Por: Maximiliano Catalisano
El inicio del año escolar está marcado por un torbellino de decisiones, trámites, planificación, reuniones y urgencias que muchas veces recaen sobre las mismas personas. Directivos, secretarios, docentes y preceptores se enfrentan a un escenario que demanda velocidad, coordinación y mucha capacidad para sostener lo inesperado. En ese contexto, saber delegar se vuelve una herramienta indispensable. No solo para repartir mejor las tareas, sino para construir un modo de trabajo más colaborativo, ágil y humano. Delegar no es soltar responsabilidades, sino compartir el camino con otros que también pueden aportar a que todo funcione mejor.
En las primeras semanas del ciclo lectivo hay tareas que sí o sí deben realizarse: la actualización de legajos, la recepción de familias, la organización de horarios, la distribución de cursos, la coordinación con los equipos técnicos, la asignación de espacios físicos, la carga en sistemas digitales, el armado de actas, la disposición de materiales escolares, la validación de listados oficiales, entre otras. No todas requieren el mismo nivel de toma de decisiones. Por eso, una de las claves es distinguir cuáles son las tareas que pueden delegarse sin comprometer el sentido institucional.
El armado de carteleras, la organización de materiales didácticos, la limpieza de pizarras, la preparación de salas o el control de asistencia inicial pueden ser tareas perfectamente delegadas en personal auxiliar o docentes que estén disponibles. Incluso los estudiantes mayores, en algunas instituciones, pueden colaborar en tareas organizativas si se les brinda una guía clara y una intención pedagógica. Lo importante es no asumir que todo debe resolverse de forma centralizada, ya que eso suele generar sobrecargas que terminan afectando la calidad de otras decisiones más importantes.
En cuanto a la carga de datos, muchos sistemas permiten que haya diferentes perfiles de usuario con accesos parciales. Delegar la carga de ciertos datos administrativos en personal habilitado, siempre bajo supervisión, puede ahorrar mucho tiempo y evitar errores que luego cuestan doble. Para eso es clave que quienes colaboran en estas tareas tengan información clara, formatos definidos y canales de consulta directa ante dudas. La delegación funciona mejor cuando se acompaña con formación específica y seguimiento.
Las comunicaciones a las familias, los recordatorios sobre documentación pendiente o los avisos sobre fechas pueden organizarse también con la ayuda de quienes tienen acceso a los grupos de contacto o redes escolares. Delegar la redacción y envío de mensajes no quita responsabilidad, siempre y cuando se definan criterios comunes y se revisen previamente los textos. Muchas veces, un preceptor, un secretario o un docente referente puede ser quien mantenga el hilo comunicativo con cada grupo.
En las reuniones iniciales, suele haber tareas que se repiten y pueden anticiparse. La preparación del acta, la impresión de materiales, el armado del espacio, la verificación de asistencia y el seguimiento posterior de lo acordado pueden organizarse en equipos. Incluso se pueden pensar roles rotativos para que no siempre las mismas personas carguen con lo operativo. El tiempo que se libera en lo logístico permite concentrarse mejor en lo pedagógico, que es lo que realmente requiere reflexión y planificación colectiva.
La delegación también puede pensarse en términos de acompañamiento a docentes nuevos o suplentes. Designar referentes por área o por curso que ayuden en los primeros días permite que los equipos se integren más rápido y con menos desgaste. Muchas veces, esos gestos de bienvenida determinan cómo será el clima de trabajo durante el resto del año. No se trata de tareas complejas, sino de gestos concretos: acompañar a conocer el edificio, explicar cómo se organizan las reuniones, compartir horarios, ofrecer recursos usados en ciclos anteriores.
Otro espacio donde la delegación cobra fuerza es en la revisión de documentos institucionales. Si bien la conducción suele tener la responsabilidad formal de estos textos, pueden organizarse equipos de lectura y devolución entre docentes para detectar inconsistencias, proponer mejoras o pensar ajustes. El tiempo de corrección y edición se reduce notablemente si se distribuye entre varias personas. A la vez, esa dinámica favorece la apropiación real de los documentos por parte del equipo.
Lo importante es que la delegación no sea improvisada. Para que funcione, necesita claridad, acuerdos y confianza. Quien delega debe poder explicar qué espera, qué plazos hay y qué nivel de autonomía tiene la persona a cargo. Y quien recibe la tarea necesita saber que su aporte tiene valor, que será tenido en cuenta y que cuenta con respaldo en caso de inconvenientes. No se trata de “sacarse tareas de encima”, sino de construir una lógica de trabajo distribuido donde todos puedan hacer su parte con claridad.
Empezar el año escolar con esta mirada puede marcar la diferencia. No solo porque alivia la sobrecarga de quienes suelen asumir múltiples funciones, sino porque promueve un modo de organizar la escuela más participativo y sustentable. Delegar no es debilitar la organización, es fortalecerla. Es confiar en el otro, distribuir el protagonismo y reconocer que nadie puede con todo, pero todos pueden con algo. Y eso, en una institución educativa, es el punto de partida para que las cosas empiecen a caminar con mayor fluidez.