Por: Maximiliano Catalisano
La conversación sobre inteligencia artificial ya no es patrimonio de laboratorios, empresas tecnológicas o conferencias especializadas. Hoy aparece en charlas de docentes, reuniones de familias, debates escolares y proyectos institucionales en casi todos los países. La escuela se convirtió en uno de los escenarios centrales donde este cambio tecnológico impacta con fuerza, generando expectativas y también tensiones. Hay quienes ven la inteligencia artificial como una oportunidad para renovar prácticas, personalizar el aprendizaje y simplificar tareas administrativas. Otros temen que invada la vida escolar, afecte la creatividad, limite el pensamiento propio o incremente desigualdades. Comprender estos avances, dilemas y resistencias permite pensar un camino posible para integrar la tecnología sin perder de vista lo más importante: la experiencia humana de aprender.
En muchos sistemas educativos se están probando herramientas que permiten ofrecer actividades adaptadas al ritmo de cada estudiante. Plataformas que analizan errores, sugieren ejercicios y brindan retroalimentación inmediata se volvieron comunes en distintos niveles. Estas propuestas generan mejoras en la motivación cuando se usan con criterios claros, ya que permiten que cada alumno recorra el contenido a su propio tiempo. Sin embargo, estos beneficios solo aparecen cuando el docente puede intervenir, acompañar y dar sentido a lo que la plataforma propone. La inteligencia artificial aporta información, pero la interpretación final sigue en manos de los equipos educativos.
Otro avance visible es el uso de asistentes digitales que ayudan a docentes y directivos a gestionar tareas repetitivas. Desde organizar horarios, crear actividades o redactar documentos, hasta clasificar información institucional, estas herramientas alivian cargas que roban tiempo valioso al trabajo pedagógico. Países de Europa y Asia ya están implementando sistemas que permiten que los docentes tengan más horas disponibles para planificar, observar clases o conversar con estudiantes y familias. Pero esta incorporación exige formación continua y un análisis profundo sobre qué actividades conviene automatizar y cuáles no deben delegarse jamás.
Los dilemas éticos que atraviesan la vida escolar
La llegada de la inteligencia artificial a las aulas abre debates que trascienden lo técnico y obligan a reflexionar sobre la convivencia, la privacidad y la autonomía. Uno de los puntos más discutidos es el manejo de datos. La escuela recopila enormes cantidades de información: desempeños, asistencia, hábitos de estudio y hasta conductas. Cuando esta información se procesa con algoritmos, surgen preguntas sobre quién la controla, cómo se protege y para qué se usa. Muchos países están revisando marcos legales para que los datos escolares no se utilicen con fines comerciales ni afecten la identidad digital de los estudiantes.
Otro dilema importante es el riesgo de delegar decisiones pedagógicas a sistemas automáticos. Si un algoritmo sugiere qué contenidos debe aprender un estudiante, cuál es su nivel o qué dificultades podría tener, existe el peligro de crear etiquetas invisibles que condicionen su futuro. La inteligencia artificial funciona con patrones, pero los estudiantes no son patrones: son personas con historias, emociones, talentos y contextos que ningún sistema puede leer por completo. Por eso, todas las decisiones que afecten trayectorias escolares deben seguir siendo humanas.
A esto se suma el debate sobre la creatividad. Muchas herramientas permiten producir textos, imágenes, videos y resoluciones de problemas en segundos. Esto genera dudas legítimas sobre el desarrollo del pensamiento propio. Algunas escuelas están incorporando nuevas consignas que requieren mayor reflexión, más procesos y menos productos automáticos. En varios países se discuten sistemas de evaluación que valoren la argumentación, la conversación oral, la investigación y el análisis crítico, en lugar de simples respuestas automáticas. El desafío es usar la tecnología como un escenario para pensar mejor, no como un atajo para evitar pensar.
Resistencias que atraviesan culturas y sistemas educativos
La incorporación de inteligencia artificial también genera temores. Muchos docentes sienten que la tecnología avanza demasiado rápido y que la formación recibida no alcanza para enfrentar este cambio. La sensación de desbordamiento es real y debe ser atendida con capacitación gradual, acompañamiento institucional y espacios donde los educadores puedan compartir experiencias sin miedo a equivocarse. La resistencia no surge únicamente por falta de habilidades, sino por el temor a perder el rol central que siempre tuvo el docente en la construcción del conocimiento.
En algunas comunidades, las familias también muestran dudas. Temen que la inteligencia artificial reemplace las interacciones personales, que reduzca el tiempo de juego o que transforme la escuela en un ámbito dominado por algoritmos. Estas preocupaciones obligan a las instituciones a explicar con claridad qué herramientas se usan, con qué objetivos y qué límites se establecen. Una comunicación transparente evita malentendidos, genera confianza y permite construir una visión compartida.
En países con menos recursos, las resistencias adquieren otro tono. La brecha tecnológica sigue siendo un obstáculo: falta de conectividad, dispositivos obsoletos y dificultades para mantener infraestructura actualizada impiden que la inteligencia artificial se integre de manera estable. En estos contextos, las escuelas deben priorizar usos concretos y accesibles, evitando propuestas que requieran grandes inversiones. La tecnología debe adaptarse a la realidad de las escuelas, no al revés.
Hacia un uso responsable que potencie la experiencia educativa
Aunque las discusiones son muchas, la inteligencia artificial tiene un potencial enorme si se la utiliza con criterios sólidos. Puede ayudar a personalizar procesos, detectar dificultades tempranas, fortalecer la comunicación institucional, organizar tiempos de la escuela y abrir puertas a nuevas formas de aprender. Todo esto solo es posible cuando se combina con una mirada pedagógica clara y un compromiso profundo con el bienestar de los estudiantes.
Los sistemas educativos que están avanzando mejor en este camino son aquellos que establecen principios rectores: transparencia en el uso de datos, participación docente en la selección de herramientas, formación continua, límites éticos precisos y revisión constante de impactos. Cuando la tecnología se integra de manera gradual, reflexiva y acompañada, deja de generar miedo y empieza a convertirse en una aliada.
El futuro de la escuela no será digital ni tradicional: será una combinación equilibrada donde la inteligencia artificial aporte información y posibilidades, y donde los docentes continúen siendo los referentes que guían, sostienen y orientan a cada estudiante. La clave está en entender que la tecnología puede fortalecer la educación, pero jamás reemplazar la dimensión humana que hace de la escuela un lugar único para crecer.
