Por: Maximiliano Catalisano

Hay algo profundamente humano en descubrir el trabajo del otro, en escuchar cómo se hace pan, cómo se arregla un auto, cómo se atiende un comercio o se cuida a una persona mayor. En la escuela, esos relatos pueden volverse puertas abiertas a la curiosidad, al respeto y a la comprensión de la vida cotidiana. Invitar a las familias a contar sus oficios en clase no es solo una actividad simpática: es una oportunidad educativa que permite a los alumnos mirar de otro modo el mundo del trabajo, reconocer saberes valiosos y sentir que la escuela y la casa forman parte de un mismo entramado.

En tiempos en los que muchas veces se desconoce qué hacen los adultos fuera de la escuela, abrir el aula a las historias de los oficios devuelve un sentido de comunidad. Los niños y jóvenes descubren que detrás de cada tarea hay esfuerzo, creatividad y dedicación. Escuchar a una mamá que trabaja como enfermera, a un papá que maneja un camión o a una abuela que cocina para muchos, genera respeto y admiración. Esas experiencias muestran que cada trabajo, sea manual o intelectual, tiene un valor social y humano enorme, y que todos los oficios construyen en conjunto la vida de una comunidad.

Los saberes que se transmiten más allá del aula

Cuando una familia comparte su oficio en clase, no solo transmite información técnica. Está transmitiendo una historia, una identidad, una forma de entender el mundo. Los alumnos no solo aprenden qué herramientas se usan o cómo se realiza una tarea, sino que también se acercan a valores como la constancia, la responsabilidad o el compromiso. Cada oficio trae consigo un conjunto de saberes prácticos y emocionales que enriquecen el aprendizaje escolar.

Además, este tipo de actividades ayuda a romper estereotipos sobre el trabajo. Los estudiantes comprenden que todos los oficios son necesarios, que no existen trabajos “mejores” o “peores”, y que detrás de cada profesión hay una persona que se esfuerza. Este mensaje es fundamental en una época donde el éxito suele asociarse únicamente con ciertas carreras universitarias o con la tecnología. Escuchar la voz de quienes día a día sostienen oficios tradicionales, artesanales o de servicio, amplía la mirada y enseña respeto por la diversidad laboral.

La escuela como espacio de encuentro y reconocimiento

Cuando las familias son invitadas a compartir sus saberes, la escuela deja de ser un lugar cerrado y se convierte en un verdadero espacio de encuentro. La relación entre docentes, alumnos y padres se fortalece, porque se establece un diálogo genuino basado en la confianza y el reconocimiento mutuo. Los adultos sienten que la institución valora sus conocimientos, y los estudiantes ven que su familia tiene algo importante para aportar.

El impacto emocional también es fuerte: ver a una madre o un padre hablar frente al grupo provoca orgullo en los chicos. Ellos perciben que sus hogares y su realidad cotidiana tienen lugar en la escuela, que lo que pasa fuera de las paredes del aula también importa. Esa integración simbólica favorece la autoestima, la motivación y el sentido de pertenencia. Además, para los docentes, estas experiencias ofrecen un valioso material didáctico para conectar los contenidos con la vida real.

Una experiencia que puede integrarse a cualquier nivel educativo

Aunque suele implementarse con frecuencia en la educación inicial y primaria, esta propuesta puede adaptarse perfectamente a la escuela secundaria. En los niveles superiores, los encuentros con familiares o miembros de la comunidad pueden orientarse a proyectos de orientación vocacional, prácticas profesionalizantes o charlas sobre experiencias laborales. De esta manera, los jóvenes no solo conocen diferentes campos de trabajo, sino que también pueden reflexionar sobre sus propios intereses y proyectos de vida.

Incluso puede organizarse como parte de una feria de oficios o de una semana temática, donde las familias presenten sus actividades, muestren herramientas o realicen pequeñas demostraciones. Lo importante es mantener el sentido educativo de la propuesta: aprender a valorar el trabajo como fuente de conocimiento y como base de la convivencia social.

Construir puentes entre la vida y la escuela

La escuela no debería estar aislada de la vida cotidiana. Cuando abre sus puertas a las familias y a sus oficios, enseña algo esencial: que aprender también es comprender cómo vive y trabaja la gente que nos rodea. Este tipo de experiencias puede inspirar proyectos interdisciplinarios, fomentar la oralidad, promover la escritura de textos informativos o motivar la elaboración de pequeñas investigaciones sobre profesiones y oficios del entorno.

Además, permite que los alumnos se conecten con el sentido social del trabajo, comprendiendo que cada tarea, por pequeña que parezca, tiene un impacto en el bienestar colectivo. En tiempos donde la escuela busca constantemente nuevas formas de motivar a los estudiantes, esta iniciativa recupera lo simple, lo cercano, lo que toca la vida real. Y eso, muchas veces, es lo que más deja huella.

Una oportunidad para mirar distinto

Invitar a las familias a contar sus oficios en clase es una práctica sencilla, accesible y profundamente significativa. No requiere grandes recursos ni tecnología avanzada, solo disposición, respeto y curiosidad. Cada visita, cada historia, cada herramienta compartida, contribuye a construir una educación más humana y más conectada con la realidad. Porque cuando los estudiantes comprenden el valor de los oficios, también aprenden a valorar el trabajo, el esfuerzo y la diversidad de caminos que existen para construir una vida digna.

En definitiva, abrir el aula a los saberes familiares es una forma de tender puentes, de aprender desde la experiencia y de enseñar que todos tenemos algo para aportar. Y quizás, al final, ese sea uno de los aprendizajes más valiosos que la escuela pueda ofrecer.