Por: Maximiliano Catalisano

Hablar en público, participar en clase, contar ideas con claridad o leer en voz alta puede ser una experiencia incómoda para muchos estudiantes. La expresión oral, sin embargo, es una habilidad esencial para aprender, vincularse y crecer. Cuando se trabaja desde el juego y el arte, esa incomodidad se transforma en curiosidad, en risa, en sorpresa. Por eso, el teatro en el aula, más que una actividad extra, puede ser una estrategia poderosa para potenciar la comunicación en todos los niveles.

No se trata de montar obras completas ni de improvisar clases de actuación. El teatro, en su versión más lúdica y accesible, ofrece juegos y dinámicas que mejoran la dicción, el uso del cuerpo, la seguridad al hablar y la escucha activa. A través del juego dramático, los estudiantes practican sin darse cuenta. No sienten que están siendo evaluados. Se sueltan. Disfrutan.

Una de las primeras ventajas de incluir teatro en la rutina escolar es que permite abordar el miedo a equivocarse. Cuando una actividad parte del juego, el error no pesa. Al contrario: genera risas, creatividad y posibilidades. Juegos como “teléfono descompuesto”, “eco de palabras” o “cambio de roles” ayudan a ejercitar el habla en situaciones que no presionan. Los chicos se animan más cuando no hay un resultado final que alcanzar, sino un momento compartido donde todos participan.

También se mejora notablemente la escucha. En muchas dinámicas teatrales, los estudiantes deben responder a lo que el otro dice o hace. Esto exige estar atentos, interpretar intenciones y respetar los turnos. Y aunque parezca una obviedad, la escucha es el primer paso para expresarse mejor. Cuando un niño o adolescente escucha bien, puede organizar mejor sus ideas, responder con sentido y conectar con su interlocutor.

Otra herramienta muy valiosa es el uso del cuerpo. La comunicación no es solo oral; también es corporal. Juegos donde se trabaja con mímica, desplazamiento o gestos permiten que los chicos descubran que su cuerpo también comunica. Esto les da más recursos, más confianza y más conciencia sobre cómo los perciben los demás.

Un recurso que no falla es la creación de personajes. Proponer que los estudiantes inventen y representen personajes les permite explorar otros puntos de vista, salir del yo y experimentar con otros registros de voz, vocabulario o tono. Se puede comenzar con algo tan simple como representar a un personaje conocido (una figura pública, un personaje de cuento, un familiar) y hacer una entrevista imaginaria. Este tipo de juego ayuda a desinhibirse, estimula la imaginación y abre la puerta al trabajo con distintos tipos de textos.

En niveles iniciales y primarios, el teatro se puede introducir con juegos de repetición, dramatización de cuentos o secuencias de movimientos. Lo importante es que sea breve, participativo y que permita cambiar de rol con frecuencia. En secundaria, en cambio, se puede trabajar más con debates, escenas improvisadas, teatro leído o juegos de argumentación. Incluso es posible vincularlo con temas curriculares y que los estudiantes representen situaciones vinculadas a historia, ética o literatura.

En todos los casos, lo fundamental es que el docente cree un clima de confianza. El teatro no funciona si hay burla, exposición innecesaria o exigencia desmedida. Para que los estudiantes se expresen, tienen que sentirse seguros, respetados y, sobre todo, comprendidos en su ritmo. Por eso, los juegos deben ser voluntarios, adaptables, y pensados como espacios de exploración y no de resultado.

Además, el teatro en el aula también fortalece la cohesión grupal. Cuando se trabaja en escena, se aprende a ceder, a construir en conjunto, a adaptarse a los demás. Esto mejora la convivencia y crea vínculos más genuinos. Muchas veces, estudiantes que se muestran retraídos en lo académico encuentran en estos espacios una manera de brillar, de mostrarse tal como son.

Para los docentes que no tienen formación actoral, la clave está en empezar con propuestas simples. No es necesario contar con vestuario, luces o escenarios. Un rincón del aula, una música que acompañe, o incluso el patio pueden ser espacios teatrales si se los habita con intención. Lo que cuenta es la posibilidad de expresarse, de jugar con la palabra, con la voz y con el cuerpo. Poco a poco, los estudiantes se animan más. Y eso se traslada también al trabajo en otras áreas.

La expresión oral no se construye solo con oraciones bien estructuradas. Se entrena con juego, con emoción, con presencia. El teatro, bien usado, permite recuperar eso. Que cada estudiante encuentre su voz, que aprenda a compartirla y que descubra que comunicarse puede ser también una forma de crear.