Por: Maximiliano Catalisano

Las salidas escolares suelen ser uno de los momentos más esperados del calendario, tanto por estudiantes como por docentes. Representan un respiro de la rutina, la posibilidad de explorar otros espacios y compartir experiencias diferentes a las del aula. Sin embargo, limitar su sentido a lo meramente recreativo es desaprovechar un recurso que puede potenciar aprendizajes, fortalecer vínculos y abrir horizontes. Repensar las salidas escolares implica ir más allá del paseo y convertirlas en oportunidades vivas de formación, donde el disfrute se combine con un propósito pedagógico claro.

Durante años, en muchas escuelas, las salidas se han organizado como actividades aisladas, sin un vínculo profundo con los contenidos trabajados en clase. Esto genera que, aunque los estudiantes se diviertan y disfruten, la experiencia no siempre se capitalice en términos educativos. Para transformar esta mirada, es necesario integrarlas a los proyectos de aprendizaje, planificarlas con anticipación y diseñar instancias que permitan reflexionar antes, durante y después del recorrido.

Una salida escolar puede convertirse en una verdadera extensión del aula si se plantea como parte de un proyecto más amplio. Por ejemplo, una visita a un museo no se agota en mirar obras: puede incluir una preparación previa investigando artistas, estilos y contextos; actividades en el lugar para observar con un objetivo claro; y un regreso que permita producir trabajos, debates o exposiciones. De esta manera, el sentido de la salida se enriquece y su impacto perdura.

Lo mismo ocurre con las visitas a entornos naturales, fábricas, espacios culturales o instituciones públicas. El hecho de estar en un lugar distinto ya genera motivación, pero si se guía esa motivación hacia la curiosidad, la observación crítica y la conexión con saberes previos, se logra un aprendizaje más profundo. El desafío es no dejar que la salida quede como un recuerdo aislado, sino que se convierta en un hilo conductor que refuerce lo trabajado en la escuela.

Otro aspecto clave es considerar la participación activa de los estudiantes en la planificación. Cuando se los involucra en la elección del lugar, en la preparación de materiales o en la definición de actividades, aumenta su compromiso. Pueden proponerse preguntas que quieran responder durante la salida, roles para documentar la experiencia o tareas de investigación que den un sentido personal a la visita. Este tipo de participación no solo enriquece el aprendizaje, sino que fortalece la idea de que la educación es un proceso compartido.

El rol docente también se transforma cuando las salidas se piensan más allá de lo recreativo. No se trata solo de supervisar, sino de acompañar el proceso como facilitador de experiencias. Esto implica generar momentos de observación guiada, promover el intercambio de ideas, estimular la conexión con conocimientos previos y proponer actividades posteriores que permitan integrar lo vivido al trabajo escolar.

Además, repensar las salidas escolares implica abrirse a nuevos formatos. No siempre se requiere un gran presupuesto o un viaje largo para generar una experiencia significativa. Un recorrido por el barrio, una visita a un emprendimiento local, la exploración de un espacio cultural cercano o incluso una salida virtual a través de herramientas digitales pueden tener un alto valor si se planifican con un propósito.

Por supuesto, el aspecto recreativo no debe desaparecer. El disfrute, el juego y el descanso son parte de la experiencia y contribuyen al bienestar emocional de los estudiantes. Lo importante es que no sean el único objetivo. Una salida bien pensada puede combinar momentos lúdicos con instancias de observación, reflexión y producción, logrando un equilibrio entre diversión y aprendizaje.

Otro elemento que vale la pena considerar es la evaluación del impacto de las salidas. Esto no significa calificarlas en términos tradicionales, sino analizar junto a los estudiantes qué aprendieron, qué les sorprendió, qué preguntas nuevas surgieron y cómo podrían aplicar ese conocimiento. Estas instancias de cierre ayudan a consolidar lo vivido y a darle un sentido más profundo.

Finalmente, repensar las salidas escolares también es una oportunidad para fortalecer vínculos con la comunidad. Al visitar instituciones, empresas, organizaciones culturales o espacios naturales, la escuela se abre al entorno y establece relaciones que pueden derivar en nuevos proyectos, colaboraciones o aprendizajes compartidos. Así, la salida deja de ser un evento aislado y se convierte en parte de una red de experiencias que enriquecen el trabajo educativo a lo largo del año.

Salir de la escuela no es solo cambiar de escenario. Es abrir una puerta a nuevas formas de aprender, conectar lo vivido con los saberes, estimular la curiosidad y reforzar la idea de que el conocimiento se construye también fuera de las paredes del aula. Cuando las salidas se piensan de esta manera, lo recreativo se convierte en un medio y no en un fin, y la experiencia adquiere un valor que perdura mucho más allá del día del paseo.