Por: Maximiliano Catalisano
Las aulas están llenas de palabras serias, agendas apretadas, normas que se repiten y demandas constantes. En medio de esa estructura que muchas veces ahoga lo espontáneo, el humor aparece como un pequeño estallido de libertad. Reírse en clase, hacer un chiste compartido, encontrar el lado gracioso de una situación difícil no es perder el tiempo, es una forma de crear vínculos, reducir tensiones y respirar mejor en la convivencia cotidiana. El humor no interrumpe el aprendizaje, lo sostiene desde otro lugar, lo vuelve más humano y muchas veces más recordable. Hablar del humor en la vida escolar es hablar de otra forma de estar con otros. No se trata de forzar bromas ni de distraerse de lo importante, sino de entender que también es importante reír.
El humor como forma de comunicación
Cuando en la escuela se habilitan espacios para la risa, la ironía o el juego de palabras, no se está dejando de enseñar, se está mostrando que la comunicación tiene múltiples registros. Un maestro que se permite reír con sus estudiantes genera un lazo más cercano. Un directivo que incorpora una cuota de humor en sus reuniones rompe el hielo de lo burocrático. Una familia que recibe con simpatía una nota escolar tensa ayuda a que el mensaje llegue con menos fricción. El humor no reemplaza la seriedad, pero puede hacerla más llevadera.
En muchas aulas se da por sentado que reír es sinónimo de perder el control. Sin embargo, lo que suele suceder es lo contrario: cuando los docentes comprenden que el humor es una herramienta pedagógica, logran captar la atención, relajar los climas hostiles y construir con los alumnos una relación basada en la confianza. No se trata de hacer monólogos humorísticos sino de entender cuándo una ironía, una mirada cómplice o una broma amable pueden convertirse en puentes.
Desdramatizar la escuela
Hay días en que todo se acumula: problemas personales, demandas administrativas, temas difíciles de abordar, errores que se repiten. Y hay también momentos en que una risa compartida cambia el rumbo del día. Cuando el humor aparece, no desaparece el conflicto, pero se lo mira desde otro ángulo. Se desdramatiza lo que parecía inabordable. Se oxigena el grupo.
Esto vale tanto para docentes como para estudiantes. No se trata de convertir cada clase en un espectáculo de comedia, pero sí de registrar cuándo una pizca de humor puede alivianar el peso del aula. A veces, los estudiantes llegan cargados, cansados, frustrados. A veces, los docentes también. En esos casos, una anécdota graciosa o una frase ocurrente puede hacer que el ambiente se distienda lo suficiente como para volver a empezar.
El humor también educa
Reírse no es solo reír. Es leer contextos, captar ironías, aceptar las diferencias y entender lo que puede y lo que no puede decirse. El humor bien usado también enseña. Enseña a esperar el momento justo, a respetar al otro, a reconocer cuándo una broma divierte y cuándo incomoda. No todo vale. Hay humores que excluyen, humores que discriminan, humores que humillan. Por eso es importante enseñar también sobre el humor.
Muchos conflictos escolares comienzan con “solo fue una broma”. Esa frase, tan frecuente, obliga a revisar qué se entiende por humor dentro de la comunidad educativa. Una cosa es el humor que une, que descomprime, que reconoce las diferencias sin dañarlas. Otra muy distinta es el sarcasmo hiriente, la burla que aísla, la risa que deja a alguien afuera. Por eso también se puede educar en torno al humor, y esa educación no necesita una materia específica: se transmite en los gestos cotidianos, en las respuestas que se dan, en las intervenciones que se hacen a tiempo.
El humor como parte de la convivencia
La escuela no puede limitarse a evaluar contenidos. También forma personas que aprenden a convivir. Y en esa convivencia, el humor ocupa un lugar fundamental. Saber reírse de uno mismo, aceptar el error con liviandad, usar el humor para tender puentes y no para marcar distancias es parte del aprendizaje emocional y social.
A veces, los espacios escolares están tan marcados por la presión, las exigencias y los resultados, que olvidan que el buen humor no resta profesionalismo. Al contrario, muchas veces lo potencia. Los equipos docentes que se permiten compartir una carcajada construyen mejores climas de trabajo. Las familias que se ríen con sus hijos por lo que salió mal en vez de castigar de inmediato, abren un diálogo más genuino. Los estudiantes que se atreven a poner humor en sus exposiciones demuestran también comprensión y creatividad.
Reír no es evadir
Hay una idea extendida que asocia el humor con la distracción o la superficialidad. Pero esa asociación es errónea. El humor no evade, interpreta. No huye de la realidad, la resignifica. Una clase con humor no es una clase perdida. Es una clase que se abre a lo inesperado, que incorpora otras formas de mirar y que permite que todos se relajen lo justo como para poder aprender más y mejor. Reírse con otros es también una forma de hacer comunidad. Y en tiempos en que muchas veces se aprende desde el aislamiento, todo lo que fortalezca lo común tiene valor.
Crear espacios donde el humor esté habilitado implica también confiar en los demás. No todos los chistes funcionan, no todas las risas son compartidas, pero habilitar ese juego es también habilitar una forma de conocerse mejor. El humor, como la palabra, también puede ser reparador.
Una apuesta cultural
La escuela, además de ser transmisora de saberes, también es una institución cultural. Y la cultura del humor es parte de la vida. Los estudiantes ya consumen humor todo el tiempo en redes, memes, videos. La escuela no puede ignorar eso ni ponerse en contra. Puede, en cambio, enseñar a leer ese humor, a analizarlo, a pensarlo. Puede también sumarlo como parte de su propuesta. Una clase que incorpora materiales con humor puede ayudar a que un tema complejo se vuelva más accesible. Una jornada institucional que incluye un momento distendido puede reforzar el sentido de pertenencia. Un aula que se ríe junta puede ser un aula más unida.
El humor no es accesorio. Es parte de la experiencia humana. Y cuando se lo toma en serio —sin quitarle lo liviano— puede convertirse en una herramienta potente para mejorar los vínculos, los aprendizajes y los días.