Por: Maximiliano Catalisano

Cuando el calendario escolar avanza a toda velocidad, los tiempos no alcanzan y las exigencias se multiplican, acompañar a los equipos docentes se vuelve una necesidad ineludible. Las reuniones, los informes, las planificaciones, las demandas familiares y las emociones acumuladas conviven en jornadas largas y densas. En ese escenario, no hace falta tener todas las respuestas, pero sí estar presentes. Escuchar, ofrecer un espacio de diálogo, repartir tareas y habilitar pausas puede marcar una diferencia que no se mide en resultados, pero sí en bienestar.

Acompañar no es resolver por el otro, ni controlar desde la distancia. Se trata más bien de construir confianza. A veces una conversación breve al comenzar el día, un mensaje de reconocimiento, o simplemente estar disponible para pensar juntos una solución puede ayudar a aliviar cargas invisibles. También importa cuidar los tiempos: evitar extender reuniones innecesarias, no delegar tareas a último momento y respetar los espacios personales fortalece el compromiso colectivo.

Organizar las prioridades de manera realista también es clave. En tiempos de sobrecarga, no se puede todo. Hay que poder soltar lo accesorio, negociar lo urgente y, sobre todo, legitimar la pausa. Promover instancias de autocuidado, compartir recursos simples para la planificación o facilitar herramientas tecnológicas puede facilitar mucho el trabajo docente, especialmente cuando hay buena disposición, pero poca energía.

No se trata de pedir menos compromiso, sino de poner el foco en lo que importa: enseñar, acompañar a los estudiantes, sostener el vínculo con las familias, y hacerlo sin perder el sentido. En la escuela, cada persona cuenta. Y si quienes enseñan se sienten acompañados, escuchados y valorados, todo fluye mejor, incluso en contextos complejos.