Por: Maximiliano Catalisano

Cada vez más familias, docentes y especialistas coinciden en que los niños necesitan comprender cómo funciona el mundo del dinero, no para convertirse en expertos, sino para desarrollar hábitos saludables desde pequeños. La escuela primaria, por su carácter formativo y cotidiano, se convierte en un espacio ideal para acercar estos conceptos sin presiones ni tecnicismos. En un momento donde los chicos se relacionan con compras digitales, plataformas de pago y decisiones económicas familiares, enseñarles a manejar información básica se vuelve una herramienta que puede marcar positivamente sus trayectorias futuras. Esta nota propone mirar la alfabetización financiera como un camino accesible, cercano y fundamental para construir autonomía, responsabilidad y pensamiento crítico.

Cuando se habla de alfabetización financiera no se está pensando en que los estudiantes memoricen términos complejos, sino en que puedan comprender situaciones reales: qué significa ahorrar, por qué el dinero no es infinito, cómo diferenciar un deseo de una necesidad, qué implica planificar y cómo funcionan los intercambios en la vida cotidiana. Estos contenidos, trabajados desde una mirada pedagógica adecuada, permiten fortalecer habilidades que acompañarán toda la vida. La escuela primaria, con su forma de enseñar desde lo concreto, lo narrativo y lo experiencial, ofrece un terreno fértil para incorporar estas prácticas sin generar ansiedad ni sobrecarga.

Uno de los beneficios más claros de iniciar este aprendizaje temprano es que los estudiantes desarrollan una relación sana con el dinero. Aprenden que no es un tema tabú ni una preocupación exclusiva de los adultos, sino un elemento que forma parte de la vida social. Cuando los niños entienden que los recursos tienen un valor y que las decisiones económicas tienen consecuencias, comienzan a tomar conciencia sobre sus propios consumos, sobre el impacto de la publicidad y sobre la importancia de planificar. Esto no solo los hace más responsables, sino que también los ayuda a pensar antes de actuar, evitando impulsos que más adelante pueden derivar en problemas financieros.

La educación financiera también abre un espacio para dialogar sobre emociones. Aunque parezca sorprendente, hablar de dinero en el aula permite explorar sensaciones como frustración, deseo, satisfacción o paciencia. Cuando un grupo trabaja con el concepto de ahorro, por ejemplo, surge la dificultad de esperar, de postergar un deseo para alcanzar una meta más grande. Este tipo de aprendizajes emocionales es clave en una sociedad donde la inmediatez está cada vez más presente. A su vez, los chicos aprenden a valorar lo que tienen, a reconocer el esfuerzo y a tomar decisiones basadas en reflexión y no solo en impulsos.

Conceptos básicos para trabajar en primaria

En la educación primaria, la alfabetización financiera se construye con actividades que conectan con la vida real. Para los estudiantes más pequeños, es clave trabajar con experiencias concretas: juegos de compra y venta, ferias escolares, simulaciones de supermercado o desafíos de ahorro. Estas prácticas no solo permiten que comprendan la dinámica del intercambio, sino que fortalecen competencias matemáticas, comunicacionales y sociales.

A medida que avanzan en la escolaridad, los estudiantes pueden comenzar a analizar situaciones más complejas, siempre desde un lenguaje accesible. Por ejemplo, trabajar con publicidades y enseñar a identificar mensajes persuasivos; armar un presupuesto para una actividad escolar; o investigar cómo funcionan distintos métodos de pago. Estos contenidos, lejos de ser fríos o técnicos, permiten que los estudiantes conecten la escuela con su vida cotidiana.

También es importante incluir el concepto de responsabilidad digital. Aunque parezca un tema para niveles superiores, hoy los chicos están expuestos a compras dentro de aplicaciones, plataformas que ofrecen productos y juegos con transacciones virtuales. Enseñarles a comprender estos mecanismos, a pedir permiso y a detectar posibles engaños es una parte fundamental de su formación.

El rol del docente y la importancia de un enfoque gradual

Para que la alfabetización financiera funcione en primaria, el docente no necesita ser experto en economía. Lo central es tener una mirada pedagógica clara, plantear actividades significativas y acompañar a los estudiantes en cada etapa. Un enfoque gradual permite que los chicos avancen paso a paso, incorporando los conceptos desde la experiencia y no desde la teoría abstracta.

La conversación es un recurso indispensable. Los docentes pueden promover diálogos donde los estudiantes compartan situaciones de su vida diaria: decisiones sobre el uso del dinero en casa, compras pequeñas, ideas sobre ahorro o experiencias vinculadas a la publicidad. A partir de esas conversaciones, se construye un aprendizaje auténtico, vinculado a intereses reales y no a una receta predeterminada.

La alfabetización financiera también permite trabajar en conjunto con las familias. Muchos adultos agradecen que la escuela abra este tema con naturalidad, ya que facilita conversaciones que a veces resultan difíciles. Incluso se puede proponer un pequeño proyecto de ahorro familiar o actividades para reflexionar sobre consumos que realizan cotidianamente. Esta articulación refuerza el aprendizaje y genera coherencia entre lo que se enseña en la escuela y lo que sucede en el hogar.

Cómo integrar actividades sin desbordar la planificación

La clave es incorporar la alfabetización financiera dentro de lo que ya se trabaja en primaria, sin que se convierta en una carga adicional. En matemáticas, se puede usar el dinero para problemas de suma, resta o porcentajes. En lengua, se pueden analizar publicidades o escribir pequeñas historias sobre decisiones económicas. En ciencias sociales, es posible estudiar cómo funcionan los intercambios en distintas culturas o épocas. En proyectos institucionales, se puede organizar una feria escolar donde los propios estudiantes gestionen precios, costos y ganancias simbólicas.

La incorporación de pequeñas rutinas también ayuda a sostener el aprendizaje en el tiempo. Por ejemplo, un registro semanal donde los chicos identifiquen un deseo y una necesidad, o un espacio mensual donde planifiquen un objetivo a alcanzar. Estas actividades fortalecen la constancia, la reflexión y la toma de decisiones progresivas.

La tecnología también puede ser una aliada. Existen plataformas educativas con juegos de simulación económica o aplicaciones para trabajar hábitos de ahorro. Siempre que se utilicen con criterio, pueden convertirse en recursos motivadores que acercan a los estudiantes a escenarios reales, pero en un entorno seguro y pedagógico.

Un aprendizaje para toda la vida

La alfabetización financiera en la educación primaria no busca formar especialistas, sino ciudadanos con pensamiento responsable, capaces de tomar decisiones informadas y conscientes. Los niños que aprenden a organizar recursos, a planificar y a diferenciar necesidades de deseos construyen una base sólida para su futuro. Esa base les permitirá manejarse con mayor seguridad en un mundo donde las decisiones económicas están presentes en cada etapa de la vida.

Integrar estos contenidos desde edades tempranas no solo prepara a los estudiantes para escenarios futuros, sino que también transforma su presente. Les permite comprender su entorno, dialogar con las familias sobre consumos, interpretar mensajes publicitarios y desarrollar hábitos saludables que los acompañarán siempre. La alfabetización financiera es, en definitiva, una oportunidad para la formación integral, donde el valor del esfuerzo, la planificación y la responsabilidad se convierten en aprendizajes tan importantes como leer, escribir o resolver problemas matemáticos.