Por: Maximiliano Catalisano
Lograr que los estudiantes trabajen de manera independiente, tomen decisiones propias y se hagan responsables de su proceso de aprendizaje no es algo que ocurra de un día para el otro. La autonomía es una construcción que requiere tiempo, acompañamiento y una mirada activa del docente. Afortunadamente, hay maneras muy simples de integrarla a la dinámica del aula sin tener que cambiarlo todo. Si se planifica con intención, se pueden generar experiencias que favorezcan la iniciativa personal y el desarrollo de habilidades que trascienden lo académico.
Una de las estrategias más efectivas es ofrecer opciones. Cuando el estudiante puede elegir entre distintos temas, formatos de trabajo o modos de presentar sus producciones, empieza a reconocerse como protagonista de su aprendizaje. No se trata de dejarlo solo, sino de permitirle asumir decisiones dentro de un marco claro. Esto implica confiar en su criterio, pero también acompañar con preguntas que lo ayuden a reflexionar.
El uso de agendas, planificadores o rúbricas compartidas es otra herramienta muy útil. Ayudan a organizarse, marcar tiempos y visualizar qué se espera en cada etapa del trabajo. De esta forma, se reduce la dependencia de instrucciones constantes y se fortalece la capacidad de autogestión. Algunos docentes también utilizan apps de seguimiento de tareas o bitácoras digitales para que los chicos puedan ir registrando sus avances y dificultades.
Fomentar la autonomía también implica aprender a tolerar el error y a revisar el camino recorrido. Proponer instancias de autoevaluación y coevaluación favorece este proceso. En lugar de esperar la devolución final del docente, el estudiante empieza a mirar su propio trabajo con otros ojos, a identificar lo que puede mejorar y a valorar sus logros. Esto alimenta su seguridad y su deseo de superarse.
Es fundamental construir rutinas que habiliten espacios de trabajo individual y colaborativo, respetando los tiempos propios de cada uno. La autonomía no se impone: se cultiva con paciencia, constancia y pequeños gestos cotidianos. A veces alcanza con cambiar una consigna, abrir una pregunta o dejar lugar a que el otro proponga. Lo importante es mantener el foco en ayudar a cada estudiante a encontrar su manera, y acompañarlo en ese recorrido.