Por: Maximiliano Catalisano

Volver a clases no es simplemente retomar una rutina ni continuar con los contenidos interrumpidos. Es mucho más que eso. Es reencontrarse con un espacio común, con un grupo que tuvo una pausa, con emociones que se reacomodan y con expectativas nuevas. En este regreso, hay algo que muchas veces se pasa por alto: el sentido de pertenencia. Esa sensación que hace que uno quiera estar en el aula, que se sienta parte de algo más grande, que perciba que importa. Si el regreso no contempla este aspecto, por más actividades pedagógicas que se planifiquen, la experiencia escolar quedará incompleta. 

Sentirse parte es lo que hace la diferencia.

Durante los primeros días luego del receso, es habitual que los vínculos estén un poco desordenados. Hay quienes vuelven con entusiasmo, otros con desgano, algunos con preocupaciones personales o con la sensación de estar desconectados del grupo. Por eso, fortalecer el sentido de pertenencia no es un detalle decorativo, sino una necesidad para que el proceso escolar tenga una base sólida. Antes de evaluar cuánto recuerdan los contenidos, sería más pertinente observar cómo se sienten dentro del aula, cómo se miran entre compañeros, cómo responden a estar nuevamente juntos.

La escuela no es solo un lugar para aprender materias. Es, ante todo, un espacio de encuentro. Si ese encuentro se vive como una obligación, si no hay un vínculo afectivo que una a los integrantes del grupo, el aprendizaje será forzado. Por eso es importante que la vuelta a clases sea pensada también como una oportunidad para reconstruir ese entramado de relaciones que sostienen el día a día. Una conversación compartida, una dinámica grupal, una actividad creativa que invite a decir quiénes somos o cómo estamos pueden parecer simples, pero tienen un efecto profundo: devuelven la voz al estudiante, lo posicionan como alguien que tiene lugar.

El clima que se respira al regresar es determinante. Cuando el aula recibe con calidez, con palabras que dan la bienvenida, con gestos que muestran que el otro es esperado, se habilita un modo distinto de estar en la escuela. El estudiante no se siente evaluado ni examinado desde el primer momento, sino recibido. Y esa diferencia es decisiva. La pertenencia se construye cuando se percibe que el propio regreso importa, que hay alguien que se alegra de vernos, que nos pregunta cómo nos fue, qué hicimos o cómo nos sentimos al volver.

La participación es una herramienta potente para fortalecer los vínculos. Proponer actividades donde cada integrante del grupo pueda expresarse, decidir, crear o aportar una idea ayuda a construir un espacio común. La pertenencia no se impone, se construye con experiencias compartidas. Juegos de presentación, mesas de conversación, proyectos colectivos, murales, diarios de aula, actividades en ronda o encuentros donde se pueda hablar sin apuro permiten recuperar la identidad del grupo. Un grupo que dialoga, que se ríe, que encuentra puntos en común, es un grupo que quiere seguir estando junto.

El reconocimiento también es un factor central. A veces un simple comentario positivo, una devolución genuina o una observación sobre algo que el otro hizo bien puede ser el punto de partida para que ese estudiante sienta que tiene un lugar. El aula necesita multiplicar estos gestos. Miradas que validan, palabras que invitan, silencios que escuchan. No se trata de premiar ni de destacar a unos por sobre otros, sino de construir un ambiente donde cada uno sienta que su presencia hace diferencia.

El sentido de pertenencia no es una meta que se logra una vez y dura para siempre. Es un proceso que se alimenta todos los días. Cada interacción, cada actividad, cada decisión puede fortalecerlo o debilitarlo. Por eso es importante que esté presente en la mirada docente desde el primer momento del regreso. No alcanza con decir “bienvenidos”. Hay que crear condiciones para que esa bienvenida se transforme en una experiencia real de reencuentro.

También puede ser útil volver sobre algunas reglas o acuerdos de convivencia, no desde un lugar de control, sino como una forma de reafirmar que estamos juntos y que compartimos responsabilidades. Recordar lo que nos hace bien como grupo, revisar cómo nos tratamos, pensar qué cosas podríamos mejorar y hacerlo en diálogo, sin imposiciones, ayuda a que todos se sientan parte activa del aula.

El sentido de pertenencia tiene mucho que ver con la seguridad emocional. Cuando el estudiante siente que puede ser él mismo, que no será juzgado por equivocarse, que puede hablar sin miedo, que puede pedir ayuda o mostrar lo que sabe sin temor a la burla, entonces se afianza su deseo de estar en ese lugar. La pertenencia nace de sentirse seguro, querido y valorado.

Fortalecer este sentido no requiere grandes presupuestos ni estrategias complejas. Requiere tiempo, sensibilidad, escucha y coherencia. Un docente que mira con atención, que recuerda lo que el estudiante le contó semanas atrás, que llama por su nombre, que celebra un avance pequeño o que pregunta por su familia está enseñando más de lo que imagina. Está diciendo: “te veo, estás acá, importás”.

La vuelta a clases puede vivirse como un simple regreso o como una oportunidad para renovar el vínculo con el aula. Cuando se elige esta segunda opción, el sentido de pertenencia deja de ser un concepto abstracto y se convierte en una vivencia que transforma la manera en que los estudiantes se relacionan con la escuela. Y cuando eso ocurre, el aprendizaje encuentra un terreno fértil para crecer.