Por: Maximiliano Catalisano
Las familias quieren saber cómo están sus hijos, qué están aprendiendo, cómo se sienten en la escuela. Y los docentes necesitan que las familias acompañen, se involucren, estén al tanto. Pero si la única vía de comunicación sigue siendo el aviso en la mochila, ese vínculo se vuelve limitado, distante y, muchas veces, ineficaz. Hoy existen otras formas de llegar a las familias, de modo más directo, cálido y cotidiano.
Una comunicación cercana no depende del soporte, sino del tono y la frecuencia. Por eso, más allá de elegir entre cuaderno, correo electrónico o grupo de WhatsApp, lo importante es que el mensaje llegue claro, a tiempo y con sentido. No se trata solo de informar cambios de horario o pedir materiales, sino de compartir lo que se vive en el aula: proyectos, logros, intereses, necesidades. Eso genera pertenencia y compromiso.
Las herramientas digitales pueden ser grandes aliadas. Un audio breve por WhatsApp, un boletín mensual en formato PDF, una carpeta de Drive con fotos de trabajos o un mural virtual en Padlet son formas de abrir la puerta del aula hacia las casas sin sobrecargar a nadie. Incluso una agenda digital compartida puede evitar olvidos y malentendidos que se repiten año tras año.
Pero no se trata de digitalizar todo sin pensar. Hay que saber qué canales usan las familias, cuál es su ritmo, y qué modalidad se ajusta mejor a cada contexto. En algunas comunidades puede ser preferible el cara a cara, aunque sea breve y espaciado. En otras, una simple publicación semanal en redes sociales de la escuela puede hacer una gran diferencia.
También es valioso proponer instancias de ida y vuelta. Encuestas, formularios simples o espacios de devolución ayudan a escuchar qué ven, sienten y necesitan las familias. La comunicación no debe ser unidireccional ni cerrada. Involucrar a las familias desde lo cotidiano puede generar un clima mucho más participativo y colaborativo.
Volver la comunicación más humana, ágil y significativa es una tarea posible. Requiere creatividad, constancia y sobre todo una mirada que reconozca a las familias como parte activa del proceso educativo. Porque cuando las familias se sienten incluidas, los chicos también lo sienten.