Por: Maximiliano Catalisano
En tiempos donde todo parece moverse más rápido, también la escuela corre el riesgo de entrar en una lógica de producción constante: más tareas, más proyectos, más resultados. Pero, ¿qué pasa con los momentos de pausa? ¿Con los espacios donde el cuerpo y la mente pueden respirar? Pensar una pedagogía del descanso no es solo un gesto de cuidado, es una manera de replantear cómo queremos enseñar y aprender, desde otro ritmo y con otra mirada.
El descanso no es pérdida de tiempo. Es parte del proceso. Es en los momentos de pausa donde muchas veces surgen las ideas más creativas, donde se conecta con lo vivido y se genera una comprensión más profunda. Los estudiantes, sobre todo en edades escolares, necesitan alternar momentos de trabajo con espacios de distensión, juego, exploración libre o simplemente silencio.
Una pedagogía del descanso implica habilitar tiempos que no estén pautados por la urgencia. No se trata de dejar de enseñar, sino de enseñar a vivir el aprendizaje con otros tiempos. Esto puede incluir pausas activas, propuestas de relajación o respiración consciente, semanas sin tareas para casa o proyectos que contemplen una gestión flexible del tiempo. También implica dejar de sobrecargar las planificaciones y respetar el ritmo de los grupos y los contextos.
Para los docentes también es una oportunidad para revisar prácticas. ¿Estamos dando espacio al descanso o repitiendo lógicas de agotamiento que vienen de otras épocas? Repensar esto puede mejorar el vínculo con la profesión y con los estudiantes, ayudando a generar un clima más saludable.
Hoy más que nunca, es necesario pensar en la escuela como un lugar que cuide, que escuche, que no solo forme para producir sino también para vivir mejor. Una pedagogía del descanso puede abrir la puerta a una experiencia educativa más humana, más atenta y más respetuosa de los procesos reales de cada persona.