuchar un audio mientras caminás puede ayudarte a memorizar.
El uso de apps también facilita la implementación de estas técnicas. Anki, Quizlet o RemNote, por ejemplo, permiten aplicar la repetición espaciada con tarjetas digitales. Otras aplicaciones, como Notion, permiten combinar texto, imágenes y calendarios para planificar el estudio y registrar avances. Usadas con criterio, estas herramientas tecnológicas pueden convertirse en grandes aliadas.
Por último, es importante entender que cada persona memoriza de forma diferente. Algunos necesitan repetir en voz alta, otros escribir, otros dibujar o grabarse explicando. Lo importante es probar, observar y ajustar. No existe un método universal, pero sí hay principios que funcionan para la mayoría y que se pueden adaptar a cada estilo de aprendizaje.
Lo mejor de estas técnicas es que no requieren talento especial ni más horas de estudio. Solo piden constancia, algo de práctica y ganas de conocer cómo aprende tu cerebro. Una vez que descubrís lo que te funciona, estudiar deja de ser una obligación pesada y se vuelve un proceso más ágil, más entretenido y mucho más efectivo.