Por: Maximiliano Catalisano

Cada año millones de niños y adolescentes cruzan fronteras huyendo de conflictos armados, persecuciones políticas, pobreza extrema o crisis humanitarias que los obligan a dejar atrás su rutina, su país y, muchas veces, su propia identidad cultural. Cuando llegan a su destino, las escuelas se convierten en uno de los primeros espacios donde buscan reconstruir una sensación de normalidad. Pero integrar a estudiantes refugiados en aulas con distintas realidades sociales, culturales y lingüísticas no es un proceso automático: exige sensibilidad, planificación, recursos y un profundo compromiso pedagógico. En un contexto en el que las migraciones no dejan de crecer, entender cómo acompañar a estos alumnos ya no es una tarea opcional para los sistemas educativos, sino una responsabilidad que define el futuro de miles de jóvenes.

La llegada de estudiantes refugiados presenta desafíos concretos, pero también abre oportunidades para que las escuelas se transformen en espacios más abiertos, solidarios y humanos. La diversidad cultural no es un obstáculo para el aprendizaje; al contrario, puede convertirse en una fuente de enriquecimiento mutuo si se aborda con una perspectiva pedagógica adecuada. El problema aparece cuando los sistemas educativos no cuentan con las herramientas necesarias para garantizar que estos estudiantes puedan continuar sus trayectorias sin quedar rezagados ante barreras lingüísticas, emocionales o administrativas.

La importancia de la contención emocional en los primeros meses

Los alumnos refugiados suelen atravesar experiencias traumáticas: desplazamientos repentinos, pérdidas familiares, violencia o meses de incertidumbre lejos de sus hogares. Cuando ingresan a una escuela, no lo hacen en igualdad de condiciones con sus compañeros locales; muchos llegan con un nivel de estrés que afecta su capacidad de concentración, su deseo de participar y su confianza personal.

Por eso, la primera prioridad de las escuelas es ofrecer un entorno emocionalmente seguro. Esto implica un equipo docente capacitado para detectar señales de angustia, acompañar con empatía y desarrollar rutinas escolares que transmitan calma. Actividades simples como rituales de bienvenida, espacios de escucha o tutorías personalizadas pueden marcar la diferencia. El objetivo no es solo enseñar contenidos, sino ayudar a que estos estudiantes sientan que volvieron a pertenecer a un lugar donde serán escuchados y respetados.

Las instituciones que trabajan con población migrante destacan que el factor emocional es determinante para que los aprendizajes posteriores se consoliden. Un alumno que experimenta seguridad psicológica es capaz de recuperar hábitos escolares, establecer vínculos y, finalmente, integrarse en la experiencia educativa.

Cómo enfrentar la barrera del idioma

El idioma es, sin duda, uno de los obstáculos más visibles. Muchos estudiantes refugiados ingresan a las aulas sin comprender las consignas básicas, lo que genera frustración tanto en ellos como en sus docentes. Sin embargo, los países que han avanzado en la integración migratoria han demostrado que la barrera lingüística puede superarse con estrategias específicas.

Una de las más utilizadas es el acompañamiento bilingüe, donde un docente o tutor ofrece apoyo en la lengua de origen mientras el estudiante desarrolla competencias en el idioma local. También existen modelos flexibles en los que los alumnos cuentan con horas de refuerzo intensivo de lengua, sin quedar excluidos de la experiencia del aula.

Las prácticas cooperativas, el uso de imágenes, los apoyos visuales y las consignas claras permiten que los estudiantes participen desde los primeros días. Lo importante es evitar que la falta de dominio del idioma se convierta en sinónimo de baja capacidad o poco interés. El aprendizaje lingüístico es un proceso largo, pero con acompañamiento sostenido, la mayoría de los alumnos refugiados logran avanzar significativamente durante sus primeros años en el sistema escolar.

Flexibilización académica para que nadie quede atrás

Además del idioma, los estudiantes refugiados suelen enfrentar interrupciones prolongadas en su escolaridad. Eso implica que ingresen a niveles que no siempre coinciden con su experiencia previa o con los contenidos que ya manejan. Para evitar la repetición de grados —que en muchos casos profundiza la desconexión escolar— los sistemas educativos que han abordado este desafío implementan modelos más flexibles.

Algunas escuelas crean planes de nivelación paralelos, donde los estudiantes trabajan contenidos clave sin quedar excluidos del grupo. Otras utilizan sistemas de acreditación por competencias, donde lo importante es lo que el alumno sabe y no únicamente el año cursado. También se desarrollan tutorías o grupos de apoyo después del horario escolar para reforzar áreas como matemáticas, lectura y ciencias.

La flexibilidad no significa bajar expectativas, sino acompañar trayectorias diversas con estrategias que permitan que todos los estudiantes, sin excepción, encuentren su lugar y recuperen su ritmo de aprendizaje.

Construcción de escuelas culturalmente sensibles

Integrar estudiantes refugiados implica comprender que las aulas ya no son homogéneas. En muchos casos conviven tradiciones, religiones, formas de comunicación y hábitos cotidianos muy distintos. Las escuelas culturalmente sensibles son aquellas que reconocen este mosaico social y trabajan activamente para que la diferencia nunca se convierta en una fuente de discriminación.

Esto puede expresarse en pequeños gestos cotidianos: respetar calendarios culturales, evitar burlas por acentos, incorporar lecturas de distintos países o incluso permitir que las familias compartan aspectos de su cultura en actividades escolares. También implica sensibilizar a los docentes para que no interpreten conductas desconocidas como falta de interés o rebeldía. Muchas veces, lo que se observa como “distancia” es simplemente timidez o miedo a equivocarse en un entorno nuevo.

Una escuela sensible a la diversidad no espera que los estudiantes migrantes se adapten totalmente a la cultura dominante; busca un punto de encuentro donde todos puedan convivir sin perder su identidad.

El papel clave de las familias en la integración

Las familias refugiadas también necesitan apoyo para comprender el sistema educativo, comunicarse con la escuela y participar activamente en la trayectoria escolar de sus hijos. Muchas no conocen las normas locales, se sienten inseguras por su situación legal o arrastran experiencias difíciles que dificultan su participación.

Por eso, varias escuelas cuentan con mediadores culturales, traductores o encuentros específicos para orientar a las familias. Cuando los adultos confían en la institución escolar, es mucho más probable que los estudiantes encuentren estabilidad y continuidad en su aprendizaje. Además, estas acciones fomentan un clima de comunidad que beneficia a todos los actores involucrados.

Mirar el fenómeno migratorio desde la oportunidad educativa

La integración de estudiantes refugiados no debe verse como un problema que desborda a las escuelas, sino como una oportunidad para repensar la enseñanza en un mundo que cambia rápidamente. Las aulas diversas ofrecen un terreno fértil para desarrollar empatía, pensamiento crítico, cooperación, apertura cultural y habilidades sociales imprescindibles para la vida adulta.

Los estudiantes migrantes traen consigo historias, idiomas, tradiciones y modos de ver el mundo que enriquecen a sus compañeros. Las escuelas que entienden esta oportunidad logran construir entornos donde la diversidad deja de ser un desafío y se convierte en un motor de crecimiento colectivo.