Por: Maximiliano Catalisano

Cada vez más familias, docentes y profesionales comienzan a hablar sobre salud mental infantil y adolescente. Y eso ya es un gran paso. Por años, el malestar emocional de los más chicos fue minimizado, confundido con rebeldía o falta de límites. Hoy sabemos que los chicos también sufren, también se angustian, también necesitan ser escuchados. La diferencia es que, muchas veces, no cuentan con las herramientas para expresar lo que sienten. Por eso, aprender a observarlos y a intervenir a tiempo puede hacer una diferencia enorme.

En la escuela, los cambios en el comportamiento suelen ser una primera señal de alarma. Cuando un estudiante baja el rendimiento de manera repentina, se aísla, está irritable o muestra desinterés generalizado, es probable que algo más esté ocurriendo. No se trata de diagnosticar, sino de acompañar. Muchas veces, una escucha activa, una pregunta hecha con sensibilidad o el trabajo conjunto con la familia puede abrir la puerta a mejoras reales.

La prevención empieza en lo cotidiano. Fomentar el buen trato, construir un clima de respeto y confianza en el aula, hablar con naturalidad sobre las emociones, enseñar a pedir ayuda y a reconocer cuándo algo duele, son pasos simples pero poderosos. La salud mental no es un asunto exclusivo del gabinete psicopedagógico: atraviesa todos los espacios de la vida escolar, desde los recreos hasta las tareas grupales.

El rol de los adultos es clave para detectar señales tempranas y evitar que los malestares se profundicen. Muchos chicos no saben poner en palabras lo que les pasa, pero lo muestran con el cuerpo o con conductas que incomodan. Por eso, más que juzgar, hay que mirar con atención y preguntar desde la cercanía. No siempre tendremos las respuestas, pero saber que alguien está disponible ya es una forma de alivio.

También es importante reconocer que la salud mental se cuida en red. Familia, escuela y profesionales pueden trabajar juntos, sin culpas ni reproches, para generar entornos donde los chicos se sientan seguros y validados. No se trata de evitar todo malestar, sino de ofrecer sostén cuando el dolor aparece, para que no se vuelva una carga solitaria.

Visibilizar estas situaciones es parte del compromiso que tenemos como sociedad. El bienestar emocional en la infancia y adolescencia no debe ser un lujo ni un privilegio, sino una necesidad básica. Cada gesto cuenta. Y lo que hoy sembremos en ese sentido, impactará directamente en los adultos que estos chicos serán mañana.