Por: Maximiliano Catalisano
Hay días en que un docente sale de la escuela sintiendo que todo valió la pena, y otros en los que el peso de una mala jornada parece dejar huella durante semanas. Las experiencias vividas dentro de la institución educativa —tanto las positivas como las negativas— no solo afectan el ánimo del momento, sino que modelan, lentamente, la percepción que cada profesional tiene sobre sí mismo. Comprender cómo esas vivencias impactan en la autoestima docente es clave para preservar la motivación, sostener el compromiso y evitar que la vocación se desgaste.
La autoestima docente no se construye de manera aislada. Se alimenta de la interacción diaria con estudiantes, colegas, familias y directivos, y se ve influida por cada logro y cada desafío que surgen en el día a día escolar. Una palabra de reconocimiento de un alumno, un gesto de apoyo de un colega o una clase que fluye con entusiasmo pueden reforzar la confianza y reafirmar la identidad profesional. Por el contrario, un conflicto no resuelto, una crítica injusta o una serie de clases donde nada parece funcionar pueden generar dudas y minar la seguridad personal.
Las experiencias escolares se convierten en espejos en los que el docente se ve reflejado. Cuando el entorno transmite valoración y respeto, la imagen que uno tiene de su propio trabajo se fortalece. Pero si predominan las tensiones, el exceso de demandas o la sensación de que los logros pasan desapercibidos, el reflejo puede distorsionarse, debilitando la percepción de capacidad y la motivación para innovar o asumir nuevos retos.
No todas las vivencias tienen el mismo peso. Algunas son tan significativas que marcan un antes y un después. Por ejemplo, el primer proyecto escolar que sale mejor de lo esperado, un acto escolar que emociona a toda la comunidad, o una charla con un exalumno que agradece lo aprendido, pueden convertirse en recuerdos que sostienen la confianza durante años. Del mismo modo, una situación de injusticia, un conflicto con un grupo de padres o una evaluación externa negativa pueden convertirse en cicatrices emocionales difíciles de superar si no se procesan adecuadamente.
La autoestima docente también se nutre de la capacidad de interpretar las experiencias con perspectiva. Dos personas pueden vivir la misma situación y percibirla de manera muy distinta. Aquellos que logran ver el error como una oportunidad de aprendizaje o la crítica como un punto de mejora suelen preservar mejor su confianza, mientras que quienes se enfocan solo en la falla corren el riesgo de que su autoestima se vea afectada de forma más profunda.
Dentro del aula, el contacto diario con los estudiantes es una de las principales fuentes de retroalimentación emocional. La participación activa de los alumnos, su interés, las preguntas curiosas o incluso las mejoras en su desempeño actúan como indicadores de que la tarea docente tiene impacto real. Sin embargo, cuando se percibe apatía, desinterés o resistencia, puede surgir la sensación de que el esfuerzo no tiene frutos, lo que alimenta pensamientos de desvalorización.
Fuera del aula, las reuniones de equipo, las capacitaciones, las actividades institucionales y los encuentros informales con colegas son espacios que también moldean la autoestima. Un entorno de trabajo donde predomine la colaboración, el reconocimiento mutuo y la escucha activa contribuye a que cada docente se sienta parte de un proyecto colectivo. Por el contrario, un clima tenso o marcado por la competencia puede generar inseguridad y un sentimiento de soledad profesional.
Las experiencias escolares que fortalecen la autoestima suelen tener en común ciertos elementos: la sensación de logro, el reconocimiento explícito, la percepción de mejora en los estudiantes y la oportunidad de aportar ideas que son valoradas. Cuando estos elementos están presentes de forma habitual, el docente se siente más seguro para innovar, probar nuevas estrategias y asumir desafíos. Esta seguridad no solo beneficia al profesional, sino que repercute directamente en la calidad del vínculo con los alumnos.
Es importante señalar que la autoestima docente no es estática: fluctúa a lo largo del tiempo, y puede recuperarse incluso después de períodos difíciles. Para ello, resulta esencial que las experiencias negativas no queden sin un espacio de reflexión y contención. Contar con acompañamiento, ya sea a través de colegas de confianza, espacios de tutoría interna o instancias de formación que incluyan el componente emocional, ayuda a resignificar lo vivido y a prevenir el desgaste.
El reconocimiento de los logros, por pequeño que parezca, es un hábito poderoso para sostener la autoestima. A veces, en la vorágine escolar, se pierden de vista los avances porque el foco está puesto en lo que falta por hacer. Detenerse a valorar los progresos propios y los de los estudiantes puede actuar como un recordatorio de que el trabajo diario sí deja huella.
Las experiencias escolares no solo construyen conocimiento en los estudiantes: también moldean profundamente la imagen que el docente tiene de sí mismo. Cada jornada, con sus retos y satisfacciones, deja una marca en esa identidad profesional. Cuidar y fortalecer la autoestima docente es, por lo tanto, cuidar la esencia misma de la vocación, asegurando que el entusiasmo y la confianza sigan presentes más allá de las dificultades inevitables del camino.