Por: Maximiliano Catalisano

Cada vez resulta más evidente que la escuela no solo transmite conocimientos, sino que también modela hábitos y prácticas que los estudiantes replican en su vida diaria. En este contexto, el impacto ambiental de las instituciones educativas merece una atención especial. Desde el consumo de energía hasta la gestión de residuos, pasando por el uso del agua y los materiales, la huella ambiental de las escuelas es un tema que invita a reflexionar y, sobre todo, a actuar. La buena noticia es que no se necesitan proyectos complicados ni grandes presupuestos para comenzar a marcar la diferencia: pequeñas acciones cotidianas pueden transformar la manera en que los espacios educativos se relacionan con el ambiente, al tiempo que enseñan con el ejemplo a toda la comunidad escolar.

La huella ambiental hace referencia al conjunto de impactos que una institución genera sobre el entorno. En una escuela, este impacto se traduce en consumo de electricidad, calefacción, aire acondicionado, papel, plásticos, alimentos y agua, además de los desechos que se producen a diario. Al analizar estos aspectos, resulta evidente que existe un enorme potencial para mejorar, ya que se trata de espacios donde conviven cientos de personas todos los días. El desafío, entonces, es pensar cómo reducir esa huella sin perder calidad en la vida escolar, al contrario, generando un entorno más saludable, responsable y coherente con los valores que se desean transmitir.

Los residuos como punto de partida

Uno de los aspectos más visibles de la huella ambiental de una escuela es la cantidad de residuos que produce. Papeles impresos, envoltorios de comida, botellas de plástico y restos orgánicos se acumulan diariamente. Una acción concreta y sencilla es establecer la separación de residuos en distintos contenedores: orgánicos, reciclables y no reciclables. Esto no solo disminuye el volumen de basura que termina en rellenos sanitarios, sino que también educa en la práctica a los estudiantes sobre la importancia del reciclaje.

Otra medida posible es promover el uso de botellas reutilizables en lugar de vasos descartables, así como incentivar a los alumnos a traer sus viandas en envases duraderos. De esta manera, se reduce significativamente la presencia de plásticos de un solo uso, uno de los grandes problemas ambientales actuales.

El consumo de energía bajo control

La electricidad es otro punto clave en la huella ambiental escolar. Muchas veces las luces quedan encendidas innecesariamente o los equipos electrónicos permanecen en funcionamiento cuando no se utilizan. Acciones tan simples como apagar las luces al salir de un aula, aprovechar la luz natural, regular el uso de calefactores y aire acondicionado o desconectar dispositivos al final de la jornada pueden marcar una gran diferencia en el consumo energético.

Además, la instalación de lámparas LED en reemplazo de las tradicionales no solo disminuye la huella, sino que también reduce los costos a largo plazo, lo que representa un beneficio doble para la institución.

El agua como recurso compartido

El uso del agua en las escuelas también requiere atención. Desde los baños hasta los bebederos, el consumo puede ser alto si no se lo controla. Una primera acción es revisar las instalaciones para evitar pérdidas en canillas o inodoros, que suelen desperdiciar cientos de litros a lo largo del mes. Complementariamente, se puede instalar un sistema de carteles que recuerden a los estudiantes y al personal cerrar bien las llaves después de usarlas y consumir solo lo necesario.

En algunos casos, incluso se pueden instalar dispositivos de bajo consumo en grifos e inodoros, lo que reduce de manera inmediata el gasto de agua sin modificar la rutina escolar.

La importancia de enseñar con el ejemplo

Más allá de las medidas técnicas, lo fundamental es comprender que toda acción que realice una escuela en favor del ambiente tiene un impacto educativo inmediato. Los estudiantes aprenden más de lo que ven que de lo que escuchan, y si el entorno escolar está comprometido con el cuidado del ambiente, esos valores se internalizan naturalmente.

La integración de proyectos ambientales al currículo, como huertas escolares, campañas de reciclaje, ferias de ciencias enfocadas en la sustentabilidad o charlas con especialistas, refuerza este compromiso y brinda herramientas prácticas a los alumnos. Pero aún más importante es que estas acciones no se queden en lo teórico, sino que se vivan en la rutina diaria: separar los residuos, cuidar el agua, apagar las luces y evitar el derroche se convierten en hábitos que trascienden la escuela y llegan a los hogares.

Pequeños pasos con grandes resultados

Lo interesante de este enfoque es que no exige transformaciones radicales para empezar a ver cambios. La acumulación de pequeñas acciones puede tener un efecto poderoso en la reducción de la huella ambiental de una escuela. Una cartelería bien diseñada que recuerde el cuidado de los recursos, la participación activa de estudiantes en brigadas ecológicas o la creación de espacios verdes con plantas nativas son ejemplos de cómo se pueden dar pasos accesibles y significativos.

Cada escuela puede encontrar su propio camino, adaptando estas propuestas a su contexto, sus recursos y sus necesidades. Lo importante es asumir que todos los actores de la comunidad escolar pueden aportar, desde docentes y directivos hasta estudiantes y familias.

Al final del día, reducir la huella ambiental de una escuela no es solo una responsabilidad con el planeta, sino también una oportunidad educativa. Los estudiantes que crecen en un ambiente escolar comprometido con el cuidado de la naturaleza no solo incorporan conocimientos, sino también valores que los acompañarán a lo largo de toda su vida. Y esa puede ser la contribución más poderosa de una institución educativa al futuro: formar generaciones que aprendan a habitar el mundo con respeto, conciencia y responsabilidad.