Por: Maximiliano Catalisano
Toda comunidad educativa se pregunta en algún momento cómo lograr que sus estudiantes aprendan más y mejor. La respuesta no es única ni mágica, pero sí parte de una decisión compartida: mirar hacia dentro, reconocer lo que funciona, identificar lo que puede mejorar y, sobre todo, animarse a probar nuevas formas de enseñar y aprender. Esta búsqueda no se trata de agregar más contenidos ni de exigir más esfuerzo, sino de generar experiencias significativas, coherentes y posibles en el contexto real de cada escuela.
Una buena forma de empezar es revisar con qué intenciones se está enseñando. No alcanza con planificar actividades por cumplir, sino pensar qué se quiere que los estudiantes comprendan, se pregunten, puedan hacer con lo que aprenden. Esta mirada invita a revisar también las formas de evaluar, porque muchas veces lo que se evalúa termina marcando lo que realmente se enseña. Si la evaluación solo apunta a resultados puntuales, los aprendizajes también serán fragmentados. Si en cambio se evalúa de manera continua, con devoluciones claras, se favorece una comprensión más profunda.
Otra clave es el trabajo conjunto entre docentes. Compartir miradas sobre los grupos, acordar criterios, diseñar propuestas en común o intercambiar materiales son formas de enriquecer la práctica. La planificación en equipo permite construir trayectos más integrados, evitar superposiciones y ofrecer a los estudiantes una experiencia más conectada con su realidad. El aula deja de ser un espacio aislado para convertirse en parte de un entramado que acompaña al estudiante en su recorrido escolar.
La voz de los alumnos también importa. Escuchar qué les interesa, qué los motiva, qué dificultades encuentran, es esencial para pensar propuestas que los involucren. No se trata de darles el control de la planificación, sino de reconocerlos como sujetos activos del proceso. Cuando sienten que lo que aprenden tiene sentido para ellos, se comprometen más con su propio aprendizaje.
Las condiciones institucionales hacen la diferencia. Disponer de tiempos de encuentro entre docentes, contar con recursos adecuados, generar espacios de reflexión sobre las prácticas o diseñar proyectos institucionales que orienten el trabajo, son elementos que ayudan a que la mejora de los aprendizajes no quede solo en la voluntad individual, sino que se convierta en una tarea colectiva y sostenida.
Buscar más y mejores aprendizajes no significa empezar de cero, sino revisar lo que ya se hace, rescatar lo valioso y atreverse a imaginar otras formas posibles. No hay recetas únicas, pero sí una certeza: cuando una escuela se anima a pensarse a sí misma, los cambios empiezan a suceder.