Por: Maximiliano Catalisano

En cada inicio de ciclo lectivo surge la misma imagen: miles de adolescentes ingresan a las aulas de la escuela secundaria con la esperanza de construir un futuro mejor que el de sus familias. Sin embargo, para muchos jóvenes, el punto de partida marca un destino que la educación no siempre logra modificar. Hoy, la secundaria enfrenta una tensión profunda: nació para un mundo que ya no existe, sostiene estructuras que no dialogan con las transformaciones sociales y no siempre ofrece herramientas capaces de contrarrestar desigualdades de origen. Replantearla dejó de ser una propuesta teórica para convertirse en una urgencia que define el futuro de millones de estudiantes.

A lo largo de las últimas décadas, distintos países coincidieron en ampliar la escolaridad obligatoria para garantizar que todos los jóvenes accedan a la secundaria. Sin embargo, el acceso no garantiza trayectorias sólidas ni aprendizajes profundos. La distancia entre quienes crecen en hogares con capital cultural, recursos y acompañamiento, y quienes lo hacen en contextos vulnerables se amplía con el paso de los años, incluso dentro de la misma institución. La promesa de movilidad social que históricamente se adjudicó a la escuela se debilita cuando la secundaria no logra responder a las diferencias de origen.

Uno de los factores más presentes es la rigidez de la estructura escolar. Horarios extensos, materias fragmentadas, programas que no se actualizan y un formato diseñado para estudiantes “tipo” generan barreras adicionales para quienes llegan con menos oportunidades. Muchos jóvenes ven a la escuela como un espacio que no se adapta a sus realidades, donde los desafíos personales, familiares o económicos se chocan con normas que no contemplan la diversidad de trayectorias.

Además, la falta de sentido es uno de los mayores problemas de la secundaria actual. Una parte de los adolescentes siente que los contenidos que aprenden no dialogan con sus intereses, no se vinculan con el mundo laboral y no se conectan con las nuevas formas de comunicación, creatividad y participación social. Esta desconexión tiene consecuencias directas: desmotivación, ausentismo, bajo rendimiento y, en algunos casos, abandono. Para un joven que ya enfrenta obstáculos de origen social, la pérdida de sentido agrava aún más la distancia con sus pares que cuentan con más apoyo y recursos.

El peso de las expectativas familiares y el acompañamiento escolar

Los estudiantes de hogares con mayor capital cultural suelen recibir apoyo para organizar sus tiempos, comprender consignas, buscar información y resolver dificultades académicas. En cambio, quienes provienen de contextos vulnerables muchas veces realizan un doble esfuerzo: estudiar y aprender sin contar con guía externa. Aquí, la escuela secundaria debería lograr una compensación que, en muchos casos, no ocurre. La orientación académica insuficiente, la tutoría limitada y la falta de estrategias personalizadas impactan con más fuerza en los jóvenes que más necesitan apoyo.

El acompañamiento emocional también desempeña un rol central. Los adolescentes que enfrentan problemas económicos, responsabilidades familiares, inseguridad alimentaria o inestabilidad laboral en su hogar llegan a la escuela con preocupaciones que influyen en su rendimiento. Cuando la institución no cuenta con equipos que puedan detectar y acompañar estas realidades, la desigualdad se profundiza.

Una actualización necesaria en contenidos y formas de enseñar

Para que la secundaria pueda contrarrestar el peso del origen social, necesita revisar qué enseña y cómo lo enseña. Los contenidos deben dialogar con el mundo contemporáneo: pensamiento digital, habilidades socioemocionales, ciudadanía activa, creatividad, resolución de problemas y comprensión crítica del entorno. No se trata de sumar materias, sino de reordenar prioridades.

Las metodologías también requieren un cambio profundo. El enfoque basado en proyectos, el aprendizaje colaborativo, el vínculo con la comunidad y la incorporación de dispositivos tecnológicos no como accesorios, sino como herramientas pedagógicas, permiten que los estudiantes se involucren desde otro lugar. Cuando el aprendizaje se vive como experiencia y no como repetición, los jóvenes encuentran un sentido que trasciende el aula.

En muchos países, las escuelas que lograron reducir brechas sociales son aquellas que generaron propuestas flexibles, dinámicas y adaptadas a las necesidades reales de sus estudiantes. La personalización del aprendizaje, las tutorías constantes y la organización de grupos pequeños demostraron ser estrategias potentes para que quienes parten desde situaciones de mayor vulnerabilidad puedan sostener trayectorias positivas.

La importancia de la relación con las familias y la comunidad

La secundaria no puede aislarse de los contextos en los que viven los estudiantes. Una institución que desconoce la realidad de sus barrios, las dinámicas familiares o las problemáticas cotidianas pierde la posibilidad de acompañar de manera efectiva. Las escuelas que dialogan con la comunidad, que trabajan con organizaciones locales, centros de salud, clubes, municipios y otras instituciones sociales logran un impacto mayor, porque amplían la red de apoyo alrededor de los jóvenes.

El vínculo con las familias también es fundamental. Muchas veces se cree que los hogares en situación vulnerable no se involucran por desinterés, cuando en realidad existen barreras como horarios laborales complejos, falta de información o experiencias negativas previas con la escuela. Generar canales de comunicación accesibles, reuniones flexibles y espacios de participación ayuda a disminuir la distancia y favorece trayectorias más sólidas.

Hacia una secundaria que abra oportunidades reales

Repensar la escuela secundaria no es una tarea menor. Implica revisar estructuras, actualizar contenidos, sumar acompañamiento, flexibilizar formatos y construir una relación más cercana con los estudiantes y sus familias. Pero, sobre todo, significa reconocer que la secundaria actual no siempre logra compensar las diferencias de origen social, y que sin cambios profundos seguirá reproduciendo desigualdades que afectan a millones de jóvenes.

La pregunta de fondo es simple: ¿Queremos una secundaria que solo certifique la asistencia o una secundaria capaz de abrir oportunidades reales? La respuesta debería impulsarnos a transformar aquello que ya no funciona, recuperar el sentido del aprendizaje y construir un espacio donde cada adolescente, sin importar su punto de partida, pueda proyectar un futuro con posibilidades.

El desafío está en marcha. La urgencia, también. Lo que está en juego es la capacidad de la educación para convertirse en puente, y no en barrera, entre el origen social y las oportunidades que cada joven merece.