Por: Maximiliano Catalisano

En cada aula hay alumnos cuya presencia parece marcada por un calendario propio: están una semana, faltan varios días, vuelven un par, desaparecen otra vez. Este ausentismo intermitente, que a simple vista puede confundirse con descuido o desinterés, es en realidad una señal que merece atención. No siempre está vinculado con la pereza o la falta de compromiso. Muchas veces, detrás de esas ausencias repetidas y espaciadas, se esconden causas profundas relacionadas con la salud, la situación familiar, el entorno social o incluso la experiencia escolar misma. Comprender este fenómeno no solo ayuda a mejorar la asistencia, sino también a fortalecer el vínculo entre escuela, familias y estudiantes.

El ausentismo intermitente plantea un desafío diferente al de la inasistencia prolongada. Aquí no hablamos de alumnos que se desconectan por completo, sino de quienes entran y salen del circuito escolar de manera irregular. Esto genera un doble impacto: por un lado, dificulta su continuidad de aprendizaje; por otro, interrumpe el ritmo del grupo y la planificación docente. Detectar estas irregularidades y entender sus razones permite anticipar consecuencias mayores, como la desmotivación o incluso el abandono escolar.

Un síntoma que no se debe ignorar

Si bien faltar un día de vez en cuando es algo esperable, cuando el patrón se repite con frecuencia hay que mirarlo más de cerca. Algunos estudiantes pueden estar lidiando con problemas de salud física o mental que no siempre se comunican de inmediato. Otros enfrentan responsabilidades familiares, trabajos informales o dificultades económicas que obligan a priorizar cuestiones urgentes por encima de la escuela. Incluso, hay casos en los que el clima escolar, la percepción de no ser escuchados o ciertas experiencias negativas generan que el alumno elija ausentarse como mecanismo de evasión.

El problema es que, al ser intermitente, muchas veces pasa inadvertido en el seguimiento institucional. Se percibe como algo “que se equilibra” a lo largo del mes, pero en realidad esos días acumulados representan oportunidades de aprendizaje perdidas, contenidos que quedan sin consolidar y una sensación de desconexión creciente.

Impacto en el rendimiento y la integración social

Las ausencias parciales fragmentan el proceso educativo. El alumno que falta en fechas clave pierde explicaciones, actividades grupales y evaluaciones que luego debe recuperar de manera apresurada. Esto provoca que su experiencia escolar esté marcada por la sensación de estar siempre “corriendo desde atrás”. Además, la dinámica social también se ve afectada: se debilitan los lazos con sus compañeros y la participación en proyectos colectivos se vuelve más difícil.

Para el docente, el desafío se multiplica, ya que debe encontrar estrategias para integrar a estos estudiantes sin frenar el avance del resto. Aquí el trabajo en equipo dentro de la institución resulta fundamental, así como la comunicación directa con la familia para buscar soluciones conjuntas.

Estrategias para abordarlo desde la escuela

Atender el ausentismo intermitente requiere una mirada integral. No basta con registrar faltas; es necesario analizar patrones y cruzar datos para identificar casos que requieran intervención. Algunas acciones posibles incluyen:

• mantener un registro detallado y actualizado de asistencia para detectar patrones a tiempo

• establecer canales de comunicación cercanos con las familias para indagar sobre posibles causas

• ofrecer apoyos puntuales, como tutorías o materiales extra, para quienes deben recuperar contenidos

• generar espacios de escucha activa donde los estudiantes puedan expresar sus motivos sin temor a sanciones inmediatas

También es clave transmitir que la escuela no solo controla asistencia, sino que acompaña. Un alumno que siente que su ausencia preocupa de manera genuina tiene más probabilidades de volver y mantenerse presente.

La importancia de la prevención

La prevención es más efectiva que la reacción. Si un estudiante empieza a mostrar ausencias salteadas, actuar desde el primer momento ayuda a evitar que se convierta en un patrón instalado. Esto implica que los docentes y el equipo directivo estén atentos a señales como cambios de actitud, bajo rendimiento repentino o menor participación en actividades. A veces, una conversación a tiempo puede marcar la diferencia.

En este sentido, el trabajo coordinado con profesionales de orientación escolar y servicios sociales es un recurso valioso. Muchas situaciones que afectan la asistencia exceden el ámbito educativo, y contar con redes de apoyo externas facilita una intervención más completa.

Más que números en un registro

Detrás de cada ausencia intermitente hay una historia particular. Puede ser la necesidad de cuidar a un hermano menor, el dolor de una pérdida reciente, una enfermedad crónica, un ambiente familiar inestable o la simple sensación de no encontrar sentido a lo que se vive en clase. Cada causa demanda un enfoque distinto, pero todas coinciden en que requieren atención personalizada.

Reducir el ausentismo intermitente no es solo cuestión de sumar días de asistencia. Es un proceso que implica escuchar, comprender y generar condiciones para que los estudiantes sientan que estar en la escuela vale la pena, que su presencia importa y que cada día que se ausentan se pierde algo valioso.

El desafío para las instituciones no está únicamente en las estrategias de control, sino en la capacidad de construir un entorno en el que el alumno quiera estar y pueda estar. Porque muchas veces, cuando se habla de ausentismo intermitente, no estamos hablando únicamente de falta de presencia física, sino también de un distanciamiento emocional que, si no se atiende, puede terminar alejando al estudiante para siempre.