Por: Maximiliano Catalisano
Salud Mental en Escuelas Públicas: Cómo Fortalecer la Detección y el Apoyo Socioemocional Sin Aumentar Costos
La conversación sobre salud mental dejó de ser un tema periférico para ocupar un lugar central en la agenda educativa. En los pasillos de las escuelas públicas, los docentes se encuentran cada vez más con estudiantes que atraviesan situaciones de estrés, ansiedad, conflictos familiares, aislamiento y dificultades para regular emociones. Al mismo tiempo, las instituciones cuentan con herramientas limitadas para contener, acompañar y derivar adecuadamente. Este contraste entre la magnitud del problema y la respuesta disponible genera una sensación de urgencia que obliga a repensar estrategias. La pregunta que se vuelve inevitable es cómo fortalecer la detección temprana y el soporte socioemocional sin depender de grandes presupuestos. Esta nota analiza las fallas actuales y presenta alternativas accesibles para mejorar la contención emocional en el sistema público.
En los últimos años, diversos estudios confirmaron que los estudiantes presentan niveles crecientes de malestar emocional. Las causas son múltiples y abarcan desde la inestabilidad económica hasta el impacto de la pandemia, pasando por la sobreexposición a pantallas, el acoso digital, la problemática social en los barrios y los cambios en las dinámicas familiares. Las escuelas reciben este malestar a diario, pero no siempre disponen de equipos técnicos suficientes para intervenir. Muchas instituciones trabajan con gabinetes reducidos o inexistentes, lo que obliga a los docentes a convertirse en primeros respondientes ante situaciones que exceden su formación inicial.
La detección temprana es un aspecto clave para evitar que los problemas emocionales se profundicen. Sin embargo, en muchas escuelas este proceso ocurre de manera informal: un docente observa un cambio de conducta, un preceptor nota ausencias reiteradas, un tutor escucha un comentario preocupante. La falta de protocolos claros lleva a que cada situación se aborde de manera aislada, sin un sistema que permita registrar alertas, dar seguimiento y coordinar acciones entre los distintos actores. Este vacío genera intervenciones desordenadas y, en ocasiones, tardías.
Además, los programas de apoyo socioemocional que se implementan suelen ser esporádicos y dependen de disponibilidades externas. Talleres, charlas o visitas de especialistas pueden resultar útiles, pero no alcanzan a construir una red estable de acompañamiento. Para lograr impacto, la educación emocional necesita continuidad, planificación y presencia cotidiana. Sin estos elementos, las iniciativas se diluyen y las escuelas vuelven al punto de partida.
Otro desafío importante es la sobrecarga docente. Los maestros y profesores desean acompañar a sus estudiantes, pero enfrentan jornadas extensas, múltiples cursos y exigencias administrativas. Sumado a esto, no siempre cuentan con herramientas específicas para abordar situaciones complejas como crisis emocionales, autolesiones, consumo problemático o violencia intrafamiliar. Esta presión genera frustración porque sienten que las demandas superan sus posibilidades reales.
En este contexto, resulta fundamental pensar en alternativas sostenibles que fortalezcan el apoyo emocional sin requerir grandes inversiones. Existen estrategias de bajo costo que pueden generar un impacto significativo si se implementan de manera consistente. Un primer paso es la creación de protocolos simples de detección y actuación. No se trata de documentos extensos, sino de guías breves que orienten a los docentes sobre qué señales observar, cómo registrar la información, a quién derivar y cómo comunicar a las familias. Estos protocolos brindan claridad, reducen la improvisación y permiten que las decisiones sean más coordinadas.
Otra medida accesible es la formación interna basada en experiencias concretas. Las escuelas pueden organizar espacios breves donde los docentes compartan casos, analicen situaciones y construyan estrategias conjuntas. Este intercambio no requiere especialistas externos y resulta valioso para fortalecer la mirada colectiva. Además, permite identificar patrones que de otro modo pasarían inadvertidos.
La participación comunitaria también es un recurso subestimado. En muchas regiones existen centros de salud, organizaciones barriales, clubes y espacios municipales con profesionales que trabajan en promoción del bienestar emocional. Articular con estas instituciones permite ampliar la red de contención sin asumir costos elevados. Las escuelas pueden coordinar derivaciones, organizar talleres compartidos o disponer de espacios de orientación para familias que necesiten apoyo.
La comunicación continua con las familias constituye otro pilar fundamental. Muchos problemas emocionales se expresan simultáneamente en el hogar y en la escuela. Mantener canales fluidos permite detectar señales tempranas y actuar de manera conjunta. Crear agendas de seguimiento, informar cambios en la conducta, solicitar entrevistas breves y ofrecer orientación básica son prácticas que fortalecen el bienestar estudiantil sin exigir recursos económicos adicionales.
Al mismo tiempo, resulta necesario promover actividades que integren el desarrollo socioemocional dentro de las prácticas pedagógicas. No se trata de agregar nuevas materias, sino de incorporar estrategias que ya demostraron ser útiles y de bajo costo: dinámicas grupales breves, espacios de conversación al inicio de clase, ejercicios de respiración, actividades de reflexión, proyectos cooperativos y prácticas de autocuidado. Estas acciones, realizadas con frecuencia, pueden reducir tensiones, mejorar la convivencia y prevenir situaciones de crisis.
En aquellas escuelas donde existen equipos técnicos, aunque sean reducidos, es clave potenciar su impacto. La organización de horarios rotativos, la priorización de casos urgentes y la elaboración de orientaciones prácticas para el resto del personal pueden amplificar la capacidad de respuesta. Asimismo, la creación de registros sistemáticos permite analizar tendencias, planificar intervenciones y optimizar el tiempo disponible.
Una estrategia efectiva y económica es el uso de materiales didácticos accesibles, como cuadernillos socioemocionales, guías descargables gratuitas, podcasts educativos, videos breves y láminas que se puedan utilizar en el aula sin conexión. Estos recursos, disponibles en múltiples plataformas públicas y universitarias, permiten trabajar temas como la regulación emocional, la convivencia, la autoestima, el autocuidado y la toma de decisiones.
Por otra parte, es importante reconocer el impacto que tiene la salud mental en el aprendizaje. Un estudiante que atraviesa angustia, preocupación o inestabilidad emocional encuentra más dificultades para concentrarse, organizar tareas y mantener vínculos saludables con sus compañeros. Fortalecer la educación emocional no es un objetivo paralelo, sino una herramienta que mejora la experiencia escolar y sostiene el rendimiento académico.
A pesar de las limitaciones, es posible construir un sistema de apoyo emocional más sólido dentro de las escuelas públicas si se combinan organización, creatividad y acompañamiento comunitario. Las soluciones no requieren inversiones enormes; exigen continuidad, coherencia y compromiso institucional. La salud mental no puede depender únicamente de especialistas, sino que debe integrarse a la vida escolar mediante prácticas cotidianas que brinden contención y prevención.
La construcción de escuelas más preparadas para acompañar el bienestar emocional es un desafío que requiere voluntad, planificación y pequeñas acciones sostenidas. Con estrategias accesibles, redes locales y docentes fortalecidos, es posible transformar la experiencia escolar de miles de estudiantes que hoy necesitan una escucha activa y un acompañamiento verdadero.
