Pr: Maximiliano Catalisano

Vivimos en una era donde los datos se multiplican a una velocidad nunca vista. En cuestión de segundos, los estudiantes pueden acceder a millones de resultados en internet sobre cualquier tema, desde la historia antigua hasta las leyes de la física o las últimas tendencias culturales. Pero entre tanto ruido digital, surge una pregunta fundamental: ¿Saber mucho es lo mismo que comprender? La escuela de hoy enfrenta un desafío decisivo: enseñar a los alumnos a distinguir entre información e información valiosa, entre datos sueltos y verdadero conocimiento. Esa distinción no solo define el aprendizaje escolar, sino también la forma en que los jóvenes construirán su pensamiento en el futuro.

La información está en todas partes, pero el conocimiento requiere un proceso más profundo. Mientras la información puede copiarse, compartirse y olvidarse con facilidad, el conocimiento se construye, se elabora, se integra con la experiencia y se convierte en comprensión. Enseñar esta diferencia implica formar mentes críticas, capaces de cuestionar, seleccionar y organizar los datos que reciben. En una época donde los algoritmos deciden lo que vemos, enseñar a pensar es una forma de libertad.

Del dato al sentido

La información, por sí sola, no transforma. Puede abrumar, confundir o incluso desinformar. El conocimiento, en cambio, surge cuando la persona se apropia de esa información, la analiza, la contrasta y la conecta con otros saberes. En el aula, esto se traduce en un cambio de enfoque: ya no basta con que los estudiantes repitan datos o memoricen conceptos, sino que deben aprender a interpretarlos.

Por ejemplo, cuando un alumno busca en internet “las causas del cambio climático”, lo que encuentra son miles de respuestas, muchas de ellas contradictorias. Ahí aparece la función pedagógica: ayudarlo a distinguir fuentes confiables, a reconocer argumentos sustentados en evidencia y a construir su propia comprensión del tema. La tarea del docente consiste en acompañar el pasaje del dato al sentido, del consumo de información a la creación de conocimiento.

El papel de la escuela en la era digital

En el pasado, la escuela era casi la única fuente de información para los estudiantes. Hoy, ese monopolio desapareció. Los alumnos llegan al aula con datos, videos, experiencias y opiniones provenientes de las redes sociales, de YouTube o de páginas web. El rol de la escuela ya no es ser la única transmisora del saber, sino convertirse en un espacio donde esa información se ordena, se cuestiona y se transforma.

Esto requiere enseñar habilidades nuevas: aprender a buscar, contrastar, verificar y relacionar. No todo lo que circula en internet es cierto, y los estudiantes deben aprender a desarrollar un criterio propio frente al exceso de estímulos. Esa alfabetización informacional es tan importante como la lectura o la escritura, porque sin ella, el acceso a la información puede volverse un laberinto sin salida.

El conocimiento escolar, a diferencia de la información inmediata, se caracteriza por la profundidad y la permanencia. Es el resultado de un proceso que incluye reflexión, diálogo y conexión con la realidad. Por eso, la escuela debe seguir siendo el lugar donde se aprende a pensar, no solo a informarse.

Aprender a preguntar

Uno de los mayores aprendizajes que puede ofrecer la escuela es enseñar a preguntar. En una época donde las respuestas están a un clic de distancia, preguntar se vuelve un acto de inteligencia. Quien pregunta con profundidad está buscando sentido, no solo datos. Por eso, fomentar el pensamiento interrogativo es esencial para transformar la información en conocimiento.

Cuando un docente invita a los alumnos a hacerse preguntas, no busca que repitan lo que otros ya dijeron, sino que se conviertan en exploradores del saber. Esa curiosidad organizada es lo que permite distinguir entre lo superficial y lo esencial. La educación, en este sentido, tiene que recuperar el valor de la pregunta bien formulada como punto de partida de todo aprendizaje.

Además, enseñar a distinguir entre información y conocimiento implica también trabajar con la emoción. No todo lo que circula en redes está orientado a informar: muchas veces busca impactar, provocar o manipular. Enseñar a leer con mirada crítica, a reconocer las intenciones detrás de los mensajes y a analizar cómo se construyen las narrativas es una tarea educativa de enorme relevancia.

Construir conocimiento es un acto colectivo

El conocimiento no se construye en soledad. En la escuela, se aprende conversando, comparando ideas, escuchando otras perspectivas. La información puede obtenerse de manera individual, pero el conocimiento se enriquece con la interacción. Un grupo que debate, que se escucha y que revisa sus posturas genera aprendizaje verdadero.

Por eso, el aula debe ser un espacio donde la información se transforme en conocimiento a través del diálogo. Cada proyecto, cada discusión, cada lectura compartida puede convertirse en una oportunidad para que los alumnos comprendan que saber no es acumular, sino comprender. Y que comprender no es un acto instantáneo, sino un proceso de construcción conjunta.

Del exceso informativo al pensamiento profundo

Estamos rodeados de pantallas, notificaciones y mensajes que compiten por nuestra atención. En ese exceso, la escuela puede ofrecer algo distinto: la pausa. Enseñar a detenerse, a pensar antes de responder, a analizar antes de compartir. Ese es el gesto que diferencia a quien está informado de quien realmente comprende.

Cuando los estudiantes aprenden a construir conocimiento, desarrollan una autonomía intelectual que los protege del engaño y de la manipulación. Aprenden a elegir, a justificar, a crear ideas propias. Y esa capacidad será cada vez más valiosa en un mundo donde la información seguirá creciendo, pero donde el conocimiento seguirá siendo escaso.

Distinguir entre información y conocimiento no es solo una cuestión académica: es una forma de formar ciudadanos críticos, conscientes y capaces de tomar decisiones informadas. La escuela tiene en sus manos esa misión: enseñar a los jóvenes a no perderse entre los datos, sino a construir sentido. Porque tener acceso a todo no sirve de nada si no se sabe pensar.