Por: Maximiliano Catalisano
Los proyectos de lectura suelen comenzar con entusiasmo: los primeros meses se lanzan con fuerza, se diseñan actividades atractivas, los estudiantes se muestran curiosos y hasta los docentes disfrutan del desafío. Sin embargo, con el paso del tiempo, mantener la continuidad se convierte en la verdadera prueba. La rutina, las evaluaciones de otras materias, la pérdida de interés o la falta de constancia pueden hacer que lo que empezó con energía se diluya antes de terminar el ciclo lectivo. La pregunta que surge es cómo lograr que un proyecto de lectura se sostenga vivo durante todo el año, manteniendo la motivación tanto en los alumnos como en los docentes y las familias.
Un proyecto de lectura no es simplemente una serie de actividades aisladas. Para que se convierta en un eje central de la vida escolar debe estar pensado como un proceso, no como un evento. La clave está en que los estudiantes comprendan que leer no es solo una obligación ligada a exámenes o trabajos prácticos, sino una experiencia que acompaña su vida cotidiana. Por eso, la escuela necesita diseñar propuestas variadas que se adapten a distintos momentos del año y que conecten con los intereses reales de los alumnos.
Una estrategia efectiva es diversificar los formatos. No se trata únicamente de leer libros en papel: incluir cómics, artículos digitales, podcasts con narraciones, blogs y hasta redes sociales literarias puede abrir la puerta a quienes sienten que la lectura tradicional no les resulta cercana. Cuando el proyecto de lectura se abre a distintos soportes, gana frescura y se amplía la participación. Al mismo tiempo, permite mostrar que leer no se limita al aula, sino que atraviesa todos los ámbitos de la vida.
Otro aspecto central es vincular la lectura con la producción. Los estudiantes disfrutan más cuando no solo consumen textos, sino que también tienen la posibilidad de crear. Un proyecto que invite a escribir reseñas, armar podcasts, grabar videos con recomendaciones o diseñar murales literarios mantiene el interés vivo y genera un efecto multiplicador: la lectura se comparte, circula y se transforma en experiencia colectiva. Este ida y vuelta entre leer y producir sostiene la motivación a lo largo del tiempo.
También resulta valioso establecer momentos de encuentro. Espacios como cafés literarios escolares, lecturas colectivas en voz alta, ferias de libros internos o tertulias entre cursos refuerzan la idea de comunidad lectora. Estos encuentros, distribuidos a lo largo del año, funcionan como hitos que marcan continuidad y recuerdan que el proyecto sigue en pie. A diferencia de una clase convencional, estos espacios dan color, generan expectativa y ofrecen un cambio de ritmo dentro de la rutina escolar.
El papel de las familias no puede quedar de lado. Muchas veces los proyectos de lectura se desarrollan solo dentro de la escuela, pero pierden fuerza si en casa no se fomenta un clima lector. Propuestas simples como enviar un libro viajero que pase por cada hogar, organizar un concurso de lecturas familiares grabadas en audio o recomendar lecturas conjuntas padres-hijos, ayudan a extender el proyecto más allá de la institución. Cuando los estudiantes perciben que la lectura también es valorada en el hogar, la continuidad se fortalece naturalmente.
Es importante, además, que los docentes se mantengan motivados. Un proyecto de lectura exige constancia y no siempre resulta sencillo sostener el mismo entusiasmo después de varios meses. Para evitar el desgaste, puede ser útil que los docentes roten en la organización de actividades, que haya momentos de capacitación interna sobre nuevas estrategias de animación lectora y que se reconozca el esfuerzo realizado. La motivación de los adultos impacta directamente en la respuesta de los alumnos.
La evaluación también tiene un lugar en este proceso. No se trata de medir la lectura como una obligación numérica, sino de ofrecer espacios de retroalimentación que valoren el recorrido. Preguntar a los alumnos qué lecturas disfrutaron más, qué actividades les resultaron atractivas y qué mejorarían ayuda a ajustar el proyecto sobre la marcha. La flexibilidad es clave para que no se convierta en una rutina rígida y predecible, sino en un camino que se construye colectivamente.
Un elemento que marca la diferencia es la capacidad de sorprender. A lo largo del año, pequeños gestos inesperados pueden revitalizar el proyecto: un autor invitado a la escuela, un intercambio de cartas con alumnos de otra institución, un desafío de lectura con premios simbólicos o la creación de un club de fans de un libro específico. Estas sorpresas renuevan el interés y evitan la monotonía, algo que suele ser el principal enemigo de los proyectos largos.
Sostener un proyecto de lectura durante todo el año implica comprender que no se trata solo de alcanzar un objetivo escolar, sino de sembrar una práctica que acompañará a los estudiantes en su vida futura. El hábito lector no se construye en un mes ni en un trimestre: requiere tiempo, constancia y sobre todo coherencia. Cada libro compartido, cada texto comentado, cada actividad creativa suma a una experiencia que deja huellas profundas. Cuando los estudiantes terminan el año con la sensación de que la lectura fue parte de su día a día, se ha logrado mucho más que un proyecto escolar: se ha abierto la puerta a un camino personal y duradero.
 
							 
			 
			 
			 
			 
            
        