Por: Maximiliano Catalisano

Cuando el escenario escolar cambia constantemente, cuando hay nuevas normativas, decisiones imprevistas o urgencias que alteran lo planificado, es normal sentir que el rumbo se desdibuja. Sin embargo, en medio del movimiento, hay prácticas que ayudan a sostener la calma y mantener la orientación sin quedar atrapados en la inercia de lo urgente. En contextos donde lo único estable es el cambio, el acompañamiento humano y la organización flexible se vuelven elementos clave.

Estar al frente de un equipo o conducir una escuela no significa tener todas las respuestas, sino saber habilitar espacios de escucha, ordenar las prioridades y tener claridad sobre el horizonte compartido. Muchas veces, eso implica aceptar que lo planificado puede necesitar ajustes, pero sin perder la intención pedagógica que lo originó. Por eso, una hoja de ruta clara —aunque se modifique— resulta un ancla que ayuda a no perder de vista el propósito.

La comunicación frecuente, aunque sea breve, es uno de los mejores recursos para fortalecer vínculos cuando las cosas se aceleran. Un mensaje a tiempo, una reunión breve pero clara o una pauta bien escrita pueden ser más efectivos que un gran discurso. Además, repartir responsabilidades con confianza y armar micro equipospara tomar decisiones parciales permite avanzar sin depender de una sola persona para todo.

También es importante revisar las metas con cierta periodicidad. Hacer pequeñas pausas para evaluar lo recorrido ayuda a ver lo que sí se logró, ajustar lo que no funcionó y reorientar acciones sin frustración. Estos momentos de revisión pueden ser breves, pero tienen un impacto fuerte en el ánimo del equipo.

Otro punto a tener en cuenta es cuidar los tiempos personales y colectivos. En situaciones de mucha demanda, hay que priorizar las acciones que realmente impactan en el clima escolar o en los aprendizajes. Y esto se logra si se tiene claridad sobre qué vale la pena sostener y qué es posible dejar ir, aunque haya sido pensado con buenas intenciones.

Sostener el rumbo en contextos cambiantes no implica rigidez, sino claridad. Y esa claridad se construye con conversaciones honestas, escucha activa, organización flexible y una visión compartida que se va ajustando con el andar. En definitiva, no se trata de tener el control total, sino de generar condiciones para que otros también puedan avanzar con confianza.