Por: Maximiliano Catalisano
Nadie nace sabiendo manejar lo que siente. Mucho menos un niño o una niña que está descubriendo el mundo y que, muchas veces, se enfrenta a emociones que no sabe cómo nombrar, expresar o entender. La frustración y la ansiedad aparecen en muchas situaciones cotidianas: cuando algo no sale como esperaban, cuando pierden en un juego, cuando no logran hacer una tarea, cuando se enfrentan a un cambio o simplemente cuando sienten que no tienen el control. En esos momentos, el rol de los adultos es fundamental. No se trata de evitarles todas las dificultades, sino de enseñarles a transitar esos momentos con recursos, contención y calma.
La frustración no es un problema a eliminar, sino una oportunidad de aprendizaje. Aceptar que no siempre se puede ganar, que a veces las cosas cuestan, que equivocarse es parte del proceso, les permite a los niños construir una mirada más realista y flexible del mundo. Lo importante es acompañarlos para que no vivan esos momentos como un fracaso personal, sino como una experiencia de crecimiento. Reconocer su esfuerzo, validar sus emociones y mostrar que equivocarse no los define, son gestos que marcan una enorme diferencia.
La ansiedad, por su parte, aparece cuando el futuro se llena de preguntas y miedos. Puede manifestarse en conductas de irritabilidad, en dificultades para dormir, en preocupación excesiva o en malestares físicos. Ayudarlos a poner en palabras lo que les pasa, enseñarles técnicas de respiración, generar rutinas predecibles y brindar espacios de escucha son formas concretas de ayudarlos a sentirse más seguros. Los niños necesitan saber que no están solos, que lo que sienten es válido y que pueden aprender a calmarse.
También es importante que los adultos revisemos nuestras propias respuestas. Si ante un berrinche, una crisis o una expresión de angustia respondemos con enojo o minimizando lo que sienten, les estamos transmitiendo que sus emociones son un problema. En cambio, si respondemos con calma, empatía y límites claros, les damos un modelo de gestión emocional que van a poder incorporar con el tiempo.
La educación emocional no sucede solo en un aula o en un momento específico. Sucede todos los días, en los pequeños gestos, en los momentos de juego, en las conversaciones antes de dormir o en las situaciones difíciles. Acompañar no es resolverles todo, sino darles herramientas. Es mostrarles que todas las emociones son parte de la vida, que pueden aprender a conocerlas y a manejarlas. Porque aprender a gestionar la frustración y la ansiedad no solo les permite sentirse mejor en el presente, sino que les da una habilidad valiosísima para toda la vida.