Por: Maximiliano Catalisano

Vivimos en una era en la que la imagen ocupa casi todos los espacios de nuestra atención. Desde las redes sociales hasta las noticias, todo parece diseñarse para ser visto antes que comprendido. En ese contexto visual, la palabra parece haberse vuelto frágil, desplazada a un segundo plano. Sin embargo, su poder sigue siendo inmenso: con palabras se nombra, se piensa, se acuerda, se construye sentido. Defender el valor de la palabra en una época dominada por la imagen no es una nostalgia del pasado, sino una necesidad para el presente. La escuela, como espacio de pensamiento y encuentro, tiene el desafío de enseñar a los alumnos a recuperar la palabra como herramienta de comprensión, diálogo y transformación.

La imagen tiene una fuerza indiscutible: emociona, capta atención, resume ideas. Pero cuando todo se vuelve imagen, cuando lo visual reemplaza lo verbal, corremos el riesgo de perder profundidad. Las palabras no solo describen el mundo, también lo interpretan. A través del lenguaje, los niños y jóvenes construyen su identidad, desarrollan su pensamiento crítico y aprenden a convivir con otros. Por eso, recuperar el valor de la palabra no significa oponerse a la imagen, sino integrarla en una experiencia más consciente y reflexiva.

Cuando lo visual domina el pensamiento

Las pantallas se han vuelto parte del paisaje cotidiano. La inmediatez de las imágenes y los videos breves ha cambiado la manera en que procesamos la información. Los alumnos hoy viven rodeados de estímulos visuales, lo que genera nuevas oportunidades, pero también desafíos. Si la atención se entrena solo en lo rápido, en lo llamativo y en lo superficial, cuesta sostener la reflexión y el diálogo. La palabra, en cambio, requiere tiempo: escuchar, procesar, responder, construir juntos. Es un ejercicio de paciencia y presencia, dos valores escasos en la cultura actual.

La escuela tiene la tarea de equilibrar este escenario. No se trata de rechazar la imagen —sería inútil y contraproducente—, sino de enseñar a mirar con profundidad y a hablar con intención. La educación debe recuperar el valor de la palabra oral y escrita como instrumento para pensar, para discutir y para narrar la experiencia humana. Enseñar a hablar, a escribir y a argumentar es enseñar a habitar el mundo con conciencia.

La palabra como espacio de encuentro

Las palabras unen. Permiten que las personas compartan lo que piensan, sientan lo que el otro expresa y encuentren puntos en común. En una época donde la polarización y los discursos fragmentados se multiplican, la palabra se vuelve una herramienta de reconstrucción social. En el aula, esto se traduce en prácticas sencillas pero poderosas: el diálogo en ronda, la lectura compartida, la escritura colaborativa o la narración de experiencias personales.

El docente tiene un rol fundamental en este proceso. Promover espacios donde la palabra circule libremente ayuda a que los estudiantes aprendan a escuchar sin interrumpir, a disentir sin agredir, a expresar sin miedo. La palabra, usada con respeto, es un puente. Cuando se la reemplaza por imágenes rápidas o mensajes breves sin contexto, ese puente se debilita. La escuela puede ser el lugar donde ese lazo se reconstruya, donde cada voz encuentre su valor y su sentido.

Educar para decir y para pensar

Hablar y escribir no son solo habilidades comunicativas, son también formas de pensar. El pensamiento se organiza en palabras, y cuando los jóvenes tienen menos oportunidades para expresarse, su pensamiento se empobrece. Por eso, fomentar el uso de la palabra en la escuela es también fomentar el pensamiento crítico. Cada vez que un alumno logra poner en palabras lo que siente o lo que comprende, está dando un paso hacia la autonomía intelectual y emocional.

Una educación que valora la palabra invita a leer, a preguntar, a debatir, a construir ideas propias. En una sociedad donde la velocidad de la imagen muchas veces impide la reflexión, enseñar a detenerse y elaborar una respuesta se vuelve un acto formativo. Escuchar y hablar con sentido son aprendizajes que atraviesan todas las áreas del conocimiento. En una clase de Ciencias, por ejemplo, explicar un fenómeno con claridad es tan importante como observarlo. En una clase de Historia, poner en palabras los procesos humanos ayuda a entender el presente. La palabra ordena, conecta y da sentido a la experiencia escolar.

La imagen y la palabra no son enemigas

Aunque pueda parecerlo, la imagen y la palabra no están en conflicto. Ambas pueden convivir y complementarse. La imagen despierta emoción, pero la palabra da profundidad. La imagen muestra, la palabra interpreta. La educación contemporánea puede usar lo visual como punto de partida para un trabajo con la palabra: una fotografía puede disparar una descripción, un video puede abrir un debate, una ilustración puede inspirar una historia. Se trata de enseñar a los estudiantes a leer imágenes y a traducirlas en palabras, a pensar lo que ven y a decir lo que piensan.

Esa articulación entre imagen y palabra es clave para formar ciudadanos capaces de comprender los mensajes que los rodean. La cultura actual exige lectores visuales, pero también hablantes y escritores conscientes. Si las imágenes son la puerta de entrada, la palabra es el camino que permite avanzar hacia una comprensión más profunda del mundo.

Recuperar la palabra es recuperar el sentido

En tiempos donde las imágenes se suceden sin pausa, donde los mensajes se reducen a emojis o frases instantáneas, recuperar la palabra es también recuperar el sentido de lo humano. Hablar y escribir son actos que nos distinguen, que nos permiten reflexionar sobre lo que hacemos y soñamos. La escuela, más que nunca, tiene la misión de enseñar a los niños y jóvenes a cuidar la palabra, a usarla con responsabilidad, a descubrir en ella la posibilidad de crear, comprender y transformar.

La palabra tiene la fuerza de construir comunidad, de curar heridas, de iluminar lo que la imagen no alcanza a mostrar. En un mundo que prioriza lo visible, defender la palabra es un gesto de profundidad y esperanza. Porque las imágenes capturan momentos, pero las palabras construyen memoria.