Por: Maximiliano Catalisano
Si alguna vez sentiste que tus alumnos estaban físicamente en clase, pero mentalmente en otro lugar, no estás solo. Muchas veces planificamos actividades que responden al programa, usamos recursos creativos y aun así la atención se dispersa. ¿Qué falta entonces? Quizás el puente entre lo que enseñamos y lo que ellos viven día a día. Conectar con sus intereses, sus inquietudes, sus experiencias concretas puede ser el cambio que transforme una clase en una experiencia significativa.
Para lograrlo, no hace falta cambiar todo el contenido ni reinventar el currículo. Lo primero es observar y escuchar. ¿Qué series miran? ¿Qué temas circulan en sus redes? ¿Qué les preocupa, los enoja o les divierte? A veces basta con partir de una pregunta cotidiana para abrir un mundo de saberes. Por ejemplo, una clase de historia puede empezar con una comparación entre conflictos actuales y sucesos del pasado. En lengua, se puede trabajar con letras de canciones o memes que circulan entre ellos. En ciencias, con problemas del barrio o del ambiente escolar. La clave es que sientan que lo que están aprendiendo tiene algo que ver con su mundo.
Además, cuando se parte de lo que los estudiantes conocen y viven, la participación cambia. Hay más preguntas, más intervenciones, más ganas de aportar. Lo que sucede en clase deja de ser algo externo para pasar a formar parte de su universo. No se trata de caer en la moda o de intentar ser “cool”, sino de generar un ida y vuelta genuino, donde la enseñanza se construye desde un diálogo real.
Las herramientas digitales también pueden ser aliadas. Encuestas rápidas, videos breves, colaboraciones en tiempo real o espacios donde puedan compartir sus producciones permiten una participación activa. Pero lo más importante sigue siendo la mirada atenta del docente, que busca sentidos, que enlaza, que elige ejemplos que interpelen. Porque cuando el contenido se entrelaza con lo que viven, los aprendizajes se vuelven más duraderos y relevantes.
Diseñar clases que conecten no significa resignar profundidad ni caer en la simpleza. Todo lo contrario: es una forma de invitar a pensar más y mejor, desde un lugar de cercanía. Y eso puede marcar una gran diferencia en el vínculo con el saber.