Por: Maximiliano Catalisano

Cuando un estudiante deja de asistir a clases, no es una decisión repentina. Detrás de cada abandono hay señales, malestares, desconexiones que se van acumulando con el tiempo. Por eso, si queremos cambiar esta realidad, necesitamos pensar en acciones concretas, cotidianas, compartidas. La prevención del abandono escolar no comienza con una gran intervención, sino con pequeños gestos que invitan a quedarse, a sentirse parte, a saber, que alguien espera y confía. Y en ese camino, la escuela y la familia tienen un rol compartido que puede marcar la diferencia.

Uno de los primeros pasos es construir un vínculo cercano, de ida y vuelta. Que las familias sepan qué está pasando en la escuela, cómo se encuentra su hijo o hija, cuáles son sus avances, sus desafíos, sus logros. No se trata solo de convocar cuando hay problemas, sino de sostener una comunicación frecuente que permita anticiparse, contener y acompañar antes de que el desánimo se vuelva rutina.

También es fundamental conocer los motivos que pueden llevar a un estudiante a alejarse. A veces son cuestiones económicas, otras veces conflictos personales, falta de apoyo en casa, problemas de salud o simplemente la sensación de no encontrar un propósito. Escuchar con atención, sin juzgar, abre la puerta a intervenciones más cercanas, reales y humanas.

Desde el aula, el docente puede proponer actividades significativas, ajustadas a los intereses y contextos de sus estudiantes. Mostrar que lo que se aprende tiene sentido, que vale la pena el esfuerzo, que hay un lugar para cada uno. Cuando el estudiante siente que puede participar, aportar, expresarse, las posibilidades de permanencia crecen.

Pero este trabajo no es solo de la escuela. Las familias también necesitan sentirse acompañadas, valoradas y no señaladas. Muchas veces desean ayudar, pero no saben cómo. Por eso es clave ofrecer espacios de diálogo, talleres, reuniones donde puedan compartir sus inquietudes y conocer nuevas estrategias para acompañar a sus hijos en la trayectoria educativa.

La constancia es tan importante como la intención. Acompañar no siempre da resultados inmediatos, pero deja huella. Prevenir el abandono es sostener, aunque cueste. Es volver a llamar, a invitar, a preguntar cómo está. Es confiar, incluso cuando todo parece indicar lo contrario. Porque muchas veces, la decisión de quedarse se construye en silencio, gracias a la presencia de quienes no se rinden.