Por: Maximiliano Catalisano

En un mundo donde la tecnología está presente en casi todos los aspectos de la vida cotidiana, enseñar a usarla con sentido crítico y responsable se vuelve una tarea ineludible. Pero esta enseñanza no puede recaer únicamente sobre un área o sobre un docente en particular. La alfabetización digital es una construcción colectiva que involucra a toda la comunidad educativa: docentes, estudiantes, directivos, personal administrativo y familias.

No se trata solo de saber usar una computadora o navegar por internet. Es mucho más que eso. Implica aprender a seleccionar fuentes confiables, comprender cómo circula la información, cuidar los datos personales, expresarse de manera respetuosa y entender las consecuencias de cada acción digital. También implica desarrollar hábitos organizativos en entornos digitales, como el uso del correo electrónico escolar, las plataformas educativas y la gestión de archivos.

Por eso, cada espacio escolar puede convertirse en una oportunidad para fortalecer estos aprendizajes. Desde la clase de matemática hasta la biblioteca, todos los ámbitos pueden aportar a la formación digital de los estudiantes. Por ejemplo, enseñar a usar una hoja de cálculo para resolver problemas, fomentar la búsqueda de fuentes confiables para un trabajo de historia, o ayudar a ordenar carpetas digitales en un proyecto de ciencias.

Las familias también tienen un rol fundamental. Muchas veces los chicos y chicas acceden a la tecnología antes que a la alfabetización que necesitan para usarla bien. Por eso, abrir el diálogo con las familias sobre el uso de dispositivos, los riesgos de las redes sociales o el acompañamiento en el uso de plataformas escolares es una tarea valiosa que complementa lo que se trabaja en la escuela.

Además, quienes trabajan en la escuela como personal administrativo o de conducción también pueden sumar desde su rol. El modo en que se comparte la información, se elaboran comunicados o se organiza la comunicación interna también enseña. Mostrar orden, claridad y buenas prácticas en la vida digital de la institución es parte del ejemplo.

La alfabetización digital no es una meta que se alcanza de una vez y para siempre. Es un proceso en permanente construcción, que necesita revisión constante, actualización y, sobre todo, compromiso compartido. Porque, en definitiva, formar ciudadanos digitales responsables es una tarea que nos involucra a todos.