Por: Maximiliano Catalisano

En cada rincón de una escuela hay alguien sosteniendo, conteniendo, reparando, ofreciendo mucho más que saberes académicos. Hay docentes que escuchan historias difíciles antes de empezar la clase, hay preceptoras que advierten cambios de humor y alertan silencios, hay equipos directivos que absorben tensiones que no se ven en los papeles. El trabajo cotidiano en una institución escolar va mucho más allá del dictado de contenidos: se trata, en gran parte, de cuidar. Pero en ese intento por sostener a los demás, muchas veces quienes cuidan quedan solos. ¿Quién se ocupa de su bienestar emocional? ¿Cómo se protege a quienes cada día se enfrentan a situaciones desgastantes, a vínculos complejos, a decisiones difíciles? Cuidar a quienes cuidan no es un extra, es una necesidad que se vuelve urgente.

El desgaste que no siempre se nombra

El trabajo en la escuela está atravesado por una enorme carga emocional. Se trabaja con personas, con historias, con vínculos. No hay fórmulas para resolver lo imprevisible ni recetas para cada caso. Cuando una familia atraviesa una crisis, cuando un alumno expresa su dolor con violencia o cuando una compañera se quiebra en plena jornada, no hay espacio para la indiferencia. Sin embargo, ese impacto emocional muchas veces queda sin nombre. Se asume que es parte del trabajo. Que hay que seguir. Que hay que poder con todo. Y ese mandato de fortaleza termina desgastando más que el propio conflicto.

El cuerpo también habla

Las señales no siempre llegan desde lo emocional. Muchas veces es el cuerpo el que avisa. Dolores de cabeza persistentes, insomnio, contracturas, agotamiento constante. Síntomas que no siempre se asocian al trabajo emocional, pero que lo expresan claramente. El malestar acumulado encuentra salida en lo físico, y si no se atiende, se convierte en enfermedad. El acto de cuidar a otros requiere energía, presencia, entrega. No puede sostenerse de forma infinita sin consecuencias. Ignorar los propios límites no es compromiso, es negación.

Cuidar no es salvar

Uno de los errores más comunes es confundir el cuidado con la salvación. Muchos docentes sienten que deben resolver todo: acompañar a cada estudiante, intervenir en cada conflicto, garantizar aprendizajes aun en contextos muy adversos. Esa idea de omnipresencia, de estar para todo y para todos, termina siendo una trampa. Nadie puede ocuparse de todo. Nadie debería sentirse culpable por no llegar a todo. A veces, cuidar también es saber derivar, compartir, pedir ayuda. Reconocer que no se puede solo es un acto de responsabilidad.

El equipo como red

Una de las formas más potentes de cuidar a quienes cuidan es fortalecer los espacios colectivos. Un equipo que se escucha, que se respalda, que se permite el error y el descanso, construye una red donde el malestar no queda a solas. Las reuniones no pueden ser sólo para resolver urgencias o cargar planillas. También deberían habilitar la palabra, el reconocimiento, el alivio. Nombrar lo que duele, compartir una inquietud, sentirse acompañado, puede ser más transformador que cualquier protocolo. El grupo no borra el cansancio, pero lo hace más llevadero.

El rol de los equipos directivos

Quienes conducen una institución también necesitan cuidado. No son figuras distantes ni invulnerables. Muchas veces cargan con decisiones difíciles, reclamos contradictorios, presiones constantes. Están entre las exigencias del sistema y las necesidades del equipo. Por eso, también necesitan espacios de escucha, de formación, de acompañamiento. Y también pueden ser agentes clave para promover un clima de trabajo saludable, donde se valore la palabra, se respete el descanso, se reconozca la tarea de cada uno sin exigencias desmedidas. Una conducción que cuida no impone, acompaña.

Hablar del cansancio no es debilidad

Durante años se instaló la idea de que en la escuela no se puede mostrar vulnerabilidad. Que hay que estar siempre con energía, con paciencia, con vocación. Pero esa imagen heroica es insostenible. La humanidad del docente no es un problema, es una potencia. Reconocer el cansancio, hablar del malestar, expresar el dolor no significa debilidad. Al contrario: habilita una cultura institucional más honesta, más empática, más real. Porque el cuidado no puede ser unidireccional. Tiene que circular.

Algunas decisiones que marcan la diferencia

Cuidar a quienes cuidan no requiere grandes estructuras. A veces, alcanza con pequeños gestos que cambian el clima de trabajo: distribuir tareas de forma justa, no sobrecargar a quienes siempre dan más, valorar el esfuerzo, habilitar pausas, garantizar espacios de escucha, ofrecer formación sobre el manejo emocional. Una jornada de trabajo más humana no se construye con discursos, sino con prácticas concretas. Si cuidar está en el centro de lo que hace la escuela, entonces debe aplicarse también hacia adentro.

Una cultura que priorice el bienestar

El cuidado no es solo responsabilidad de cada docente. Es una construcción colectiva que requiere una cultura institucional que lo priorice. Una escuela que pone el bienestar en el centro no solo piensa en cómo enseñar mejor, sino en cómo sostener mejor. Porque una escuela donde los adultos están agotados no puede acompañar a los estudiantes con la presencia que necesitan. Cuidar a quienes cuidan no es un lujo: es una condición para que todo lo demás sea posible.