Por: Maximiliano Catalisano
Durante mucho tiempo, la escuela pareció olvidar que los alumnos aprenden con todo su cuerpo. La enseñanza tradicional, centrada en la quietud, el silencio y la repetición, relegó al cuerpo a un segundo plano, como si pensar y moverse fueran acciones incompatibles. Sin embargo, la neurociencia, la pedagogía contemporánea y la experiencia docente cotidiana confirman algo que los niños ya saben por naturaleza: el cuerpo no es un obstáculo para aprender, sino una puerta de entrada al conocimiento. Reconocer la relevancia del cuerpo en los procesos de aprendizaje es volver a conectar la mente con la experiencia, la emoción con la acción, y la palabra con el gesto.
Desde que nacemos, aprendemos moviéndonos. Gatear, correr, tocar, imitar, explorar y jugar son las primeras formas en que el ser humano comprende el mundo. En la escuela, sin embargo, ese impulso natural suele ser contenido. Se pide al alumno que se quede quieto, que mire al frente, que escuche sin moverse, como si el cuerpo no tuviera nada que decir. Pero el cuerpo aprende, recuerda, comunica y expresa. Cada gesto, cada desplazamiento, cada mirada y postura forma parte del acto de pensar. Por eso, enseñar teniendo en cuenta al cuerpo no significa fomentar el desorden, sino comprender que el aprendizaje real ocurre cuando el cuerpo participa activamente del proceso.
El cuerpo como puerta de entrada al conocimiento
El cuerpo no es solo un soporte físico, sino un lenguaje en sí mismo. A través del movimiento, los estudiantes integran conceptos, se expresan y construyen significados. La memoria corporal permite asociar emociones, experiencias y saberes, reforzando la comprensión y el recuerdo. Un niño que aprende una canción con gestos, un grupo que dramatiza un hecho histórico o una clase que utiliza juegos de rol para resolver conflictos, no solo están “divirtiéndose”: están incorporando el aprendizaje de manera profunda y significativa.
Las investigaciones en neuroeducación muestran que el movimiento estimula áreas del cerebro vinculadas con la atención, la memoria y la creatividad. Cuando los estudiantes se mueven, su cerebro libera sustancias que mejoran la concentración y favorecen la conexión entre ideas. Por eso, las clases que combinan expresión corporal, dramatización o actividades prácticas logran aprendizajes más duraderos. Aprender con el cuerpo es aprender desde la experiencia, y la experiencia deja huella.
La educación física, el arte, la música o el teatro han sido históricamente los espacios donde el cuerpo tenía permiso para expresarse, pero la integración del movimiento puede atravesar todas las áreas curriculares. En matemáticas, al representar figuras con el cuerpo; en lengua, al dramatizar un cuento; en ciencias, al simular los movimientos de los planetas o los procesos naturales. Cada disciplina puede encontrar su forma de hacer visible que pensar no ocurre solo en la cabeza.
La emoción y el cuerpo en el aprendizaje
El cuerpo también es el lugar donde habitan las emociones, y estas influyen directamente en cómo aprendemos. No se puede enseñar a un alumno que está angustiado o paralizado por el miedo, ni esperar concentración en alguien que necesita moverse o expresarse. Por eso, atender al cuerpo implica también leer las señales emocionales que aparecen en el aula: un gesto de aburrimiento, una postura de desinterés, una mirada inquieta. Los docentes que aprenden a observar esas señales pueden ajustar sus estrategias y generar ambientes donde los estudiantes se sientan en confianza para aprender.
El movimiento tiene, además, un valor social. A través de juegos, coreografías o actividades grupales, los alumnos aprenden a respetar turnos, cooperar, coordinar y negociar con otros. El cuerpo enseña convivencia, empatía y respeto por los límites propios y ajenos. En una época en la que las pantallas tienden a aislar, recuperar la experiencia del cuerpo compartido en la escuela se vuelve un acto pedagógico y humano.
El aula como espacio de movimiento y presencia
Incorporar el cuerpo al aprendizaje no significa transformar cada clase en una actividad física, sino repensar las dinámicas escolares para incluir la participación activa del estudiante. A veces basta con cambiar la disposición del aula, permitir desplazamientos, incluir pausas activas o realizar actividades que inviten a usar el espacio de manera creativa. Un aula que se mueve también piensa de otro modo.
La educación contemporánea necesita romper con la idea de que el conocimiento es algo que se recibe sentado. Aprender implica estar presente, no solo con la mente, sino también con el cuerpo. Esa presencia corporal favorece la atención plena, la escucha y el compromiso. Cuando los alumnos se sienten parte de lo que ocurre, su aprendizaje se vuelve auténtico.
El cuerpo, además, conecta el aprendizaje con la vida cotidiana. A través del cuerpo percibimos, sentimos, actuamos y transformamos nuestro entorno. Educar desde el cuerpo es enseñar a habitar el mundo con conciencia, a reconocer las propias emociones, a expresarse con libertad y a cuidar de sí y de los otros. El cuerpo es el primer territorio que habitamos y, por eso, también debe ser el primer espacio educativo.
Educar desde la presencia
El docente que incorpora el cuerpo en su práctica no solo está proponiendo una metodología distinta, sino una mirada más integral del aprendizaje. Reconoce que cada estudiante es un ser completo: mente, emoción y cuerpo en diálogo constante. Educar desde la presencia corporal es enseñar a estar, a concentrarse, a escuchar, a respirar antes de hablar, a moverse con sentido. Es un aprendizaje que trasciende los contenidos y se proyecta hacia la vida.
Enseñar con el cuerpo, y no contra él, transforma la experiencia escolar. Los alumnos aprenden con más alegría, se expresan con más seguridad y encuentran en la escuela un lugar donde moverse y pensar son actos complementarios. El cuerpo, lejos de ser un elemento secundario, es el escenario donde ocurre todo aprendizaje. Volver a mirarlo con atención es recuperar la esencia de la educación: aprender siendo, sintiendo y haciendo.