Por: Maximiliano Catalisano
En un tiempo en el que la voz de las mujeres rara vez era escuchada en los espacios públicos, hubo quienes se atrevieron a enseñar, a pensar y a transmitir conocimiento en medio de un mundo que las excluía. Las mujeres sabias de la antigüedad fueron las guardianas de una sabiduría que trascendía los límites de las instituciones y de los textos. Sus enseñanzas no siempre quedaron registradas en los libros, pero sobrevivieron en la memoria colectiva, en la tradición oral, en la medicina, en la filosofía y en la vida cotidiana de sus comunidades. Fueron maestras sin aula, filósofas sin academia, y educadoras del alma antes de que existieran las escuelas. Hablar de ellas es rescatar una parte olvidada de la historia del conocimiento: aquella que se transmitía con paciencia, intuición y humanidad.
Desde la antigua Grecia hasta las civilizaciones de Oriente y América, existieron mujeres que enseñaban con una naturalidad que desafiaba las normas de su tiempo. Hipatia de Alejandría es quizá una de las figuras más emblemáticas. Filósofa, astrónoma y matemática, fue una de las grandes mentes del mundo antiguo. Enseñaba a hombres y mujeres por igual, guiándolos hacia el razonamiento y la comprensión del cosmos. Su escuela en Alejandría era un faro de pensamiento libre, y su trágico final se convirtió en símbolo de lo que el fanatismo puede destruir. Pero Hipatia no fue la única. En distintas culturas, otras mujeres desempeñaron papeles semejantes, aunque sus nombres no siempre quedaron grabados en la historia.
En los templos del antiguo Egipto, las mujeres sabias cumplían funciones religiosas y pedagógicas. Eran escribas, sanadoras, astrólogas y consejeras. Su conocimiento se transmitía de generación en generación, y su rol educativo trascendía el aula: enseñaban sobre la naturaleza, la salud y los misterios de la vida. En Mesopotamia, las sacerdotisas enseñaban los cantos sagrados y la lectura de los signos celestes. En China, las poetisas y filósofas de las cortes imperiales, como Ban Zhao, escribían tratados sobre moral, educación y armonía familiar que orientaban a las generaciones futuras.
El saber femenino como forma de educación
El conocimiento que transmitían las mujeres de la antigüedad no era solo teórico. Su enseñanza estaba profundamente vinculada con la experiencia, con la observación y con la vida cotidiana. Eran maestras de la existencia: enseñaban a leer los ciclos de la tierra, a curar con plantas, a cuidar la salud del cuerpo y del espíritu. En muchas comunidades, las mujeres sabias eran las primeras educadoras de los niños. A través de cuentos, cantos y rituales, transmitían los valores fundamentales de su cultura. De ellas dependía que las nuevas generaciones entendieran la importancia del respeto, la cooperación y la sabiduría natural.
En América precolombina, por ejemplo, las mujeres desempeñaban un papel esencial en la educación comunitaria. En los pueblos andinos, las madres y abuelas enseñaban a hilar, tejer, sembrar y leer los signos del clima. Pero además de transmitir conocimientos prácticos, inculcaban la relación sagrada con la tierra. En el mundo maya, las mujeres eran las encargadas de conservar los saberes sobre el tiempo, las hierbas y las ceremonias. En las comunidades africanas, las griotesses —mujeres narradoras— enseñaban la historia de los pueblos a través de la palabra, manteniendo viva la memoria de los ancestros.
El saber femenino era, por tanto, un conocimiento integral: unía lo físico, lo espiritual y lo social. No se limitaba a la instrucción técnica, sino que formaba el carácter, la sensibilidad y la sabiduría interior. Su enseñanza no necesitaba pizarras ni pergaminos: se transmitía con gestos, con relatos, con ejemplos. Aprender de una mujer sabia era aprender a mirar el mundo con otra profundidad, a descubrir en lo cotidiano los secretos del equilibrio y de la armonía.
El silencio impuesto y la herencia persistente
Con el paso de los siglos, muchas de estas mujeres fueron silenciadas por estructuras patriarcales que relegaron su saber a la sombra. La historia escrita, casi siempre redactada por hombres, omitió sus nombres, sus obras y sus aportes. Sin embargo, su influencia persistió en las prácticas culturales, en la medicina popular, en las tradiciones orales y en los oficios transmitidos de madre a hija. Cada receta de hierbas, cada canción de cuna y cada consejo sobre la vida fueron, en realidad, pequeñas lecciones de una pedagogía ancestral.
En la Edad Media europea, las mujeres siguieron transmitiendo conocimiento, aunque en contextos mucho más restringidos. Las monjas en los conventos enseñaban a leer y escribir, copiaban manuscritos y preservaban la cultura. Otras, como Hildegarda de Bingen, escribieron sobre medicina, música y filosofía, dejando un legado de sabiduría espiritual y científica. En los pueblos, las parteras y curanderas siguieron siendo las maestras de la vida, acompañando los nacimientos y guiando a las comunidades con su experiencia.
En las culturas orientales, la mujer continuó teniendo un rol pedagógico dentro del hogar y la comunidad. En Japón, las onna daigaku —textos escritos por y para mujeres— transmitían enseñanzas sobre ética, familia y armonía social. Aunque muchas veces su función era formar a las mujeres dentro de un sistema jerárquico, también reflejaban una forma de educación centrada en el respeto y la sabiduría interior.
La vigencia de las mujeres sabias hoy
El legado educativo de las mujeres sabias de la antigüedad continúa vivo, aunque muchas veces de manera invisible. En las aulas modernas, en los espacios de formación comunitaria o en la transmisión de saberes ancestrales, aún resuena su influencia. La educación actual, que busca integrar la emoción, la empatía y la conexión con la naturaleza, recupera muchos de sus principios. Enseñar ya no se entiende solo como impartir conocimientos, sino como acompañar procesos, guiar con sensibilidad y reconocer el valor de la experiencia.
Mirar hacia esas mujeres del pasado es reconocer que la educación no comenzó en las universidades ni en las grandes instituciones, sino en los hogares, en los templos y en los campos. Fue el resultado del trabajo silencioso de quienes enseñaron sin títulos, pero con sabiduría profunda. Recuperar su historia es, también, una forma de honrar la enseñanza más antigua: aquella que nace del cuidado, la intuición y la comprensión del otro.
Hoy, cuando las escuelas buscan métodos más humanos y cercanos, recordar a las mujeres sabias de la antigüedad es recuperar una visión educativa que unía conocimiento y vida. Ellas fueron las primeras maestras de la humanidad, las que enseñaron a pensar con el corazón, a escuchar con atención y a aprender con el alma.
