Por: Maximiliano Catalisano
En un mundo donde las soluciones tradicionales ya no alcanzan para los desafíos que enfrentan las escuelas, el design thinking aparece como una herramienta que transforma la manera de aprender, crear y resolver problemas. No es una técnica reservada para diseñadores o empresas tecnológicas, sino un enfoque que pone a los estudiantes en el centro del proceso creativo y los invita a pensar con empatía, imaginar con libertad y construir con propósito. Cuando se aplica en proyectos escolares, el design thinking convierte el aula en un laboratorio de ideas donde la innovación y la colaboración se vuelven parte de la rutina.
El aula tradicional, con su estructura rígida y predecible, muchas veces limita la posibilidad de experimentar y aprender a partir del error. El design thinking, en cambio, propone una metodología donde equivocarse no es un obstáculo, sino una oportunidad. Al trabajar con este enfoque, los estudiantes aprenden que crear requiere observar, escuchar, probar y ajustar. Y que las mejores soluciones nacen de comprender profundamente las necesidades de las personas.
Qué significa pensar con mentalidad de diseño
El design thinking es una metodología centrada en las personas. Su objetivo es resolver problemas reales a través de la empatía, la creatividad y la acción. En el contexto educativo, esto significa que los estudiantes dejan de aprender solo conceptos abstractos y comienzan a aplicar sus conocimientos para mejorar su entorno, su escuela o su comunidad.
Este enfoque se organiza en cinco etapas flexibles: empatizar, definir, idear, prototipar y probar. En la primera fase, los alumnos observan y escuchan para comprender qué sienten o necesitan los demás. Luego, definen con claridad el problema que desean resolver. A partir de ahí, generan ideas sin censura, construyen prototipos sencillos y los prueban para obtener retroalimentación. Este proceso no es lineal: se puede volver atrás, modificar o mejorar las propuestas tantas veces como sea necesario.
El aula como espacio de creación
Aplicar design thinking en la escuela implica cambiar el rol de los estudiantes: dejan de ser receptores de información para convertirse en diseñadores de soluciones. Los docentes, por su parte, se convierten en guías del proceso, acompañando sin imponer, estimulando el pensamiento crítico y la autonomía.
Un proyecto escolar con design thinking puede comenzar con una pregunta simple: ¿cómo podríamos mejorar la convivencia en la escuela?, ¿cómo podríamos reducir el desperdicio de papel?, ¿cómo podríamos hacer más accesible la biblioteca? Estas preguntas abren un espacio para que los alumnos observen su realidad, detecten problemas y elaboren propuestas creativas que tengan un impacto concreto.
Por ejemplo, un grupo puede decidir trabajar sobre la mejora del patio escolar. Tras observar que muchos estudiantes no participan en los recreos, pueden entrevistar a sus compañeros para entender las causas. Con esa información, diseñan un plan que incluya juegos cooperativos, zonas de descanso y espacios verdes. El proceso no se limita a planear: se construyen maquetas, se prueban ideas y se ajustan según las reacciones del grupo. Así, los estudiantes aprenden diseño, pero también comunicación, empatía y trabajo en equipo.
Desarrollar pensamiento crítico y emocional
Uno de los mayores aportes del design thinking a la educación es que enseña a pensar desde la empatía. Comprender lo que otros sienten o necesitan es un aprendizaje tan valioso como resolver una ecuación. Este enfoque ayuda a los jóvenes a desarrollar habilidades blandas, como la escucha activa, la tolerancia a la frustración y la flexibilidad ante el cambio.
Además, estimula la creatividad, no como algo abstracto, sino como una forma de acción concreta. Los estudiantes aprenden a convertir una idea en una propuesta y una propuesta en un resultado. Descubren que la creatividad no es un don, sino una práctica que se ejercita con curiosidad y constancia. En cada intento, en cada error, en cada mejora, van construyendo una manera de pensar más abierta y resiliente.
Integrar el design thinking en los proyectos escolares
Para que esta metodología funcione, es importante que el docente cree un clima de confianza donde los estudiantes se sientan libres de proponer sin miedo al juicio. El aula debe ser un espacio donde todas las voces sean escuchadas y donde la colaboración sea la norma.
Las herramientas pueden ser simples: papel, marcadores, materiales reciclados, o incluso plataformas digitales para diseñar prototipos virtuales. Lo esencial es mantener la dinámica del proceso: observar, idear, construir y evaluar. El objetivo no es obtener un producto perfecto, sino aprender del camino recorrido y fortalecer la capacidad de análisis, comunicación y cooperación.
Incorporar design thinking también puede articular distintas áreas curriculares. Un mismo proyecto puede integrar contenidos de ciencias, arte, matemáticas y lengua. Por ejemplo, diseñar una campaña de concientización sobre el cuidado del agua involucra investigación científica, redacción, creatividad visual y habilidades comunicativas. De esta manera, el aprendizaje se vuelve significativo y contextualizado.
Un cambio de mentalidad para la escuela del presente
El design thinking no solo enseña a resolver problemas, sino a mirar el mundo con otros ojos. Fomenta una actitud activa frente a la realidad: no esperar que otros solucionen las cosas, sino tomar la iniciativa y atreverse a crear. En una época en que los desafíos educativos, ambientales y sociales exigen nuevas respuestas, enseñar a los estudiantes a pensar como diseñadores es prepararlos para el presente y el futuro.
Cuando una escuela adopta este enfoque, los proyectos dejan de ser tareas para calificar y se convierten en experiencias transformadoras. Los estudiantes descubren que su voz importa, que pueden aportar ideas valiosas y que el conocimiento cobra sentido cuando se aplica para mejorar la vida de otros. Así, el design thinking se vuelve más que una metodología: se transforma en una manera de construir comunidad, aprendizaje y propósito.