Por: Maximiliano Catalisano
La enseñanza es una de las profesiones más demandantes, no solo por la carga de trabajo, sino por la responsabilidad emocional que implica. Preparar clases, corregir trabajos, atender a estudiantes con diversas necesidades y cumplir con las exigencias administrativas pueden generar agotamiento físico y mental. Cuando el estrés se acumula sin una estrategia para manejarlo, el riesgo de burnout se vuelve una realidad.
Para evitarlo, es fundamental reconocer las señales de alerta: cansancio extremo, desmotivación, irritabilidad y dificultad para concentrarse. Estos síntomas no solo afectan el bienestar personal, sino que también repercuten en la calidad de la enseñanza.
Encontrar un equilibrio entre las responsabilidades laborales y el bienestar personal es clave. Establecer límites claros en el horario de trabajo, aprender a delegar tareas y priorizar lo realmente importante ayuda a reducir la sobrecarga. Incorporar momentos de descanso y actividades que generen bienestar, como la práctica de ejercicio, la meditación o simplemente desconectar de las pantallas, puede marcar una gran diferencia.
El apoyo entre colegas también es fundamental. Compartir experiencias con otros docentes, pedir ayuda cuando sea necesario y generar espacios de diálogo dentro de la institución permite afrontar los desafíos diarios con mayor tranquilidad. Además, la formación en gestión emocional y estrategias de afrontamiento puede ser una herramienta valiosa para prevenir el desgaste profesional.
Cuidar la salud mental y emocional no es un lujo, sino una necesidad para quienes enseñan. Un docente que se siente bien y equilibrado podrá transmitir energía, paciencia y creatividad en el aula, generando un impacto positivo en sus estudiantes.