Por: Maximiliano Catalisano

En la vida escolar no todo transcurre de manera perfecta ni armónica. A veces los estudiantes presencian momentos en los que dos docentes no piensan igual y expresan sus diferencias en voz alta. Para algunos, estos episodios son incómodos y deberían evitarse; para otros, en cambio, pueden convertirse en instancias de aprendizaje si se abordan de manera constructiva. La escuela no solo transmite conocimientos, también enseña modos de convivir, y los desacuerdos entre adultos frente a los alumnos, cuando son bien manejados, revelan que los conflictos no siempre deben vivirse como un problema, sino como una oportunidad.

Lo interesante de estas situaciones es que muestran la vida real en acción. Los chicos observan cómo se resuelven las tensiones, qué lenguaje se utiliza, cómo se defiende un punto de vista y, sobre todo, cómo se llega a un entendimiento. Esos aprendizajes, aunque no figuren en ningún manual, son parte de la formación ciudadana y social que la escuela transmite día a día.

La diferencia de opiniones como parte de la vida

Los estudiantes suelen crecer con la idea de que los adultos saben más y que entre ellos no hay dudas ni discusiones. Sin embargo, cuando presencian un desacuerdo entre docentes descubren que las diferencias de criterio existen en todos los ámbitos y que no hay una única manera de pensar o resolver las cosas. Esto abre la puerta a un aprendizaje fundamental: la diversidad de miradas enriquece, aunque en un primer momento genere sorpresa o incomodidad.

Lejos de ser un problema, el desacuerdo pone en juego la importancia de escuchar, argumentar y considerar que la verdad no siempre está de un solo lado. Si los docentes logran mostrar respeto mutuo, incluso cuando no coinciden, los estudiantes entienden que el diálogo es posible aun con posturas opuestas.

El ejemplo que dejan los adultos

Los alumnos aprenden más de lo que ven que de lo que se les dice. Si dos docentes se enfrentan en un clima de tensión y con falta de respeto, probablemente los chicos asimilen que discutir es sinónimo de pelear o desacreditar al otro. Pero si observan que los adultos saben expresarse, defender ideas con argumentos y llegar a un acuerdo sin gritos ni descalificaciones, el mensaje será completamente distinto.

El ejemplo es tan fuerte que muchas veces perdura más que un contenido curricular. En la manera de discutir se transmiten valores como el respeto, la tolerancia, la paciencia y la capacidad de aceptar que alguien piense diferente.

Aprender a gestionar emociones

Los desacuerdos entre docentes frente a los alumnos también enseñan que las emociones forman parte de cualquier interacción humana. La molestia, la sorpresa o incluso la frustración aparecen en el intercambio, pero lo importante no es negarlas, sino aprender a gestionarlas.

Cuando los estudiantes ven a sus docentes manejar la incomodidad sin perder la calma, descubren que controlar la reacción inmediata es posible y que se puede pensar antes de responder. Esta enseñanza emocional es tan valiosa como cualquier otra, porque los prepara para enfrentar sus propios conflictos con pares, en la familia o en la vida futura.

El valor del consenso

Otro aspecto que surge de estas situaciones es la importancia de llegar a acuerdos. Los estudiantes perciben que, aunque haya diferencias, la escuela continúa su marcha porque los docentes logran encontrar un punto en común o al menos una manera de trabajar sin trabar el funcionamiento de la clase.

Este mensaje es poderoso: enseña que la convivencia no depende de pensar todos igual, sino de buscar caminos posibles en conjunto. Al ver cómo sus docentes llegan a consensos, los alumnos incorporan herramientas para su propia vida en sociedad.

Riesgos de un mal manejo del desacuerdo

No todos los desacuerdos enseñan lo mismo. Si la discusión se da en un tono agresivo, con descalificaciones o sin control, los estudiantes pueden interpretar que los conflictos son amenazas y que lo mejor es evitarlos o callar para no generar problemas. En este caso, lo que se transmite es miedo o inseguridad, y la oportunidad de aprendizaje se pierde.

Por eso, la clave está en cómo los docentes deciden encarar la diferencia. No se trata de ocultarla, sino de darle un marco que la vuelva pedagógica y no destructiva. Mostrar respeto, reconocer el error si lo hubo y dar un cierre a la situación son pasos que marcan la diferencia.

Hacia una escuela que enseña a dialogar

La escuela tiene la posibilidad de mostrar que los desacuerdos no son fracasos, sino parte natural de la vida en comunidad. En vez de evitar las discusiones, puede transformarlas en instancias formativas donde los estudiantes aprendan a valorar el diálogo y la construcción colectiva.

En un mundo en el que las diferencias suelen dividir, enseñar que se puede disentir sin romper vínculos es un aprendizaje profundo. Cada vez que los alumnos ven a sus docentes atravesar un desacuerdo con respeto, están recibiendo una lección de ciudadanía que los acompañará mucho más allá del aula.

El desafío no es silenciar los conflictos, sino aprender a transitarlos de modo que dejen huellas positivas. Al final del día, lo que los estudiantes recuerdan no es solo lo que se les enseñó en un libro, sino la forma en que los adultos que los rodeaban supieron convivir en medio de sus diferencias.