Por: Maximiliano Catalisano
En cada aula, más allá de los contenidos, se respira un ambiente. Hay escuelas que se sienten livianas, donde el trabajo fluye, donde las personas se saludan con una sonrisa y el diálogo es posible. Y hay otras en las que pesa el cansancio, el malestar y el ruido de lo urgente. Hablar de escuelas que cuidan no es hablar de un ideal inalcanzable, sino de una necesidad concreta: construir espacios donde el bienestar docente y el clima escolar sean tan importantes como la enseñanza misma. Porque sin bienestar, no hay aprendizaje profundo; sin un clima saludable, no hay comunidad educativa que perdure.
El bienestar docente es una condición esencial para que la escuela funcione de manera armónica. Los maestros y profesores que se sienten escuchados, acompañados y valorados son los que pueden sostener la tarea pedagógica con entusiasmo y compromiso. No se trata de negar las dificultades, sino de aprender a gestionarlas en conjunto. Una escuela que cuida no es aquella donde todo es perfecto, sino aquella donde los problemas se abordan en equipo, con respeto y empatía.
El bienestar como base del trabajo educativo
Durante años, el foco de las políticas y proyectos escolares estuvo puesto en los resultados académicos, las evaluaciones o los logros institucionales. Sin embargo, poco se hablaba de la salud emocional y del bienestar de quienes hacen posible la educación cada día: los docentes. El cuidado de los equipos no es un lujo, sino una estrategia de sostenibilidad. Cuando un docente se siente agotado o desmotivado, su capacidad de enseñar se ve afectada, al igual que la de los estudiantes para aprender.
Generar bienestar en la escuela comienza con reconocer las emociones, dar espacio a la palabra y construir relaciones de confianza. Un clima laboral saludable no surge por azar: se construye con gestos cotidianos, con escucha activa, con pausas necesarias y con la posibilidad de compartir las dificultades sin miedo al juicio. Las reuniones de equipo, los espacios de intercambio y las redes de acompañamiento docente pueden convertirse en verdaderos refugios dentro de una tarea exigente y a veces solitaria.
El bienestar también tiene que ver con la organización institucional. Horarios razonables, claridad en las tareas, comunicación transparente y un sentido compartido del propósito son factores que disminuyen el estrés y fortalecen el sentido de pertenencia. Cuando las reglas son claras y las decisiones se toman de forma participativa, el clima se vuelve más previsible y las tensiones se reducen.
El clima escolar como espejo de la convivencia
El clima escolar no se construye solo entre docentes: involucra a toda la comunidad. Es la suma de los vínculos entre alumnos, familias, directivos y personal administrativo. En una escuela que cuida, el respeto y la colaboración reemplazan la desconfianza y la competencia. Los conflictos no se ocultan, se abordan desde la palabra y la escucha. Un buen clima no significa ausencia de desacuerdos, sino capacidad para resolverlos de manera constructiva.
La manera en que se gestionan las emociones colectivas tiene un impacto directo en el aprendizaje. Cuando los estudiantes perciben que los adultos trabajan en armonía y que la escuela es un espacio de contención, se sienten más seguros y confiados. El bienestar docente se transmite, se contagia: una clase donde el profesor disfruta de su tarea es un espacio donde los alumnos aprenden con más motivación.
Cuidar el clima escolar también implica repensar los tiempos y los espacios. A veces, una pausa compartida, un gesto de reconocimiento o una actividad de convivencia puede fortalecer los lazos más que una reunión formal. Las instituciones que promueven la colaboración y celebran los logros colectivos son las que logran mantenerse unidas frente a las dificultades.
Estrategias para cuidar a quienes cuidan
El primer paso para construir escuelas que cuidan es reconocer que el bienestar se aprende y se enseña. La formación docente debería incluir herramientas para la gestión emocional, la comunicación asertiva y la resolución de conflictos. Aprender a cuidar de sí mismo es tan importante como aprender a cuidar a los demás.
Las prácticas de autocuidado no son un tema menor. Pequeños cambios —como incorporar pausas activas, promover el trabajo cooperativo, respetar los tiempos personales o brindar apoyo en momentos de crisis— pueden marcar una gran diferencia. También lo es generar espacios donde el humor, la creatividad y la empatía tengan lugar. Cuidar no es solo acompañar en el malestar, sino también celebrar el bienestar cuando aparece.
La escuela, como comunidad humana, puede ser un refugio o una fuente de desgaste. Depende de las decisiones cotidianas, del modo en que se construyen los vínculos y de la importancia que se le dé a la salud emocional del equipo. Las escuelas que cuidan no son perfectas, pero se esfuerzan por ser conscientes: saben que cada palabra, cada gesto y cada encuentro deja huella en quienes aprenden y enseñan.
Hacia una cultura del cuidado escolar
Hablar de bienestar docente y clima saludable no es una moda, es una transformación cultural. Implica reconocer que educar también es cuidar, que el aprendizaje florece en ambientes donde las personas se sienten valoradas y que el cuidado mutuo es un acto profundamente pedagógico. Una escuela que cuida enseña no solo con contenidos, sino con actitudes: enseña a convivir, a respetar, a escuchar y a acompañar.
El desafío está en sostener esa cultura del cuidado más allá de los discursos, en hacerla visible en la organización, en la convivencia y en el trato diario. Cuando una institución se propone cuidar a su gente, se vuelve más humana, más sólida y más capaz de transformar realidades. Las escuelas que cuidan no solo enseñan mejor, sino que enseñan a vivir mejor.
